Las porras laguneras han tratado de mantener la garra en la nueva 'Casa del Dolor Ajeno'. (Archivo)
A raíz de las bajas entradas en el Estadio Corona en las últimas jornadas, salvo el juego ante América que se llenó con americanistas, la afición santista ha sido seriamente vituperada en las semanas recientes: que si son inconformes, que si son reventadores, que no saben apreciar un buen equipo, que si no llenan el estadio, que cuando estaba el viejo Corona pedían nueva casa y ahora que la tienen no van, etcétera, etcétera. Sectores de la afición argumentan que el TSM es muy caro, que está muy lejos, que no debería jugar tal o cual jugador y otra larga lista de etcéteras, el debate continuará hasta que no se comprenda que el flamante TSM y el ahora extinto "Coloso de las Carolinas" son fenómenos sociales completamente diferentes que no podrán equipararse y en los siguientes párrafos le doy un breve atisbo del porqué.
Antes de entrar de lleno en el título de esta columna, quisiera dar una breve definición del término "villamelón", para que usted y yo, estimado lector, estemos en el mismo canal. El vocablo se usa actualmente para referirse a aquellas personas que no tienen conocimiento sobre un deporte, equipo o actividad cultural (porque no sólo hay villamelones en el futbol), pero participan de dichos eventos por moda o por hacerse partícipes de una ocupación social. Basten los siguientes ejemplos para quedar claros en el tema: el "villamelón" en los toros a toda acción del torero le grita "ole" aunque no sea meritorio y desconoce los pases taurinos y hasta los nombres de los matadores. El "villamelón" pambolero, por su parte, al llegar al estadio pregunta contra quién va a jugar el equipo local, desconoce su situación en el torneo que se está disputando y prefiere pasarse los 90 minutos del juego tomándose fotos o charlando con los demás "villamelones". Ese es el tipo de aficionado "villamelón".
Aunque de alguna manera comprendo la actitud del "villamelón", no la comparto por lo siguiente: actualmente para ir a ver el futbol basta con comprar boleto, asistir al estadio a la hora indicada y una cómoda butaca estará esperando para disfrutar del partido. Eso sí, por una cuantiosa cantidad de dinero. Pero uno hasta se puede dar el lujo de irse apenas con unos cuantos minutos de anticipación para ingresar al inmueble. Nada comparado al viejo Corona, a donde por lo menos tenías que "agarrar" camino desde el mediodía (si ibas desde Gómez, como un servidor) o mínimo estar dos horas antes del inicio del partido ya postrado en las tribunas para ganar un "buen lugar". Eso sí, tenías que irte preparado con agua fresca, gorra y sombrilla; lonche, semillas (porque antes sí podías pasar con tus alimentos y bebidas) y demás utensilios de sobrevivencia como bloqueador solar y un cojín para aguantar sentado en el caldeado cemento.
Soportar cuatro horas bajo el inclemente sol lagunero, se volvía un paseíllo cuando debías ir al baño, unos cuantos mingitorios y otros cuantos retretes eran insuficientes para el mar de gente hacinada en la tribuna de sol. Para el medio tiempo, ese antro se convertía en un hervidero de orines que le llegaba a uno a los tobillos.
Actualmente, en el nuevo Corona, los baños son cómodos, amplios y suficientes. Además de que puede uno levantarse confiadamente y regresar a su butaca para seguir viendo el juego. En las tribunas de Sol del viejo Corona no podías despistarte a la hora de levantarte al baño o comprar algo porque tu lugar ya podría estar ocupado por alguien más y si querías sentarte en la zona central de la cancha tenías que pagar una cuota extra, una especie de derecho de apartado, a personas que al parecer eran dueños de toda la zona; si querías estar con la porra, tenías que pagar otra cuota con la que se te entregaba una copia fotostática en la que se suscribía que uno tenía que permanecer de pie todo el partido cantando o gritando, además de ponerse bien marihuano, y eso para un gran sector de la tribuna era inevitable porque de todos lados le llegaban los "humazos".
Y en la liguilla era peor. Ya estaba uno con las rodillas en la nuca de la persona de la tribuna baja y con la propia en las rodillas del de la tribuna superior. Y en los goles llovía la cerveza y toda clase de líquidos de dudosa procedencia. Y cuidado con los que iban con la novia, porque a ésta la "surtían" con todo tipo de piropos de arrabal, aunque la mayoría eran en "cotorreo". Claro que todo esto dejó de pasar en el nuevo Corona y ahora hasta grupos de jovencitas se animan a ir a ver a los Guerreros.
Y aunque mucho del pasado suena mal y mucho del presente suena bien, todo lo acontecido ha sido para detrimento del gozo de vivir el futbol, porque todo lo señalado anteriormente que ocurría en el viejo Estadio Corona creaba un fuerte vínculo entre sus asistentes. Todos esos martirios o sufrimientos o como se le quiera llamar, unían a las personas de tal forma que se generaba un inconsciente colectivo que podría rezar más o menos así: si la persona a mi lado está sufriendo lo idéntico que yo sufro con el mismo objetivo que es ver a once Guerreros en esta cancha, entonces es mi hermano, por lo tanto todos los que están aquí luchando en este estadio son mis hermanos.
Y creo firmemente que ese sentimiento de lucha se transmitía a los jugadores, que al no ser indiferentes a estos escarmientos, pensaban: si esta gente viene a sufrir por mí, a morirse de calor por mí, a guisarse las nalgas en esta carcasa de concreto por mí, entonces yo voy a matarme en esta cancha por toda esta gente. Y fue así como esa carcasa de concreto llamada Estadio Corona cobró vida y se convirtió en la "Casa del Dolor Ajeno" y esos futbolistas que se partieron el alma se transformaron en Guerreros. Porque cualquiera que no conociera ese sufrir se volvía un enemigo y para muestra bastan los números de Santos como local, el vetusto inmueble se convirtió en una frontera infranqueable para los visitantes, quienes desconocedores del sufrir lagunero se preguntaban ¿quiénes son estas personas que tienen que recibir un baño de los bomberos para aguantar un partido con este calor? Gracias a ese impulso, todos sus campeonatos en el futbol mexicano Santos Laguna los ha conseguido cerrando en casa.
Además, todos esos múltiples suplicios, blindaban al Corona de los "villamelones" o de los desinteresados en el balompié, si estabas dispuesto a sufrir era porque realmente te gustaba el deporte de las patadas, si no, no tenías nada que hacer ahí. Y ahí es en donde está lo malo de ir a "villamelonear", en que se pierde esa mística que tiene ir a ver el futbol por disfrutar del futbol, por contagiar a once jugadores de alegrías y de tristezas. Por preferir ver el partido en el bar de la zona de plateas que voltear la cabeza y vibrar con lo que pasa en la cancha.
Cuando yo era niño, mi papá tuvo la sana costumbre de llevarme esporádicamente a los juegos de Santos Laguna en el viejo Corona. De esos entonces, he de ser franco, no recuerdo marcadores, o muchos nombres de jugadores o técnicos, pero sí tengo grabadas un sinfín de emociones. Recuerdo llegar y oler el pasto recién regado y sentirme como en una cofradía, en una hermandad, en la que todos gritaban con todas sus fuerzas por un equipo que, sentían, representaba sus mismos valores en un estadio que cobraba vida por toda la calidez de su gente. El nuevo Corona es un estadio hermoso, moderno y cómodo, pero carece de esa vitalidad, de ese sentimiento que sólo las emociones le pueden dar.
Aún así, soy de los que piensa que a la afición no le puedes exigir más que buen comportamiento, para mí la afición es como una semillita, debes regarla, cuidarla, fertilizarla y si las condiciones son propicias, florecerá. Si las circunstancias no son apropiadas, por más que se le ruegue la semilla no germinará. Así es como creo podría regresar la afición al TSM, pero por lo descrito anteriormente no volverá a ser como en la antigua "Casa del Dolor Ajeno".
Esta es sólo mi visión, si usted, querido lector, tiene la propia, compártala a mi correo cpacheco@elsiglodetorreon.com.mx