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Solo y sin marca

Alejandro Rodríguez

En particular llevo un extraño conteo de mi vida con una imaginaria y tortuosa línea del tiempo, en episodios de cuatro años, guiándome por los Mundiales. De modo que para mí es fácil saber qué estaba haciendo en 1993, en 1999 o en el 2003, porque rápidamente recurro al Mundial más cercano, en dicho caso al de Estados Unidos 94, al de Francia 98 o al de Corea/Japón 2002, y ya ubicándome en el evento mundialista, me voy arriba o abajo uno o dos años para ubicarme en un espacio temporal.

Reconozco que cualquier escuela de psiquiatría se espantaría ante mi cronología mental, pero no es más que una añeja medición del tiempo de la antigua Grecia, es decir, una Olimpiada. Los antepasados helenos consideraban una olimpiada al tiempo transcurrido entre unos Juegos Olímpicos y otros, de modo que con esa explicación me excuso para justificar mi mapa mental.

De niño, al hojear los grandes libros de la Historia de los Mundiales, uno admiraba los grandiosos records que desde épocas pasadas forjaron grandes futbolistas. Ahí estaba Gerd Müller y su marca como el mejor goleador de las copas del mundo de todos los tiempos. Le seguía el mítico goleador francés Just Fontaine, con sus 13 goles conseguidos en un solo certamen. Eran números, leyendas, que ningún jugador moderno podría alguna vez alcanzar.

Se jugaba el Mundial de Italia 90 y los marcadores eran con pocos goles, apenas había delanteros estrellas y ninguno estaba en su mejor momento: Hugo Sánchez ni siquiera asistió por el castigo a México; Van Basten jugaba lesionado y pasó desapercibido; Anton Polster jugaba para Austria y eso lo condenaba al fracaso. Los Ruud Gullit, Carecas, Klinsmans, eran bastante buenos pero no con la materia para igualar a las viejas glorias.

Conforme han pasado los Mundiales, las cosas han cambiado. Lo impensable, pasa. Lo que en su momento era remoto, ahora es anécdota. Que Francia quede campeón. Que España lo haga. Uno sabía de memoria dos cosas muy ciertas: que Brasil y Alemania jamás se habían enfrentado en un Mundial; y que un país europeo jamás se había coronado en América, pero que Brasil sí lo había hecho en el Viejo Continente en sólo una ocasión, en Suecia 58.

Crecimos, el futbol dejó de ser nuestro todo como lo era en la infancia y ahora es sólo una parte importante del día a día. México no alcanzó el quinto partido durante 20 años, la anécdota fue la misma, pero con diferente reparto; los brasileños y alemanes se enfrentaron por fin en un Mundial y de paso Ronaldo rompió todos los mencionados records de los campeones de goleo.

Llegó Brasil 2014, quizá el Mundial que más mitos ha dejado enterrados en la historia: que Brasil es intocable, pues la humillación que le propinó Alemania jamás se le hubiera ocurrido al más erudito de los conocedores. Y si acaso alguien la imaginó: no en la casa carioca, no en semifinales y no de esa manera.

De paso, aunque esto de alguna forma ya se esperaba, Miroslav Klose, sin ser tan espectacular (aunque sus marometas sí lo son, pero no comparadas a las de Hugo) se convirtió en el mejor goleador de la historia de los Mundiales con sus 16 anotaciones en 4 copas del mundo. Y lo más sorprendente es que, a diferencia de antaño, ahora sí hay quién lo iguale y supere, y es nada más ni menos que su propio compañero en la delantera teutona, el sorprendente Tomas Müller, con 24 años de edad y ya 10 goles en torneos mundialistas.

Los Mundiales pasan, el tiempo transcurre, records caen, grandes imperios de la cancha se desmoronan, la clase media futbolística (México, Colombia, Chile, Argelia) va emergiendo y el futbol simplemente va cambiando junto con la historia.

Pasan los años y seguimos viendo futbol pero, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Twitter: @AlexRodriguezSa

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