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Que no cunda el pánico

SALVADOR KALIFA

El lunes y martes de la semana pasada funcionarios de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público publicaron artículos en varios de los periódicos de la Capital, unos días después de que el Inegi diera a conocer el magro crecimiento de la economía en el primer trimestre.

El mensaje pareciera ser: "Que no cunda el pánico", mas no queda claro quién está más atemorizado, si el público o el Gobierno.

En efecto, el lunes 26 de mayo el secretario de Hacienda, Luis de Videgaray, publicó "El Desafío de Elevar Nuestro Crecimiento" en el periódico Reforma, mientras que el jefe de la Unidad de Planeación Económica, Ernesto Revilla, publicó "¿Qué nos muestra el PIB del primer trimestre de 2014?" en el periódico El Financiero.

Al día siguiente, el subsecretario de Ingresos, Miguel Messmacher, publicó "El Crecimiento de la Economía y las Finanzas Públicas en 2014" en el periódico Milenio.

Esas publicaciones tuvieron como propósito central restarle relevancia al impacto negativo de la reforma tributaria y al dato de crecimiento del primer trimestre, justificar el recorte en el crecimiento esperado para todo el año de 3.9 a 2.7 por ciento, así como dar las razones por las cuales debemos esperar una mejoría sostenida de la actividad económica, no sólo en el segundo semestre de 2014, sino principalmente en los años venideros.

Son varios los temas que abordan los tres funcionarios para apoyar sus argumentos, pero entre los que más me llamaron la atención están los malabares verbales del secretario de Hacienda para hacer ver positivo su nuevo y más bajo pronóstico de crecimiento, así como que nos hablaran de los resultados esperados de las reformas como si fueran dogma de fe.

El secretario Videgaray quiso suavizar su menor previsión de crecimiento para la economía en 2014, que fue sin duda un reconocimiento tardío de lo que ya era un secreto a voces. Él afirma que "2.7 por ciento es una tasa de crecimiento superior a la que se pronostica este año para Estados Unidos, Europa y muchos de los países de América Latina". Tengo aquí un par de comentarios.

Primero, es poco profesional comparar el crecimiento de una economía avanzada con el que se registra en una emergente, ya que equivale a comparar peras con manzanas. Aun así, el estimado anual revisado para Estados Unidos (EU) por su mal primer trimestre se ubica en 2.6 por ciento, cifra que para todo fin práctico puede considerarse idéntica a la nuestra (claro, antes de nuestras próximas revisiones).

Segundo, la afirmación de que ese crecimiento de 2.7 por ciento es "superior" al de "muchos de los países de América Latina" quiere hacernos creer que el vaso está medio lleno, cuando en realidad está casi vacío.

Los pronósticos de crecimiento del Fondo Monetario Internacional actualizados en abril pasado muestran que ese estimado sólo supera a cinco de los 20 países de la región. Y entre esos cinco (¿muchos?) están casos desastrosos como Argentina y Venezuela, que son una pésima base de comparación.

Por lo demás, coincido con el secretario y los otros dos funcionarios en cuanto a que el crecimiento será mejor en la segunda parte del año, pero tengo mis reservas respecto a la importancia que tanto él como sus subordinados le dan a las reformas aprobadas por el Congreso para "detonar el gran potencial de la economía de nuestro país".

La gran mayoría de esas reformas dejan mucho que desear, por lo que poco o nada cambiarán el entorno económico. Esto es cierto, en particular, para la laboral y de educación, cuyas modificaciones me atrevo a afirmar que no contribuirán a superar el estancamiento crónico y prolongado de nuestra productividad.

Algo similar puede decirse de la reforma fiscal. No extraña que ellos la festinen, pues la diseñaron. No olvidemos, sin embargo, que lo mismo se hizo en todas las administraciones anteriores, para al final endilgarnos otra reforma para seguir financiando el apetito insaciable de gasto gubernamental.

Por otra parte, la reforma de competencia económica y la reforma financiera están lejos de ser tan trascendentes como señalan las autoridades, que por décadas han venido presentando cuanta reforma hacen como la panacea para nuestro desarrollo. Todas las anteriores no lo fueron y éstas tampoco lo serán.

Esto nos deja con las reformas de telecomunicaciones y de energía. Ambas son positivas y serán, muy probablemente, las que más repercusiones favorables tengan sobre el desempeño de la economía.

Qué tan favorables serán está todavía por verse. Nuestro largo historial de burocratismo y corrupción, así como las presiones continuas de una izquierda desorientada, serán obstáculos importantes que, desde mi punto de vista, retrasarán y limitarán sus beneficios.

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