Lo mismo para la agenda criminal local de Guerrero que para la economía global, vale extender a la esfera pública mexicana la crítica del autor de El capital en el siglo XXI a las escuelas económicas estadounidenses. No se están haciendo las preguntas correctas, dijo Thomas Piketty al abandonar su prestigiada posición en el MIT de Boston para regresar a su cubículo del Barrio Latino de La Sorbona, en París. De allí pasó a la celebridad con su propuesta de que vivimos una regresión -en este siglo- a la irracional concentración de la riqueza del siglo XIX, con su correspondiente aumento de la desigualdad en las economías más desarrolladas.
Otro economista francés que parece haber encontrado su pregunta correcta, y al menos una respuesta, es el ganador del Nobel de Economía, Jean Tirole, con sus trabajos sobre el reto de regular a las grandes concentraciones monopólicas en los mercados contemporáneos. Pero dar con las preguntas correctas en los espacios académicos no implica encontrar automáticamente las respuestas adecuadas a las realidades.
Mucho menos garantiza las respuestas oportunas. Y el problema es que esperar cansa. Desgasta la paciencia de quien espera, pero también el deseo o el afecto por aquel, aquella a aquello que se espera y no llega, o llega demasiado tarde. De la espera prolongada suele venir la desesperanza, que a su vez suele desencadenar otros efectos indeseables.
Preguntas amontonadas. Y esto vale lo mismo para las fórmulas esperadas para reducir las monstruosas concentraciones de riqueza y los altos índices de desigualdad, que para las expectativas de mejoría en los ingresos de los más y la generación la cantidad y calidad de empleos necesarios.
Y vale también para las expectativas de restablecimiento de niveles aceptables de seguridad y de control de la criminalidad en una sociedad dada.
En situaciones como las de los crímenes de Iguala las preguntas se amontonan y las expectativas se disparan y se difuminan con la misma velocidad con que su violan. Los medios y los definidores de sus agendas pasaron de la pregunta por el paradero de los normalistas desaparecidos a la espera -hasta hoy frustrada- de que aparecieran. Luego se especificaron las preguntas sobre si estaban escondidos o si habían sido asesinados y si sus cuerpos correspondían a los calcinados que se encontraron en unas fosas descubiertas en las inmediaciones.
Esperando a… De aguardar este esclarecimiento se transitó a la pregunta sobre el paradero del alcalde igualteco y a la espera de su captura como presunto autor de estos y otros crímenes. También se planteó la pregunta de cómo huyó frene a las narices del gobernador de Guerrero, a partir de lo cual se abrió la espera de la caída de este gobernante desbordado, a quien anteayer le incendiaron el palacio estatal de gobierno.
Con el amontonamiento de preguntas se ha producido la precipitación de las respuestas. En todo manual de contingencias se contempla la apuesta de las oposiciones al fracaso de la gestión de crisis del gobernante en funciones. No importa, como en este caso, que los gobernantes de Iguala y Guerrero hayan provenido de un partido distinto al del presidente de la República.
En éste se depositan así las expectativas finales de poner orden en aquella región. Y no hay de otra, más que darles curso y solución, además, oportuna. El problema está en que unos esperan que caiga ya y otros que se sostenga el gobernador. Unos desean encontrar con vida a los normalistas y otros parecen apostar a que se confirme su sacrificio para escalar la crisis.
Este amontonamiento de esperas remite a los dos personajes de Beckett que se pasan Esperando a Godot sin que público nunca llega a saber quién es Godot, o qué tipo de asunto han de tratar con él. Y los columnistas que diariamente anticipan novedades para el día siguiente recuerdan al otro personaje de la obra, el que repetidamente les dice a los dos primeros que Godot "no vendrá hoy, pero vendrá mañana, por la tarde".