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Restauración o apertura

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

En la historia de las sociedades hay momentos que definen su futuro, son momentos de inflexión que marcan una diferencia entre un estado o condición presente con otro futuro, donde se conoce el primero, pero no el segundo. La pregunta que algunas personas nos hacemos es si la sociedad mexicana actual atraviesa por uno de esos momentos, donde parece ocurrir un proceso en el que se pretende restaurar el viejo régimen político y ante el cual surgen resistencias que se oponen a ello.

Algunos dirán que durante las últimas tres décadas el país ha cambiado, que las reformas económicas neoliberales aplicadas por el salinismo han conducido a una mayor apertura que ha transformado el viejo régimen político; sin embargo, ante los innegables cambios económicos en los que sustancialmente el capital privado ha sustituido la intervención estatal en una gran parte de las áreas estratégicas de la economía, lo cierto es que ese viejo régimen político no ha sufrido cambios sustanciales.

Así, mientras que la economía ha presentado este cambio inducido en gran parte por la influencia externa de la globalización y la propia política económica mexicana que adecuó el desarrollo endógeno a los tiempos actuales del capitalismo mundial, han sido los procesos sociales y políticos internos que surgen de las contradicciones del desarrollo capitalista nacional los que han provocado una mayor apertura democrática, arrancándole conquistas importantes al viejo régimen político.

Las reformas neoliberales han propiciado que actualmente el manejo de importantes actividades económicas recaiga en empresas y corporaciones privadas, y las continuidad de esas reformas promovidas por el actual gobierno ampliaran ese manejo en sectores que aún el Estado mexicano controla, como el energético, pero dichas reformas económicas no han significado un cambio en las condiciones de vida de la mayor parte de la población mexicana, el éxito económico se ha traducido en un fracaso social que se enfrenta básicamente con políticas asistenciales que sólo administran la pobreza; de ahí que la expectativa que expresan las elites económicas y políticas sobre el impacto de estas últimas reformas no sea del todo compartida por una gran parte de los mexicanos.

En el ámbito político, el viejo y caduco régimen no sólo se resiste a cambiar, sino que esas élites pretenden restaurarlo, los gobiernos de la alternancia dieron continuidad a las reformas económicas neoliberales, pero mantuvieron esencialmente igual las estructuras políticas del Estado mexicano, ya que las innovaciones que introdujeron como la legitimidad en las elecciones y la transparencia en el ejercicio público no han cristalizado en la confianza de los ciudadanos, en tanto, el país se les deshacía en las bases mismas de la sociedad.

Y es esa resistencia a mantener el viejo régimen político lo que nos preocupa, puesto que en vez de abrir espacios de participación a la sociedad desde la propia política pública y con ello ganar en la gobernabilidad democrática, lo que se ha denotado en los dos últimos años es un intento de restaurar los mecanismos y prácticas que funcionaron en el pasado y que hoy ya no operan en amplios sectores de la sociedad, sobre todo en aquellos lugares donde la exclusión social es más seria y la respuesta estatal a las expresiones de inconformidad han sido tradicionalmente represivas, y es por ahí donde surge el vendaval que estamos observando en estos momentos.

Lo cierto es que desde el Estado mexicano, en una gran parte de sus estructuras de los tres poderes de la unión y en los diferentes niveles en que se ejerce, la descomposición es tal que con la mano en la cintura se desaparecen 43 jóvenes, las complicidades entre el poder económico, político y el crimen han creado un clima de inseguridad que genera el hartazgo como sucede en Michoacán o Guerrero, con el riesgo de que la protesta social sea criminalizada y frenada con los mismos métodos extremos en que ocurre, en vez de abrir espacios de participación en el ámbito público.

El dilema actual, ante un país desgajado en los cimientos de su tejido social, parece plantearse la disyuntiva entre restaurar el viejo régimen político y abrir más los espacios de participación social, de reconocer que ámbitos en los que la sociedad reclama el ejercicio de ciudadanía, donde las obsoletas estructuras corporativas y clientelares que caracterizan la relación entre el Estado y la sociedad que ya no funcionan sean cambiadas por otras con mayor legitimidad.

La duda que algunas personas tenemos es si estamos en el inicio de ese punto de inflexión social y política, si lo que ocurre es un proceso que apenas empieza y que, queramos o no, tarde o temprano nos involucrará directamente como ocurrió con nuestros connacionales durante la primera mitad del siglo pasado. Ante esto, no sólo debemos observar a distancia los eventos que diariamente están sucediendo, sino que además de estar informados, también debemos opinar, que nuestros puntos de vista sean escuchados y, desde nuestra vida diaria, incidir para que tanto desde el poder público como desde nuestro propio ámbito ciudadano tenga un desenlace que democratice el país y le permita transitar al otro extremo del punto de inflexión, a un país mejor.

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