Aparecido hace pocos meses, el libro "El Capital en el Siglo XXI", del economista francés Thomas Pikkety, se ha convertido en centro de activa discusión y debate en revistas académicas de Europa y Estados Unidos. A lo largo de las casi 700 páginas de su edición inglesa, el voluminoso ensayo entra de lleno al tema de la alta concentración de la riqueza acompañada de vastos desequilibrios inevitable resultado del capitalismo.
El asunto es de vibrante importancia ahora que una legión cada vez más numerosa y competitiva de países "emergentes", se esfuerza con todas sus energías en su carrera hacia la prosperidad, a veces compitiendo entre sí, por alcanzar los altos niveles de prosperidad que tienen los países más industrializados.
Y es que el mundo del Siglo XXI ya no se divide nítidamente en países desarrollados y subdesarrollados como sucedía al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hoy los progresos tecnológicos, unidos a una inédita interconexión global, hacen que, salvo aquellos que aún no han superado la primera y elemental fase de su propio desarrollo, como es el caso de ciertos países africanos, prácticamente todos los países están empeñados en impulsar su desarrollo conforme a esquemas análogos.
La cuestión que Pikkety aborda en su libro es la inevitable desigualdad que surge del capital al ser el eje de la actividad de la sociedad. Con información que cubre tres siglos y alude a 20 países describiendo un nuevo esquema teórico que facilita una comprensión más profunda de los mecanismos subyacentes.
El autor advierte en la introducción que las respuestas pueden ser imperfectas e incompletas pero que se basan en datos históricos y comparativos más amplios que los que estaban a la disposición de los investigadores anteriores. "…Aunque el crecimiento económico moderno y la difusión del conocimiento han hecho posible evitar la apocalipsis marxista, en realidad no se han modificado las estructuras más profundas del capital y de la desigualdad, al menos no tanto como se imaginaba en las décadas optimistas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Cuando la tasa de retorno del capital supera el ritmo de crecimiento de la producción y del ingreso tal y como sucedió en el Siglo XIX y todo indica se repetirá en el Siglo XXI, el capitalismo genera en forma automática desigualdades arbitrarias e insostenibles que socavan los valores meritocráticos en que se basan las sociedades democráticas".
El economista Piketty continúa la síntesis introductoria de su libro afirmando que, pese a lo anterior, existen "caminos para que la democracia recobre su control sobre el capitalismo y pueda asegurar que el interés general prevalezca sobre el interés particular conservando a la vez una apertura económica y evitando reacciones proteccionistas y nacionalistas".
Hay países como México, Brasil e India que nos encontramos empeñados en promover mayor prosperidad general usando métodos y programas, aunque esencialmente semejantes, que tienen características propias. En nuestro país la serie de reformas estructurales que el gobierno actual promueve son la más reciente etapa de un proceso en que convergen visiones culturales norteamericanas y europeas amoldadas a la honda psicología mestiza. El modelo de desarrollo que estamos aplicando, calcado de los de países que han alcanzado un mayor crecimiento, así como las estructuras políticas, pretende conducirnos a los mismos estilos de vida de los países que imitamos y que desestima valores y tradiciones propias.
Si la evolución de los programas de crecimiento de producción y de ingreso nacional de los países "emergentes", lleva a repetir, por la inherente característica del capital, la creciente brecha de desigualdad socioeconómica, hace necesario revisar la marcha e intentar al menos evitar esta previsible situación.
Las coyunturas siempre pueden presentarse. El que hayamos escogido modelos de desarrollo que pasaron de la revolución social 1910 al de la economía de mercado revela una capacidad ingente de enmendar el rumbo que de no corregirse acentúa divisiones y enfrentamientos.
La búsqueda es igual social que personal. La desigualdad cuyo origen Pikkery disecta no tiene que ser fatal. Ha de remediarse con dosis de solidaridad y humanismo. Son estos los valores que se perdieron en el imperio del capitalismo.
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