Familia y educación
El pasado día 15 celebramos el Día del Maestro, pero a nivel internacional se celebra también el Día de la Familia. El hecho de que la cuestión educativa opaque esta celebración no es sólo coincidencia de fechas.
Dejar las decisiones fundamentales de la educación al Estado es renunciar al derecho fundamental que tiene la familia de ser, por el amor, la primera formadora de personas, la primera educadora de la mente y del corazón, que requiere en forma subsidiaria, instituciones como la escuela, pero sin renunciar a su misión y tarea de ser "núcleo natural y fundamental de la sociedad" (Art. 16, 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
La educación es una herramienta de transformación de la sociedad y no sólo la transmisión de los conocimientos. Las decisiones que se toman no son por los contenidos educativos en sí mismos, sino que tienen repercusión social. La educación es una herramienta social. ¿Quién educa? La sociedad. ¿Quién ejerce esa función de la sociedad? Los poderes públicos quienes representan a la sociedad a la hora de ejecutar, organizar, concretar, de determinar las necesidades, de promover los recursos para satisfacerlas, de programar la vida y planificarla o planearla desde el punto de vista económico, social, cultural, laboral.
Entender la educación como un atributo, una dimensión de la vida social de manera prioritaria trae consigo consecuencias importantes. No es simplemente educar para la ciudadanía. La finalidad de la educación es formar nuevos ciudadanos. Es el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática. Diríamos que la sociedad y los poderes públicos son los que se encargan de satisfacer el derecho de los ciudadanos de la educación, con lo cual se entiende netamente y fundamentalmente la educación como un servicio público, como una atribución del Estado. Es verdad que es un servicio público, pero en el fondo es mucho más que eso. Pero si se entiende que la educación es un servicio público eminentemente, pues entonces corresponde al estado asumir la responsabilidad de que ese derecho de los ciudadanos se vea satisfecho.
Pero en la práctica eso aquí y ahora significa "quítate tú que me pongo yo". No es lo mismo poner el acento en la libertad de enseñanza, que implica el derecho a crear y dirigir centros escolares, a dotarles de identidad propia, así como el derecho de los padres a elegir el centro y el tipo de educación que desean para sus hijos, (libertad de enseñanza), que acentuar el derecho a la educación. Entendido como la necesidad de todos los ciudadanos de recibir la formación precisa para integrarse en términos de igualdad en el tejido social. Lo que implica entre otras cosas que todos los alumnos tengan derecho a un lugar en la escuela, al menos en un centro público (promovido por los poderes públicos). Ambos derechos (libertad de enseñanza y de crear, dirigir y dotar de identidad a centros escolares, el derecho de los padres a elegir tal o cual centro, y el derecho a la educación en que los ciudadanos se vean atendidos en sus demandas de integración en términos de igualdad en el tejido social), vistos desde la finalidad de la educación son complementarios y correlativos. Pero pueden ser entendidos de manera antagónica, si frente a la concepción de la libertad de enseñanza como reconocimiento de la iniciativa social y de las familias (porque en el fondo la iniciativa social tendrá que ser prolongación del derecho prioritario de los padres a educar a sus hijos), se considera que el derecho a la educación ha de ser satisfecho por los poderes públicos de modo que la función educativa se considera como un atributo propio del Estado. En este caso el derecho a la educación se reduciría, al derecho a un puesto escolar en las escuelas estatales. Promovidas por los poderes públicos (administración federal o estatal).
Algo que no se suele decir es que la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 26.3 dice: "Los padres tendrán derecho a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos". Sin embargo, los hechos muestran que no siempre se reconoce la diferencia que existe entre la sociedad y el Estado y se resta el papel nuclear que la familia ostenta como fundamento de la vida social. El estado no es la sociedad, sino que es un organismo al servicio del bien común de la sociedad. En la misma declaración de los Derechos Humanos se afirma (16.3):" La familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado". Pero esta declaración no se cita mucho. Da la impresión de que lo democrático es lo contrario y que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, va en contra de un plan democrático "moderno", y es que antes de que el Estado democrático existiera como tal, la historia ya ofrece evidencias de la iniciativa de diferentes personas e instituciones en la promoción de actividades sistemáticas encaminadas a la transmisión de conocimiento, a la formación de las personas y de la orientación ante la vida. Si nos detenemos a pensar que en el fondo la sociedad es, desde el punto de vista ontológico de su constitución, una asociación de familias (no sólo de individuos) que conviven y se ayudan mutuamente por lazos relativamente estables, para ayudar a los niños a incorporarse a la vida social y a desarrollarse como personas; si es verdad que la sociedad está formada por personas, que a su vez se integran en familias, se tiene la impresión que el protagonismo de la vida social, al menos en determinadas concepciones, corre por cuenta del Estado y que en cierto modo, la familia debería colaborar con el Estado cuando éste necesite esa ayuda.
El principio de subsidiariedad, que quiere decir que cuando una persona no es capaz de valerse por sí misma, hay que ayudarla a valerse por sí misma; suplir, darle recursos e intervenir. Análogamente se aplica a las familias. Se pretende que una familia se pueda valer por sí misma para cumplir su finalidad, y que, si no puede hacerlo, por situación extrema o extraordinaria y necesita ser suplida, pues que sea suplida. Pero el sujeto de la vida social es la persona y la familia, el ámbito de crecimiento y de integración de toda persona. Algunos entienden la subsidiariedad al revés: Cuando la iniciativa estatal no alcanza a cubrir las necesidades educativas, entonces puede recibir la ayuda subsidiaria en la sociedad. Esto no puede ser así por una razón muy sencilla que va al núcleo de la cuestión: ¿Qué es educar? Si educar simplemente es que los individuos se inserten en un mecanismo como piezas dentro del tejido social, en el sentido de que sean funcionales en términos sociopolíticos o económicos, (por ejemplo, como unidad de producción, unidad de consumo), se entiende entonces que quien orquesta la vida social tenga mucho que decir. Pero una persona no es sólo eso. Un hijo es más que un ciudadano; es una persona hacia quien se sienten obligados por ser quien es. Santo Tomás de Aquino dice que la persona forma parte del conjunto social, pero no según todo su ser ni según todo lo que le pertenece. Significa que la persona no es para la sociedad, sino la sociedad para la persona. La persona sí tiene que integrarse en la vida social, pero porque la sociedad va a hacer posible el bien de la persona. De toda persona. Eso significa que la persona es el principio, el sujeto y el fin de la vida social, y no es simplemente una parte de un todo social. La postura utilitarista, al contrario, considera que la persona ya no es única e irrepetible, sino que es perfectamente sustituible por cualquier otro individuo; anónimo, fragmento de la vida social. En términos de voto o de contribución al fisco. Exactamente lo que corresponde a ser ciudadano. La identidad de la persona es secundaria, interesa sólo como fragmento de la vida social. Cuando se ha formado una familia y se tiene un hijo ¿se ve en él un fragmento social, o bien, a alguien único e irrepetible? Quizá no el mejor del mundo, sino alguien que tiene una vocación a crecer como persona y que necesita tu ayuda. Y que necesita ver en tus ojos el modelo de persona que necesita ser; la orientación para su vida. Porque entender que educar significa simplemente llevar a los individuos a la cohesión social, es decir, educar a ciudadanos, significa un reduccionismo por lo menos implícito. Interesas más por ser ciudadano que por ser persona.
Educar es otra cosa. Es ayudar a un niño o niña a ser un hombre o mujer en quien se pueda confiar. Que esa persona aprenda a ser uso de su libertad para su bien y para el de las personas con las que pueda encontrarse a lo largo de su vida. En medio de tan variadas tendencias y partidos, cuando se habla de hijos se pierden divisiones e ideologías al establecer la educación en estos términos: Ayudar a hijos-alumnos a ser hombres y mujeres en quienes se pueda confiar. Que se afirmen como personas. Es más que formarlos para ser parte funcionalmente del tejido social. Porque si no fuera más que eso, serían sólo importantes solamente en cuanto son núcleos de producción y de consumo; Es decir, por su valor de utilidad. ¿Qué significa eso? Que hay personas que valen y hay personas que no valen; hay personas activas y hay personas que no contribuyen; hay personas que son incluso una rémora y una carga, ¿y entonces por qué la sociedad va a tener que cargar con ese peso si supone un desgaste tan fuerte en lo económico, psicológico, organizativo…? El valor de las personas queda condicionado al buen funcionamiento de la sociedad. Esto es muy serio; no es sólo filosofía. En educación lo primero que tenemos que tener claro es lo que significa ser persona. Porque cuando el marinero no sabe dónde está el norte, todos los vientos le son contrarios. En educación es muy importante saber a dónde ir. ¿Prefieres que tu hijo sea rico o que sea honesto? Educar tiene mucho que ver con los cimientos, con testimonio más que con teorías. El niño aprende viendo vivir a sus educadores. La filósofa alemana Ana Karen decía que cuando un padre o un educador se pone delante de sus hijos o de sus alumnos, sin decir nada, ya les está diciendo: "El mundo es así". ¿Cómo conseguir que un joven, al que le cuesta esforzarse, que quiera hacerlo, si lo que no quiere es esforzarse? No se trata de su comportamiento, pues se le puede obligar, sino su libertad; que quiera hacerlo; que su libertad se oriente al bien. La única manera para hacer que quiera esforzarse es que confíe en quien le pide el esfuerzo. "Aunque me cueste y no me gusta, porque tú me lo dices, pensaré que es bueno y lo intentaré". ¿Pero cuando una persona se hace digna de confianza? Cuando ama y se le nota. Amar es querer el bien de alguien. Para educar hay que exigir, pero sólo puede exigir el que ama. El que quiere el bien del otro, pero porque le conoce, porque sabe quien es, sabe cómo es, sabe lo que tiene que esperar de él o de ella. Eso se hace en el roce, en el acercamiento, en la convivencia.
El Estado no sabe amar. El Estado no entiende de amor y, sin embargo, se arroga para sí mismo la atribución exclusiva de educar. Esto trae muchas consecuencias nefastas. No se puede amar a la sociedad si no se aman a las personas. A la humanidad si no se ama a cada humano. El derecho de los padres de que se dé a sus hijos la educación religiosa y moral de acuerdo a sus propias convicciones, no puede limitarse con valores comunes y reglas de convivencia democrática establecidas por el Estado. No pueden decir a un padre cuáles tienen que ser sus condiciones con relación a la educación de sus hijos, ni el orden moral que quiere para sus hijos, y la definición de bien y de mal. Son los padres los que se tienen que poner de acuerdo con el estado y no al contrario. La familia debe darse cuenta que en la educación nos estamos jugando algo muy importante. El modelo educativo quiere sustituir la familia.
Cosas que en principio debían haber nacido de una educación familiar bien planteada, formar hombres y mujeres en quien se pueda confiar, parece que se deposita ahora en la escuela como la mayor esperanza. Es una manera muy simple de resolver problemas muy profundos. Como decía Albert Einstein: La nuestra es una época de medios perfectos y de metas confusas. El principio es plantear las metas y medios adecuados para crecer, para desarrollarse y desenvolverse en la vida como personas, con confianza sólida, capaces de amar y por lo tanto de educar a quien aman.
Alguno puede decir: ¿Pero qué puedo hacer yo solo? Si tu no luchas por cambiar el mundo el mundo te va a cambiar a ti y a tu familia. Donde no llegas tú solo, pueden llegar tú y tus amigos. Asóciate. Familias asóciense. No para resolver mi problema de casa, sino los problemas de todos; si no los resuelvo éstos van a llegar a mi casa tarde o temprano. No basta con decir: "a mi no me ha tocado. He tenido mucha suerte" El bien que tu no hagas se queda sin hacer. Llega el momento en que hombres y mujeres que saben lo que quieren y entienden de verdad que la educación es cuestión de amor, entienden que ese amor los va a llevar a tomar un protagonismo importante en la vida pública. Salir a las calles a decir cuál es su misión y su derecho.
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