La gota que derramó el vaso no fue tal, era la enésima, que agotada, valga la redundancia, ante la indeferencia de una sociedad aterrorizada y pasiva estuvo a punto de expresar ¡¡"ya me cansé"!!
Afortunadamente, la comunidad nacional al sentir el alarido desgarrado de 43 madres de familia heridas en el alma, desenterró su cabeza del suelo (del "y ¿yo por qué?") e irguiendo el pescuezo gritó con toda la fuerza de su pecho ¡YA BASTA!
Gran lección ofrendan las y los mexicanos de los más diversos estratos sociales, jóvenes y adultos, estudiantes y trabajadores, amas de casa, hombres y mujeres de empresa, profesionistas, al sumarse a las magnas manifestaciones pacíficas que por todo el país expresan con energía su inconformidad social e increpan al estado: ¡Ya basta de tanta corrupción! ¡Ya basta de cínica complicidad con el crimen organizado! ¡Ya basta de masacres y de narcofosas! ¡Ya basta de injusticias! ¡Ya basta de simulación!
La prensa escrita y hablada del país, al unísono -con las excepciones acostumbradas- se pronunció de manera enérgica y directa contra el crimen de lesa humanidad perpetrado en la persona de 43 estudiantes normalistas del pueblo de Ayotzinapa del estado de Guerrero. Esas florecientes esperanzas, de magisterio encaminado hacia la educación de los más pobres de México, fueron masacradas y calcinadas por una mancuerna conformada por policías municipales de Iguala y miembros del cartel del crimen organizado denominado "Guerreros Unidos", por resultarle incómodos a su alcalde y la esposa de este.
Pocas veces o quizá sea la primera vez en muchos años (¿será desde hace un siglo con el estallido de la Revolución?) que se unifican los criterios y la rabia ciudadana toda en contra del aparato de gobierno, que se olvidó por completo de su fundamental obligación de proporcionar seguridad y tranquilidad a sus gobernados.
La macroeconomía y los negocios millonarios de las cúpulas del país no pueden estar por encima de la urgente necesidad de rescatar a la mitad de nuestra población de la extrema pobreza. No puede soslayarse el grave problema de la descomposición de nuestro tejido social, que como consecuencia del desempleo y la falta de oportunidades y condiciones para subsistir generan una delincuencia que nos tiene paralizados y en el peor de los casos lesionados gravemente.
Las instituciones de México se han derrumbado, ya nadie confía en los agentes del gobierno que cotidianamente se reparten el presupuesto asignándose estratosféricos salarios; disponiendo para sí, de cantidades millonarias a cambio de autorizar a constructores y proveedores las obras y los servicios públicos; exgobernadores y expresidentes municipales se han enriquecido a costa de endeudar a sus entidades, y viven tan campantes en el paraíso de la impunidad que les brinda una complicidad que es soporte del sistema que padecemos.
El poder legislativo, cámaras de diputados y senadores, colmadas de supuestos representantes populares, algunos de ellos que no entienden ni conocen su función, se gastan importante porción del presupuesto nacional, que debiera ser aplicada a obras y servicios de urgente necesidad en los ramos de salud, urbanización, vivienda, educación y primordialmente al fomento del empleo.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación, no se ha quedado atrás. Todos los días se comentan los actos de corrupción y de incongruencia en que incurren sus jueces, magistrados y hasta ministros; no nos detendremos, por ahora, en sus insultantes salarios y más aún en sus desproporcionadas pensiones, que definitivamente no sólo descarapelan la imagen de nuestro más alto tribunal, sino que de plano la desmoronan.
En La Laguna ha despertado la juventud estudiosa que puebla las diversas escuelas normales y las muchas universidades y tecnológicos que prestigian nuestra región. Más de tres mil estudiantes marcharon pacíficamente, la semana anterior, desde Lerdo (pasando por Gómez Palacio) hasta Torreón, en apoyo de las familias de sus compañeros de Ayotzinapa. Ya era tiempo, sinceramente se habían tardado, que se escuchara la voz de quienes tienen la más factible posibilidad de cambiar el estado de la sociedad. Esa sociedad, que desgraciadamente les estamos heredando quienes no pudimos o no quisimos entender que para convivir necesitamos compartir.
Desde 1968, en que surgió una corriente renovadora que se propagó por el mundo, el Movimiento Estudiantil de Mayo en París, que pugnó por la libertad política y que tuvo sus repercusiones en México a través de un movimiento similar, no se había visto en nuestra nación una convergencia de estudiantes y pueblo en un mismo objetivo: la justicia y la libertad.
En 1966, Durango vivió un movimiento estudiantil-popular, promovido por la juventud de la Universidad Juárez y del Tecnológico, en contra de la inmoderada explotación de sus recursos naturales (bosques y mineral ferroso del Cerro del Mercado) y en favor del fomento de una industria de transformación local que ayudara al Estado a salir del atraso ancestral que lo agobiaba. El Movimiento, no obstante haber contado con la simpatía y el apoyo moral y material de la totalidad de los sectores de la población, no alcanzó, por su naturaleza, a rebasar su territorio.
La historia se repite en los albores de los tres últimos siglos: 1810, movimiento de Independencia; 1910, movimiento Revolucionario; y ahora 2014, movimiento pacífico por la justicia y la libertad (derecho auténtico: para acceder a los alimentos, a la salud, al trabajo para alcanzar por esfuerzo propio, los mínimos de bienestar y seguridad que ofrece nuestra civilización). No queremos guerra, porque la estamos sufriendo sin haberla provocado; no incitaremos a la violencia porque estamos hartos de ella. Convocamos a la organización y la solidaridad civil, para conseguir mejores estadios de vida.
Tiene prioridad en este triste momento de nuestra historia nacional, la exigencia para que aparezcan los 43 jóvenes estudiantes normalistas de Ayotzinapa; ojalá que fuera con vida, y en el peor de los casos, se debe dejar satisfechas, fehacientemente, a sus familias de su final destino.
Otra vez como en 1821, cuando se consuma la Independencia de México, al pactar la paz los generales Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, emerge la población de Iguala, cuna de nuestra Bandera Tricolor, cuyo color blanco simboliza la Unidad, para abanderar un Movimiento Unidad Nacional en el siglo XXI; lamentablemente con motivo de la desaparición de 43 seres humanos en franca preparación para transformar su entorno en el campo del magisterio.
El mundo entero se convulsiona en nuestro tiempo con la llamada Primavera Árabe y con un sinnúmero de movimientos libertarios-independistas por los cuatro puntos cardinales. Alcanzamos a escuchar en los ecos de las cañadas y los valles el grito desesperado de la sociedad civil que se abre paso en el horizonte. Nos encontramos dentro de quince días, D. M. Agur.
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