Sostener contra todo
Vivir consiste en alcanzar certezas. Diferenciar el bien del mal puede llegar a ser tan malo como rendirse, o tan doloroso como un instante en el cadalso. Tabucchi nos entrega una vida, disponible en video, que hace de la libertad una última declaración con tintes de suspiro.
“Sostiene Pereira que le conoció un día de verano. [...] Parece que Pereira se hallaba en la redacción, [...] Y él, Pereira, reflexionaba sobre la muerte”. Así comienza, con algunas palabras más desde luego, un buen lugar de la literatura que es la obra de Antonio Tabucchi. Hay libros -por fortuna los hay- que además de ser un conjunto de página, son eso: países, mundos, universos, además de lugares comunes del cuerpo, como el corazón, el cerebro o la entrepierna.
Conocer a Pereira es conmoverse, y concluir una y otra vez que el mundo vale la pena después de todo. Los mejores amigos se encuentran en los momentos más oportunos, y los testimonios de dicha amistad pueden llegarnos de las formas más -en apariencia- imposibles. Ni siquiera un agente del terror -siempre que esté armado con una máquina de escribir y aunque su trabajo consista en capturar los gritos de dolor- puede erradicar la bondad latente en ciertas confesiones, manifestada con ciertas palabras, por ciertos buenos hombres.
Porque Pereira se involucra en un asunto que no le pertenece, y sin embargo, lo hace tan personal como si fuera un padre protegiendo al hijo, o un prudente hermano mayor cuidando del pequeño y temerario consanguíneo, o -esto es mejor-, como el amigo que está dispuesto a sacrificar su vida, entregando la llave de su casa al camarada prófugo del sistema. La solidaridad, cuando es auténtica, es una de las mejores formas -junto al amor constante aun en los tiempos difíciles- de la felicidad momentánea; la única posible bajo la dictadura del miedo.
LAS CUITAS DE UN PERIODISTA
El señor Pereira es director de la página de cultural del Lisboa, un periódico vespertino de la capital portuguesa. Conoce, por aquello de contratar un poco de ayuda, a Monteiro Rossi, un joven que contra la voluntad del señor Pereira, lo pone en contacto con gente que sostiene la más penosa de las luchas, esa que defiende al hombre del hombre convertido en aparato opresor y sangriento.
¿Y qué hace Pereira? Sostiene a ese chico de su bolsillo, con sus brazos y pensamientos, encuentra que es difícil ayudar, pero resulta imposible no hacerlo. Entre limonadas y ahogos, entre libros y autores, Pereira va dejándose llevar hacia ese límite que separa a los vivos de los apenas vivos. Los actos y los pasos del señor Pereira, lo van poniendo en la mira de la maquina, porque la claridad se va haciendo cada vez más deslumbrante mientras el miedo y sus aliados, la censura, la reprimenda y el castigo, se van configurando como algo cada vez más insignificante.
Poco importan la enfermedad física y el temblor inspirado por la cobardía, cuando un hombre encuentra la misión que lo invita a ampliar el valor, el desdén hacia el riesgo, y éste acepta el reto de la única manera admisible: diciendo que sí a convertirse en «llave» del amigo en peligro, y para ello no es necesario que lo diga, basta con pasar del silencio a los hechos.
TABUCCHI Y MASTROIANNI
Sostiene Pereira fue publicada en 1994. Su autor, Antonio Tabucci, falleció en marzo de 2012. El escritor, de origen italiano, dejó otras notables muestras de narrativa en títulos como La cabeza perdida de Damasceno Monteiro y Piazza d’Italia.
Un año después de su publicación, se estrenó una adaptación al cine con Marcello Mastroianni en el papel de Pereira. La dirección corrió a cargo de Roberto Faenza y el film es una versión apresurada de la novela; tiene un ritmo acelerado y son escasos los silencios. Un magnífico pretexto para dicha escasez es la banda sonora a cargo de una leyenda llamada Ennio Morricone. La dirección es acertada; la cerca de hora y media de discurso audiovisual, parece insuficiente; nos deja con la sensación de una buena comida que por designios del hado y desgracia de los hombres, no es inagotable. El libro también nos deja con esa sensación. No se entienda que se trata de algo malo. La que habla es la voz de quien anhela prolongar las buenas obras hasta el extremo del tiempo, más allá del sueño y el colapso.
De la actuación de Mastroianni es mejor no hablar. Los premios y el reconocimiento obtenido por una cinta dan claves, pero no la experiencia definitiva que se obtiene al ser testigos directos de actuaciones que no le dejan al comentarista de cine otro recurso sino el adjetivo de «inenarrable». Para justificar esa falta de valor, o de criterio, deberían bastar pruebas como la interpretación de Massimo Troisi en Il Postino.
Sostiene Pereira, además, fue uno de los últimos trabajos de Mastroianni; el actor italiano falleció en 1996. Quien observa la última secuencia de la cinta, no podrá olvidarla fácilmente. El film de Faenza -y esto se agradece- contiene pasajes de la novela. Al ver la película, en su idioma original, uno se siente cinéfilo, y si ya se conoce el libro, se concluye que a pesar de todas las malas experiencias extraídas de esa unión forzada entre literatura y cine, hay esperanza para las adaptaciones cinematográficas:
la prosa de Tabucchi.
“Aquella tarde, sostiene Pereira, tuvo un sueño. Un sueño hermosísimo, de su juventud. Pero prefiere no revelarlo, porque los sueños no se deben revelar, sostiene”, y así uno entiende que eso de las repeticiones no es, en todos los casos, un defecto a la hora de escribir, porque la prosa, como el corazón, tiene un ritmo que, si llega a parecerse a los latidos, nos habla con la cadencia de ciertas ternuras, en el lenguaje de ciertas delicias, con la música de ciertos y muy ciertos sueños de los que no se despierta sin sentir una punzada de infelicidad. La reiteración es, también, reafirmar lo que se ama.
La novela de Tabucchi, como toda buena obra, no se apoya solamente en su protagonista. En ese sentido, el personaje del doctor Cardoso merece una mención honorífica, especialmente a raíz de la exposición que hace de la teoría de la confederación de las almas. De acuerdo con el doctor, en cada uno de nosotros existe una cohorte de almas que se pone bajo el control de un «yo» hegemónico, de manera que nuestro ser depende del dominio de éste, el cual puede ser vencido por otro «yo» que surja con más potencia.
El doctor hace esa exposición luego de que Pereira le confiesa la desazón que sufre por sus nuevos amigos. Cardoso le dice al protagonista que, tal vez, “tras una paciente erosión haya un «yo» hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede apoyarlo”.
Monteiro Rossi es otro de los entrañables habitantes de ese lugar que es la novela de Tabucchi: “[...] ¿sabe usted, señor Pereira, sabe qué gritan lo nacionalistas españoles?, gritan ‘Viva la muerte’, y yo no sé escribir sobre la muerte, a mí me gusta la vida”. Esa declaración de principios no es fácil de entender en toda su magnitud; apreciarla, en cambio, resulta más sencillo.
EL FUEGO DE LA VERDAD
Ser periodista en el mundo del terror es algo cercano al suicidio. Pereira sostiene sobre sus hombros, el ideal del cambio, porque incluso aquellos que gozan de la comodidad, pueden atreverse a dar la razón al otro. Basta con la sospecha de que el otro, el que ama la vida y lucha contra el hombre convertido en aparato opresor, tiene la razón para que el cambio comience a formarse, a echar raíces y profundizar el alcance de sus designios.
Ser periodista en tiempos de verdugos con charola, es algo cercano a inmolarse. Sostener a un amigo, como sostiene Pereira a Monteiro Rossi, no es cualquier cosa, no es cualquier testimonio y no es cualquier lugar. Porque la auténtica patria de los hombres, de los buenos al menos, es del tamaño de un puño cerrado que se alza para gritar “no más”.
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