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Títeres del amor

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Sergio Sarmiento

Los científicos nos dicen que el amor es un instinto que surge del deseo de preservar la especie a través de la transmisión de nuestros genes. Nos enamoramos, fundamentalmente, porque queremos reproducirnos. Y, sin duda, hay mucho de verdad en esta afirmación cuando hablamos del amor tradicional entre una pareja.

No deja de ser maravillosa esta sensación que hace que nos acerquemos a personas con las que originalmente no compartimos ninguna carga genética. De hecho, llega un momento en que el amor que tenemos hacia una pareja es mayor incluso del que podemos sentir hacia nuestros padres, de cuya combinación genética somos producto.

A veces el amor es tan fuerte que muchas de las actividades y esfuerzos que realizamos en la vida cotidiana, como tratar de ser mejores que los demás en la comunidad, se relacionan con nuestra necesidad de encontrar a una mejor pareja y dejar mejores genes a nuestros hijos. En el reciente Foro Económico Mundial de Davos, el músico británico Peter Gabriel reflexionaba que la creatividad está unida de alguna manera al deseo sexual, lo que explicaría por qué puede haber una declinación de la creatividad con el tiempo conforme el deseo sexual deja de ir teniendo un papel tan importante en la persona.

El amor domina las artes. Otros sentimientos, como la venganza y el odio, suelen tener papeles protagónicos en narraciones, piezas musicales, obras plásticas o representaciones audiovisuales, pero el amor es por mucho el que domina en las expresiones artísticas de todas las naciones. Basta escuchar una muestra de las canciones de moda o ver algunas de las películas nominadas al Óscar para entender que el amor es el cimiento de la mayor parte de las letras y las tramas.

Lo que los científicos no pueden explicar es por qué el amor se manifiesta en circunstancias en las que no hay posibilidad de una transmisión de genes. Es fácil entender por qué el amor a los padres y a los hijos es tan fuerte. Pero el amor de las parejas homosexuales no palidece cuando se le compara con el de los heterosexuales. Por otra parte, hay personas que expresan un amor solidario a la humanidad o a las personas más desfavorecidas, o a niños que no están relacionados con ellos genéticamente. Si el amor es un deseo de transmitir los genes, ¿por qué hay tanto amor que no tiene nada que ver con los genes?

Por supuesto, el cuerpo y la psique del ser humano son muy complejos. No podemos comprenderlos de manera cabal simplemente porque entendemos alguno de los mecanismos que forman parte de un comportamiento o de una reacción. Muchos otros componentes suelen estar presentes aunque no sean tan evidentes.

El biólogo evolutivo Richard Dawkins ha postulado que el gen, y no el individuo, es la base fundamental de la evolución. El gen egoísta busca garantizar su supervivencia, y por lo tanto promueve conductas que tienden hacia ese fin. En todo caso, son muchos los genes que buscan su supervivencia. Y algunos tienen razones que, para citar a Quevedo, la razón desconoce.

Quizá por eso no acabamos de entender el amor. Si bien lo podemos sentir en un momento dado, difícilmente podemos entender sus fuentes y objetivos. Somos quizá títeres del amor.

Twitter: @SergioSarmiento

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