Él estaba despertando de una terrible y agobiante pesadilla, en que se veía con la chaquetilla arrugada, sucia, que a lo lejos se veía que en su vida había conocido agua y jabón, que era parte del uniforme que lo identificaba como servidor público, recibiendo el consabido regaño de su superior quien con el rabillo del ojo vigilaba que nadie estuviera lo suficientemente cerca para darse cuenta que sólo se trataba de una mise en scene, se escuchaba la voz del jefe que gritando le llamaba la atención al subordinado "les he dicho una y mil veces que si el ciudadano alega en contra del hecho concrétense a levantar la infracción y aléjense, no lo detengan, esto es, sin apergollarlo déjenlo que se vaya, no lo molesten y menos lo agredan privándolo de su medio de transporte, bajo ninguna circunstancia".
Era una bicicleta desvencijada de las llamadas balonas. En horas tempranas ya devoraba, a dale y dale a los pedales, las calles de Torreón, aún estaba lejos el parque Raymundo, nuestro destino en ese entonces. A la entrada del poblado de Lerdo a un lado de lo que es ahora el monumento a Francisco Sarabia, un badulaque, agente de vialidad con cualquier pretexto baladí nos detuvo. Si la memoria me es fiel se quedó con dos billetes de a peso como en la canción de Bartola y nos dejó seguir nuestro camino. Lo cuento para que se vea no han cambiado las cosas desde ese entonces, 1940, año en que dio inicio la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué habrá en los genes de esos cochambrosos agentes que repiten sus hazañas una y otra vez sin importar el transcurso del tiempo?
En la época actual, se encontraban parados sobre la banqueta. Las moscas asediaban al uniformado como si se tratara de un personaje dibujado por Abel Quesada. El agente de tránsito raso no sudaba ni se abochornaba, desde sus primeros tiempos en la corporación se dio cuenta de cómo se hacían de la vista gorda los jefes ante la extorsión descarada a cuanto vehículo le tocaba la desgracia de circular en las calles que bordeaban a las orillas de la bucólica ciudad de Lerdo. Si el agente inglés James Bond contaba con permiso para matar, los agentes viales, todo parece indicarlo, estaban y están autorizados para extorsionar. Lo malo para el uniformado es que la persona que detuvo, esta vez, pertenecía al grupo Ruedas del Desierto.
Tenía la sensación de haber vivido anteriormente, una situación similar, conduciendo un vehículo de dos ruedas, que se estaba repitiendo como una calca de la primera vez en lo que los franceses han dado en llamar Déjà vu. Que es una experiencia de la que no tenemos idea cuando haya sucedido pero, de pronto, tenemos la certeza que ocurrió en horas pasadas. Percibimos el episodio, pero nuestra mente no recuerda cómo y cuándo y de qué manera sucedió, si es que realmente pasó, dando lugar a que se piense o que no aconteció o es resultado de un mal sueño, sin embargo tenemos la certeza de que en algún momento de nuestra vida pretérita tuvo lugar ese hecho ultrajante y bochornoso. Como si se tratara de un feroz delincuente el ciclista fue sometido por el servidor público pretendiendo confiscarle su vehículo con fuerza desmedida.