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Política e intimidación

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Será una comedia boba, pero se convirtió en asunto de seguridad nacional de la potencia. El tirano de Norcorea, tan querido por los dirigentes del Partido del Trabajo en México como por los comediantes de Hollywood, es el personaje de la película que se ha colocado en el centro de la atención mundial. La línea del argumento parece elemental: dos periodistas norteamericanos viajan a Pyongyang para infiltrarse en el círculo cercano del amadísimo líder... y matarlo. Al conocerlo, uno de ellos se encariña con el dictador y la misión se enreda. Eso es lo que logro entender de los adelantos que han circulado. Pues bien, como era de esperarse, el régimen de Corea del Norte no ríe con la broma de James Franco y Seth Rogen. Su gobierno calificó la producción como un "acto de guerra". Tras la reacción, la productora decidió retirarla de los cines.

El precedente, desde luego, es gravísimo. Cuando un poderoso se siente ofendido con una película o con un libro, con una obra de teatro o una opinión, necesita solamente amenazar con el terror para que esa expresión desaparezca del espacio público. Es lo que el periodista danés Flemming Rose llama la "tiranía del silencio". La intimidación impone su imperio cuando logra callar las expresiones que denuncian o ridiculizan. Algo sabe Rose. Fue el editor del periódico Jyllands-Posten que publicó aquellos cartones de Mahoma que desataron una tormenta internacional. Los fundamentalistas consideraron que la burla era inaceptable y, desde luego, no se contentaron con una carta al editor que describiera su molestia. Amenazaron a los editores, lanzaron bombas a las embajadas, circularon amenazas de muerte. La ironía, escribió el editor en un artículo publicado recientemente por el New York Times, es lo que los criminales decían: nos dibujas como violentos, así que te vamos a matar.

La decisión de Sony de retirar la comedia de los cines recuerda aquella claudicación, cuando un buen número de diarios europeos decidió no divulgar las imágenes. El presidente Obama criticó enfáticamente la decisión de la compañía cinematográfica. Sabe bien que esa reacción es el mejor obsequio a los intolerantes, la invitación a los chantajes futuros. No podemos permitir que un dictador en algún lado empiece a decidir qué películas podemos ver aquí, dijo.

La intimidación es imposición de una fuerza que se justifica en el agravio. Quien intimida asume el derecho de disponer de los derechos de otros. Su causa o su herida le autorizan todo. Puede callar, golpear, destruir hasta matar a quien no cede a su instrucción innegociable. Eso representa para la política: la victoria de la fuerza sobre la negociación.

Viejo hábito de nuestra política, la intimidación ha tomado nuevos bríos. A la indignación popular se agrega la debilidad del poder público. La palabra política vale hoy menos que nunca. Los compromisos del Presidente son risibles. Por la mañana ofrece que las vías públicas se mantendrán abiertas y por la tarde quedan bloqueadas. No es, quisiera advertirlo, debilidad de carácter. Creer que el orden público a través de la ley puede establecerse por la magia de la "voluntad política" es absurdo. Si algo hemos podido atestiguar en estas fechas penosas para México es la ausencia de instituciones confiables de seguridad pública, la absoluta carencia de profesionales de la seguridad. En el mejor de los casos, el Estado (en su acepción más elemental de proveedor de paz) está en manos de improvisados; en el peor, está en manos de delincuentes.

A la ostentosa debilidad del poder se agrega la legitimación de la violencia social. Digo legitimación porque la vemos ya como paisaje ordinario. Lo que sucede en Guerrero es de extrema gravedad. El sindicato de maestros del estado intimida todos los días para imponer su ley. Más allá del reclamo, incendia y destruye. Envalentonado por la permisión, ahora se empeña en un activismo de la humillación. Someter a políticos y periodistas para que desfilen con mensajes degradantes y se sometan teatralmente a su causa. El imperio de la intimidación es otra cara de nuestra barbarie.

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