Sustentabilidad es uno de los términos que más se utiliza en el ámbito académico-científico y político; en el primero, cada vez son más los currículos y los proyectos de investigación que lo incorporan como parte de la innovación educativa y de generación de conocimiento, mientras que en los segundos se han creado oficinas con ese nombre y se convierte en una moda aplicada a los discursos electorales o de gobierno. Aún con sus acepciones que reflejan la laxitud con la que se usa dicho término, lo cierto es que no ha permeado en la percepción de la mayoría de las personas, ni mucho menos es parte de su visión del mundo, de su cultura o de los valores éticos que forman parte de ella.
La definición más recurrida de sustentabilidad es aquella que surge en 1987,del llamado Informe Brundtland ("Nuestro futuro común") de Naciones Unidas, donde se establece que el "desarrollo sostenible es aquel que garantiza las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades", definición no propiamente científica sino ético-filosófica, en la cual más que una explicación de hechos es un mensaje a la humanidad.
Aún en el ámbito académico-científico podemos encontrar diversas definiciones, construidas mayormente a niveles disciplinarios aunque existen esfuerzos que tratan integrarla, como sucede con las llamadas Ciencias Ambientales, o a niveles conceptuales como las denominadas teorías del eco-desarrollo. Lo cierto es que sustentabilidad es un término que cobra boga a partir de los problemas y los estudios elaborados sobre los procesos de deterioro que sufren los recursos naturales y el impacto que tienen en la población humana.
Esta última percepción ha generado otros errores sobre el significado de lo que es o pretende ser la sustentabilidad, al propiciar el entendimiento de que se refiere sólo a aspectos ecológicos o ambientales, que su formulación y aplicación se centra únicamente en aspectos de este tipo como el deterioro de la calidad del aire, del agua o el suelo, la pérdida de la biodiversidad, cuando estos fenómenos son consecuencia de otras causas.
Quienes estudian estos problemas y los ven como otros más del desarrollo, caso del desempleo, pobreza, deficientes servicios públicos, enfermedades, etcétera, entienden que sustentabilidad es un término que tiene un significado más amplio que comprende aspectos económicos, socioculturales, políticos y, desde luego, los ambientales, por ello al referirnos a dicho término debemos hacerlo como un nuevo paradigma de conocimiento que marca el desarrollo propio de la ciencia, o como una nueva cosmovisión que determina otra forma de ver el mundo del que formamos parte, distinta a la que actualmente tenemos.
En su acepción económica se afirma que para que una actividad de este tipo sea sustentable debe ser rentable, es decir, que produzca beneficios o ganancias de las cuales se pueda apropiar quien la realiza, de modo tal que posibilite la continuidad y el crecimiento de su empresa, a la vez de que le permita convertir parte de ellas en medios de disfrute en su vida.
Esta es una definición muy descriptiva, a la vez acrítica, puesto que no todos son dueños de las empresas y el reparto de esos beneficios son desiguales, por lo que habrá de acotarse a aquellas empresas que operan dentro de un sistema económico, que para el caso de la mayor parte de las empresas del planeta son creadas y operan dentro de un sistema capitalista cuya lógica implica que será funcional si genera ganancias suficientes que posibiliten la acumulación de capital y la continuidad del ciclo capitalista, y este sistema funciona desde las formas de depredación salvaje como ocurrió en las llamadas repúblicas bananeras de Centroamérica, como lo ha hecho casi siempre en África o el mismo México porfirista, hasta niveles de mayor racionalidad como ocurre en los países nórdicos.
Al no plantear el nivel explicativo en que se encuadra, la parte económica de la definición de sustentabilidad se sustrae de los hechos en que se basan los procesos económicos, de las leyes que rigen las economías, y se limita a exigir que las actividades económicas que realizan las empresas no deben ser tan depredadoras con los recursos naturales que explotan cuando sean extractivas, o que tengan un mayor control sobre sus desechos cuando sean transformativas, es decir, que operen con menos impactos ambientales.
En este esquema, sería insostenibles aquellas empresas que se dedican a la minería y realizan extracciones de minerales afectando drásticamente sus entornos naturales sin aplicar las adecuadas medidas de remediación, aquellas que se dedican a actividades agropecuarias contaminando suelos y sobreexplotando acuíferos, las industrias que realizan procesos en los que utilizan compuestos químicos sin los medios de filtración adecuada que controlen las substancias tóxicas que son incorporadas en el aire atmosférico, contaminándolo, o aquellas que al operar alteran los hábitat en las áreas que destacan por su riqueza ecosistémica y diversidad biológica.
En otras palabras, son insustentables aquellas empresas que no concilian su éxito económico con los disturbios ambientales que provocan, particularmente cuando éstos son irreversibles y generan daños a otras especies, como sucede con la pérdida de biodiversidad (especie que se pierde ya no se recupera), o a la suya propia como ocurre con los problemas de salud pública derivados de la sobreexplotación y contaminación de los cuerpos de agua dulce y del aire atmosférico.
Pero no sólo son responsables de estos males las empresas insustentables, sino también quienes deben diseñar y aplicar las regulaciones necesarias que acoten sus actividades económicas, nos referimos a los tomadores de decisiones en los ámbitos de legislación y gobierno; en el primero vemos la ausencia de normas que regulen explotaciones estratosféricas como los grandes establos lecheros o, como lamentablemente va a ocurrir en las extracciones del gas shale, cuyas regulaciones ya son previstas como laxas en aras del crecimiento económico desordenado, mientras que en el segundo la lista es tan larga que resulta tedioso enumerarla, sólo basta el ejemplo de su inaplicabilidad en las extracciones de agua dulce de los acuíferos.