Siglo Nuevo

Sólo sé que nada sé

CUARZO ROSA

Sólo sé que nada sé

Sólo sé que nada sé

Cecilia Lavalle

“De lo único que estoy seguro, es que no estoy seguro de nada”, me dijo un buen amigo. Esa misma certeza la formuló de manera más simple el sabio griego Sócrates: “Yo sólo sé que nada sé”. Pero, claro, él no era el padre de una adolescente.

Mi amigo es padre de una adolescente que desea, una vez concluido su bachillerato, quedarse un año sin estudiar, para pensar y aprender cosas de la vida que la escuela no enseña. Así se lo dijo, y desde entonces, mi amigo se rasca la cabeza tratando de encontrar la mejor respuesta, el mejor camino para su hija.

He de aclarar que la hija de mi amigo es una joven estudiosa y muy talentosa para varias disciplinas. Pero a él, que es un profesionista estudioso y exitoso, eso de la pausa en el camino «na’más» no le cuadra.

Como el padre amoroso que es, y el hombre reflexivo y sabio, que también es, escucha las opiniones de quienes los queremos, de quienes ya pasamos por una coyuntura similar, y de quienes no tienen la menor idea, pero igual opinan (nunca faltan, ¿cierto?). Escucha los argumentos que le ofrecemos y esgrime los suyos. Al final sigue pensando que no está seguro de nada.

Y, honestamente, no hay manera de tener seguridad alguna. Nuestras hijas e hijos llegan sin manual. Así que en la tarea de educar, de formar, de guiar, vamos a ciegas. Con la mejor voluntad y el mejor amor, seguramente, pero a ciegas. Al terminar el bachillerato, mi hijo mayor se tomó poco más de “un año sabático”, como pomposamente le llaman a esta pausa en el camino, misma que, por otra parte, no es inusual en esta generación. El argumento fue casi el mismo. No sabía qué camino tomar.

Su padre y yo decidimos aceptar su pausa y fuimos pacientes, hasta que nos colmó la paciencia y pusimos condiciones y límites claros. No es que estuviera descarriado o con malas compañías; nada de eso. Es que no tomaba decisiones y lo veíamos sin rumbo, perdido. Pero eso de poner límites y condiciones, no vaya a creer que fue así de simple como se lo cuento. ¡Qué va! Fue más bien como intentar ajustar un reloj que tiene una máquina extraordinaria, pero al que mucha cuerda lo puede echar a perder y poca cuerda lo mantiene paralizado.

Restringimos dinero, propusimos alternativas de estudio, lo apoyamos en un pequeño negocio (del que salió sin ganancias, pero sin pérdidas), hasta que le ofrecimos tomar un curso en otra ciudad, lejos de casa. Cuando me preguntaban qué hacía mi hijo, yo contestaba: crecer. Porque más allá de lo que pudiera aprender con las asignaturas del curso, en realidad fue a madurar.

Mi hija, en cambio, no quiso perder un solo minuto en nada que no fuera prepararse académicamente, y con 23 años encima, ya terminó una licenciatura y un máster. Lo que aprendí en ese proceso es que, en efecto, se camina a ciegas, que a veces aciertas y a veces no, y que influyen muchas cosas, entre ellas, la personalidad de tu hijo, de tu hija, tus circunstancias, sus circunstancias, las circunstancias del país, los valores en los que creemos.

Tal cual le conté todo esto a mi amigo, quien me escuchó pacientemente, antes de decir que de lo único que estaba seguro es que no estaba seguro de nada. Entonces, hice lo mejor que se puede hacer en estos casos: lo abracé amorosa y solidariamente.

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