Las calles se han llenado de gente que protesta, dándole visibilidad a sentimientos que hasta hace poco estaban dispersos. Al mismo tiempo, actos aislados confunden la discrepancia con la violencia. Se habla de grupos anarquistas y se habla de provocadores al servicio de quienes desean la represión.
La quema de la puerta de Palacio Nacional, en presencia de un general vestido de civil, parece un montaje para desacreditar la inconformidad y amedrentar a quienes deseen participar en futuras marchas.
Un clima ominoso se cierne sobre el país. De acuerdo con la ONG Artículo 19, el año pasado hubo 330 ataques a periodistas, muchos de ellos cometidos en el Distrito Federal en el contexto de manifestaciones. El curador y teórico del arte Cuauhtémoc Medina ha llamado la atención sobre la creciente criminalización de la disidencia. En una carta que circula en la red, se refiere a las detenciones ilegales que han ocurrido en los últimos días. La onda expansiva de los arrestos ha alcanzado a personas no involucradas en política, como Atzin Andrade, estudiante de La Esmeralda, o Laurence Maxwell, doctorado chileno que vive en México.
Es obvio que la gente está cansada de las molestias ocasionadas por las marchas y el cierre de carreteras. Este hartazgo se ha visto incrementado por la quema de coches y autobuses. En algunos casos esa piromanía es espontánea y surge de quienes no encuentran otro cauce para su indignación; en otros, parece provenir de quienes desean que arrecien las detenciones en curso. Pero sería un enorme retroceso que el gobierno federal y el capitalino criminalizaran la protesta, buscando la restauración de un sistema corrompido y carente de credibilidad.
¿Es posible generar un movimiento a partir de las energías en juego?, ¿crear un Frente Cívico que renueve la esperanza?
El prerrequisito para que eso suceda es que las causas ciudadanas tengan fuerza. En los últimos días la sociedad ha podido comprobar su impacto, no tanto en las plazas, sino en la reacción del gobierno. La cancelación del contrato otorgado a la compañía Higa para el tren México-Querétaro y la promesa de que la "Casa Blanca" será vendida son gestos que no restauran la dañada imagen de la Presidencia, pero muestran que toma nota de la indignación popular.
Nuestra opinión pública no tiene rostro definido; escapa a los desprestigiados partidos políticos y se dispersa en las miles de voces que reclaman un cambio.
¿Será posible articular eso en un frente común? La discrepancia ha tenido numerosas formas de expresarse en los últimos años, de la Caravana de Caravanas en apoyo al EZLN al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, pasando por #YoSoy132 y las movilizaciones por Ayotzinapa. Empresarios, juristas, figuras del espectáculo, sectores de la iglesia, estudiantes y profesores se han pronunciado en contra de la corrupción y la impunidad.
Para que un Frente Cívico plural prospere es decisivo que tenga muy pocas y muy claras metas. No se trata de rediseñar el país en detalle. Su objetivo no puede ser la renegociación de la deuda pública. Los temas puntuales vendrán después. Lo decisivo es cambiar el tablero y las reglas del juego. Luego llegarán las nuevas fichas.
Un tema puede unir el descontento: la legalidad, buscar que el ejercicio del poder pase por la ética. La clase política mexicana pretende criminalizar la inconformidad porque ella misma incumple la ley.
Necesitamos una reforma del Estado y nuevos modos de participación. En España, el colectivo Podemos ha impulsado estrategias heterodoxas para hacer política. Muchos cuestionan las metas de este movimiento. Le pregunté al respecto al analista político Josep Ramoneda y contestó: "Eso va a durar hasta que se peleen". La respuesta, que parece desalentadora, no lo es. El grupo Podemos busca cambiar el tablero de juego; cuando lo haga, cada tendencia será representada por piezas diferentes.
La urgencia mexicana es del mismo tipo. Necesitamos un horizonte confiable para participar. Eso no necesariamente implica ganar las elecciones; la ciudadanía ha mostrado su fuerza para influir en las decisiones del gobierno y los partidos. Es iluso pensar que los profesionales de la grilla harán el harakiri de dejarle su "negocio" a los ciudadanos, pero podemos presionar en esa dirección.
¿Será viable organizarnos en la diversidad para ciudadanizar la política? Esto, que parece un sueño guajiro, podría suceder en el país que llena los estadios para superar la realidad al grito de: "¡Sí se puede!".