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Sin contrapesos

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

Los resultados de las elecciones de diputados locales en Coahuila, en las que el Partido Revolucionario Institucional gana el total de las diez y seis diputaciones de mayoría al Congreso del Estado, ofrecen una cómoda plataforma para que el gobernador Rubén Moreira siga actuando sin contrapesos hasta el final de su sexenio, y por consiguiente en la opacidad y en la falta de rendición de cuentas que ha caracterizado a su régimen.

Es verdad que se trata de una elección que suscita poco interés entre los votantes, ya que por calendario está separada de la elección de gobernador y de alcaldes. Sin embargo, los niveles de corrupción sin precedente que ofrece el Moreirato y el triunfo de la oposición en algunos de los más importantes municipios del Estado el año pasado, dieron pie para esperar que la oposición ganara por mayoría dos o tres de los distritos electorales en los que se divide la entidad, lo cual habría marcado una tendencia sana de cara al futuro.

Con independencia de que haya sido una elección de estado como en efecto lo fue, los resultados no corresponden a lo que podría esperarse como reacción de los electores, frente a un gobierno cuyos frutos no sólo han sido malos sino pésimos. Es evidente que el régimen moreirista se sostiene en virtud de la inconsistencia de la oposición, la complicidad o cobardía de la clase dirigente de la sociedad (minorías selectas), y la escasa participación cívica que en el caso se concreta en una votación muy baja del treinta y nueve por ciento.

De lo anterior podemos esperar que para el próximo relevo de la gubernatura, la línea de sucesión siga en favor de algún otro miembro de la familia Moreira, lo cual no es una previsión ni alarmista ni exagerada, pues hay que recordar que hace pocos años, la sucesión entre hermanos consanguíneos que se avizoraba en Coahuila, nos parecía increíble hasta que ocurrió.

Muchos ciudadanos, incluso algunos de ellos priistas que dicen estar hartos del Moreirato, acarician la esperanza de que el presidente Enrique Peña Nieto, en su condición de primer priista del país, intervenga en forma decisiva en la designación de quien vaya a ser candidato del PRI a la gubernatura de Coahuila dentro de tres años y hasta mencionan a Javier Guerrero y Alejandro Gutiérrez, como posibles abanderados del tricolor.

Sin embargo, tal expectativa no puede darse por segura, porque Peña Nieto estará en el quinto año de su mandato y sabrá Dios cuál vaya a ser el escenario político en el año 2017, en relación con la propia fuerza de Peña Nieto y el reto que será para el habitante de Los Pinos, la sucesión presidencial de 2018. Lo cierto es que los gobernadores priistas cada vez gozan de mayor espacio de maniobra y no precisamente para bien, porque se comportan como señores de horca y cuchillo y en el caso de Coahuila, con especial intensidad y descaro.

Peña Nieto también se acomoda a ese estado de cosas. Debemos considerar que si Moreira controla el Estado al costo que fuere y por más que sea en perjuicio de los coahuilenses, el Presidente de la República no se va a pelear con él, sólo para salvarnos de nuestra apatía cívica y de nuestra torpeza política.

Como consecuencia, no queda para los coahuilenses sino seguir por el mismo camino los tres años que le faltan a Rubén y tal vez por otros seis años más, o reaccionar y ponernos de pie como sociedad políticamente organizada, para dar fin a un mal gobierno que es responsable del endeudamiento creciente, la corrupción, la opacidad, la inseguridad, la mediocridad y el oscurantismo que nos ahogan.

Los ciudadanos de Coahuila tenemos dos años y medio de plazo para generar un acuerdo político, que nos de la fuerza suficiente para sacudirnos al moreirato.

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