EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Todo incluido

ADELA CELORIO

Perdón a todos los amigos a quienes no responderé sus correos durante una semana en que con el propósito de oxigenar nuestras vidas, así nomás, en un arranque de desesperación nos venimos a la playa. Desde el avión que ya vuela muy bajo sobre el mar, las voces entusiasmadas de otros niños traen a mi memoria las de mis hijos cuando sobrevolando este mismo mar, minutos antes de aterrizar gritaban entusiasmados: ¡mira mamá, desde aquí se ven los peces! El aeropuerto era por entonces una palapa y Cancún un pequeño pueblo al que sólo al llamado de la arqueología o al estudio de las aves llegaban algunos turistas. Por entonces el lugar obligado de los lunamieleros era Acapulco; y es por eso que cuando mi primer Querubín y yo decidimos pasar la luna de miel recorriendo esta zona, nuestros amigos preguntaban: ¿dónde es eso? Nosotros tampoco lo sabíamos y fuimos los primeros sorprendidos al encontrarnos con estas playas vírgenes de arena finísima y blanca, donde unas olas amistosas nos lamían los pies. Durante algunos años Akumal fue nuestro paraíso secreto compartido sólo con los hijos cuando fueron llegando. Después, la vida y la curiosidad nos llevaron a otros mares, y ahora que vuelvo por acá muchos años después, como mi propia vida; este Cancún ha perdido la inocencia.

En un camión urbano atravesamos el elegante bulevar Tukulkan y su cordillera de hoteles que repitiendo el error de Acapulco; se han construido sobre la playa impidiendo la magnífica vista del mar. De este mar caribeño que como un diamante facetado multiplica la luz e irradia colores que van del verde jade al esmeralda, y en el horizonte, el azul marino trepa hasta convertirse en azul cielo donde algunas nubes retozan como una manada de mansos corderos. En esta zona turística todo es civilizado y agradable aunque casi nada haya quedado del entrañable Cancún que conocí. Como ya dije antes, con la intención de oxigenar nuestra vida, y pues ya entrados en gastos, abordamos aquí un blanquísimo catamarán para compartir una excursión de buceo con variopinto grupo de rusos, irlandeses, peruanos, españoles, franceses, suizos; y hasta una pareja de surcoreanos con una preciosa bebé que curioseaba el mundo con dificultad tras las rejillas casi cerradas de sus ojos.

En varios idiomas el capitán nos dio la bienvenida y entre otras cosas explicó a los pasajeros que en algún momento de la historia estos lugares pertenecieron a los mayas (¿a quién pertenecerán ahora?) El discurso del capitán terminó con la invitación a disfrutar del bar con todo tipo de bebidas aunque recomendó ampliamente el tequila "para quienes quieran dejarse invadir por el embrujo de estas tierras", dijo. Una pareja de lunamieleros ostentaba pulidas y flamantes argollas de oro; y ante el visible orgullo del recién marido, la joven esposa -ataviada con una brevísima tanga de esas que llaman hilo dental- ostentaba también unas nalgas redondas y perfectas. La libertad con que se manejan hoy los jóvenes me pone amarilla de envidia.

Como dije antes, Cancún perdió la inocencia y hoy todo incluido, en la terraza del hotel y bajo un cielo azul noche, junto a nosotros una pareja se regocijaba sin ningún pudor. Comenzaron por rozarse la punta de la nariz a la manera de los esquimales, pero el juego se volvió más serio cuando comenzaron a tocarse lujuriosamente y a besarse con intensidad. En ésas estaban cuando de pronto el hombre más joven se levantó, -supongo que para visitar lo que en el Cancún de ahora se llama Toilet. Cuando volvió, su ardiente compañero de hacía apenas unos minutos, dormía como una piedra. Intentó reanimarlo, primero con suaves cachetaditas que ante la obstinación del Bello Durmiente se hicieron más bruscas. Después de sacudirlo por los hombros sin conseguir que reaccionara, el joven se retiró. Esta mañana El Bello Durmiente compartía la mesa del desayuno con otro joven que se mostraba con él, tan desdeñoso como una esposa ofendida.

Tal vez cuento todo esto para no contar que mi Querubín se apagó con la jubilación. Que no hace el menor intento por encontrar el júbilo del tiempo libre. Que yo debo contener el rimo natural de mi paso para adaptarlo a su lentitud, aunque debo reconocer que me impacienta su actitud porque tengo la impresión de que aún con la buena voluntad que él siempre ha tenido para mí, le gustaría que yo compartiera su pesadumbre, su desgana; y me sentara con él a ver la televisión. Yo, que sigo deseando aprobar mis asignaturas pendientes, que aún tengo tantas emociones por descubrir, montones de libros por leer, una o dos historias que escribir y el deseo de viajar a cualquier parte. Yo, que aún recuerdo aquel olor a madera, a sudor y semen, que me gustaría oler de nuevo antes de morir. Pero no me hagan caso, retiro lo escrito. Nos vemos por aquí la próxima semana en que volveré a ser la sufrida esposita de siempre.

adelace2@prodigy.net.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 967649

elsiglo.mx