Todos los días tomamos una buena cantidad de decisiones que nos afectan la vida. Algunas de ellas tienen cierto impacto en nuestras vidas; otras, ninguno. La habilidad que tengamos para seleccionarlas implica ciertas libertades. Todos los días se nos presentan alternativas para decidir acerca de la salud, relaciones, estudios, vida social y creencias religiosas.
Nuestro diario vivir está basado en las elecciones que hicimos ayer, la semana pasada, hace tres meses, un año, etc. Tenemos alternativas para decidir ser exitosas o fracasar; luchar con frustraciones o tener una vida extraordinaria.
La mayoría de nosotros hemos ignorado la relación entre las opciones, acciones que hemos elegido y sus consecuencias. En lugar de hacernos responsables de nuestro presente, nos convertimos en maestros en señalar culpables de que nuestras vidas no sean el paraíso que quisiéramos. Si no ponemos atención a estas opciones, no podemos evitar volver a repetir los desaciertos del pasado.
Si queremos entender por qué y cómo hemos estructurado el presente, necesitamos revisar las acciones que tomamos en el pasado. De igual manera si queremos saber cómo estarán nuestras vidas en el futuro, tenemos que examinar las opciones que tenemos en el presente.
Estas decisiones afectan el estado de ánimo, cómo nos sentimos, cómo están nuestras relaciones con el mundo. Todos tenemos una llama interna que mantiene la fuerza de vida. Cuando esta llama se intensifica nos sentimos fuertes y seguros. Tenemos el valor para hablar con sinceridad y la humildad para pedir lo que necesitamos. Debemos proteger esta llama sabiendo que es nuestra fuerza, nuestro espíritu. Cuando esa llama baja de intensidad, somos vulnerables, frágiles y débiles y restringe la comunicación con otros.
Date permiso de echar una mirada sincera a tu vida y pregúntate: ¿Soy yo la que quiero ser?, ¿cómo está tu fuego interior?, ¿les llega a las personas a tu alrededor? Todos necesitamos el calor de ese fuego y el de los demás.
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