Unos 30 aficionados santistas apoyaron con cánticos y tambores a sus Guerreros en el Estadio Julio H. Grondona.
Nada. Ni un tren, ni un camión urbano. Sólo algunas líneas de subte (metro) dieron servicio. El último partido del Santos Laguna en la fase de grupos de la Copa Libertadores coincidió con un paro prácticamente total de transporte en toda el área metropolitana de Buenos Aires. Varios líderes sindicales hicieron sentir su poder y la ciudad amanece con un vacío extraño.
Plaza Constitución es un sector al sur de la capital que funciona como importante nodo de comunicaciones. Hay un paradero donde convergen gran cantidad de rutas urbanas, y además cuenta con una de las estaciones de tren más importantes del país. Cualquier jueves por la tarde es un ir y venir de pasajeros. El jueves 10 parece más bien un domingo por la mañana.
De Estación Constitución parte el tren que dos estaciones más adelante nos deja en Sarandí, un suburbio perteneciente al partido (municipio) de Avellaneda. Ahí surgió hace más de cincuenta años Arsenal Futbol Club. Equipo que casi toda su historia merodeó las divisiones inferiores del futbol argentino hasta que en 2002 subió a Primera División. Su logro más importante fue aquella Copa Sudamericana que ganaron al derrotar al América.
Y Santos. La última vez que los Guerreros pisaron una cancha en Argentina sigue guardada en la memoria de los aficionados. La alegría por el triunfo a domicilio a River Plate en el Monumental, pero la amargura por la derrota en penales y aquellas decisiones arbitrales. "Qué robo", recuerda cualquier mexicano que topas por la calle.
Llegar a Sarandí sería cosa simple cualquier otro día. No hoy. Los pocos aficionados santistas que hicieron el largo viaje hasta Argentina no los va a detener un paro. Ya sea con algún transporte especial o un taxi, pero ahí están: más de 30 gargantas que a veces suenan más que la barra de Arsenal con sus bombos y platillos.
La familia de Mauro Cejas le agrega un toque argentino a la cabecera donde se ubican los laguneros. Los miembros de La Tribu y La Komún, que pocas veces pueden desplegar sus trapos debido a las restricciones de la FMF, ahora las lucen con orgullo. Y no paran de cantar: "Santos, mi buen amigo, esta campaña vuelvo a estar contigo...".
El Estadio Julio Humberto Grondona es muy pequeño. Apenas alcanza los 16 mil espectadores, y da la sensación que el viejo Corona fuera más imponente.
En la cancha, poco qué decir cuando hay tan poco en juego. Un Santos lleno de suplentes y juveniles, y el espectáculo ausente. Un 3-0 que no da espacio a dudas. En el segundo tiempo apenas un remate de Salinas que el arquero Limia termina por desviar a tiro de esquina. La avanzada lagunera se emociona, pero no puede gritar gol del otro lado del mundo.
La mitad de la barra tiene que retirarse del estadio poco antes del final. Su vuelo de regreso a Torreón sale en unas horas y el viaje hasta el aeropuerto de Ezeiza es largo. Los pocos que se quedan despiden con aplausos a los Guerreros, que no tendrán que esperar diez años para volver a Buenos Aires. El Lanús de los mellizos Barros Schelotto los espera la próxima semana a unos cuantos kilómetros de Sarandí, también en el sur del Gran Buenos Aires.
La poca afición de Arsenal se dispersa rápidamente. El taxi toma la autopista a La Plata y en unos cuantos minutos el brillo de la 9 de julio, con su obelisco y sus luces, llena el panorama.