Hay muchos mexicanos talentosos; muchos más de los que nos imaginamos. Prueba de ello es el reconocimiento que recibieron el domingo pasado Alfonso Cuarón, Emmanuel Lubezki y Lupita Nyong'o en la octogésimo sexta entrega que hace la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de los premios Oscar. Su común denominador: haber nacido en territorio mexicano. En el caso de Cuarón y Lubezki, comparten el haber salido de México por trabajo o por buscarlo con el afán de mostrar de lo que están hechos y de lo que son capaces si tienen acceso a oportunidades.
La situación de Nyong'o es diferente, sus padres llegaron a México por algo que lo ha caracterizado: recibir a refugiados políticos. Las inyecciones de capital humano que México recibió en el siglo XX fueron precisamente de quienes eran perseguidos por sus ideas, su religión, su origen étnico y por quienes escaparon de la pobreza de las tierras que los vieron nacer. En ese entonces México tuvo las oportunidades para retenerlos. Su talento contribuyó y coincidió con el desarrollo estabilizador.
Ahora parece ser al revés. México es exportador de capital humano desde hace casi tres décadas. Su magia y dinamismo se perdieron y es incapaz de producir las oportunidades que demanda el talento que nace todos los días. A Cuarón y Lubezki no hay nada que reclamarles; menos aún si sus logros los alcanzan con compañías oriundas de los lugares que los acogen. Todo lo contrario, son dignos de admiración, pues superaron adversidades aquí y allá. A ellos hay que sumar a la lista en el ámbito deportivo a: "El Toro" Valenzuela, Hugo Sánchez, el técnico Javier Aguirre, "El Chicharito" Hernández, por citar algunos. En el campo científico, Mario Molina, galardonado con el Premio Nobel de Química.
En el otro extremo a estos éxitos, tenemos a quienes nacen en un hogar pobre, en el cual la probabilidad de quedarse en esa condición es altísima. Así lo documenta "El Informe de Movilidad Social en México 2013: Imagina tu futuro" del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Es como si empezaras tu vida en un pozo que no tiene escapatoria, y sólo te dejan ver desde abajo todo lo que es posible que acontezca sobre la superficie. Ni siquiera es un túnel donde inician; ahí al menos tienes la posibilidad de buscar una corriente de aire o un rayo de luz que eventualmente te conduzca a una salida.
Los números sobre la pobreza nos muestran como un país muy injusto. De acuerdo con el informe de 2012 de Coneval, son 11.5 millones de mexicanos que viven en pobreza extrema, esto es que no tienen el ingreso mínimo para adquirir los alimentos que les proporcionen los carbohidratos y proteínas para llevar una vida normal. Si a esta cifra sumamos los que están en condiciones de pobreza moderada, la población en situación de pobreza es de 53.3 millones, que representa el 45.5% del total. Estas dimensiones de carencia son imposibles de remontar sólo con programas sociales, los cuales en el mejor de los casos atenúan el malestar. El crecimiento económico es indispensable, el cual tiene que ser vigoroso para que llegue también a los más pobres.
Es en este contexto en el cual tienen que pensarse y aplicarse las reformas estructurales en educación, salud, energía y la importante reforma de competencia. Tenemos que reconocerlo, México no está organizado para cultivar talento, identificarlo, atraerlo, retenerlo y hacerlo crecer. Sólo algunos tienen el privilegio, y son demasiado pocos. No hay igualdad de condiciones para acceder a la alimentación, la salud, la educación y a Internet, mucho menos para competir en igualdad de condiciones por los trabajos remunerados.
El gran desafío de la transformación es que estas reformas creen ambientes propicios para crear muchísimas oportunidades para quienes se atreven a abrir negocios, y de manera muy especial quienes empiezan con una microempresa. Las empresas son las fuentes de trabajo. Y para ello hay que hacer un cambio colectivo de chip. Necesitamos actitudes diferentes: ambición para mejorar lo que se ha alcanzado; ética de trabajo; reconocimiento al mérito; honestidad, honestidad y honestidad; respeto a reglas y leyes, con voluntad para cumplirlas; con la paciencia e inteligencia para ponerlas al día, y valor civil para indignarnos y exigir cuentas a quienes nos gobiernan. Las reformas van más allá de los cambios legislativos si de verdad buscamos un aumento en las oportunidades. Simplemente no se vale que el origen de nuestra cuna sea lo que determine nuestro futuro.