Con mi solidaridad a los padres de los 43 de Ayotzinapa
Si le pidiéramos a un analista político extranjero su opinión sobre las elecciones mexicanas de 2015, seguramente vaticinaría una estrepitosa derrota del PRI. Asumo, desde luego, que sólo tendría a la mano la información que se publica en medios internacionales.
Estaría al tanto de la corrupción de las autoridades y del salvajismo del narcotráfico en México, de Tlatlaya, de Iguala y de las movilizaciones multitudinarias en demanda de la aparición de los 43 estudiantes. Sabría que la imagen del presidente Peña Nieto ha dejado el pedestal del estadista modernizador para pasar al rincón del mandatario pasmado ante la crisis y amenazado por la ingobernabilidad. Y es que los libros de texto en la materia enseñan que las contiendas electorales intermedias son plebiscitarias. Es decir, que en ellas se evalúa el desempeño del presidente o del primer ministro y, según sea calificado por los electores, su partido es premiado o castigado en las urnas. Y cuando un problema de violencia y violación de los derechos humanos reviste dimensiones de barbarie y se vuelve nota global, es al gobierno nacional al que se le culpa y se le pasa la factura.
Pero he aquí que la política mexicana es muy peculiar. Nuestros partidos de oposición, de por sí manchados por escándalos recientes, privilegian las rivalidades internas sobre las externas y prefieren destrozarse a sí mismos antes que ganarle al partido en el poder. El PAN, novato en este canibalismo, tomó sorpresivamente la delantera en este sexenio: calderonistas y maderistas se dieron con todo frente a la opinión pública. Luego entró a escena el PRD, veterano en lides tribales, para lanzar su propia guerra de lodo en un contexto más grave. Ambos le ahorraron al priismo la búsqueda de argumentos y diatribas para una campaña negativa en su contra. Y sí, es deplorable que el gobierno priista pueda orquestar una campaña mediática contra sus adversarios, pero no lo es menos que ellos le den las municiones para que los acribillen.
Increíble: aunque difícilmente podrían panistas y perredistas encontrar una mejor coyuntura para tundir electoralmente al PRI y hacer los cambios que México pide a gritos, como están las cosas es posible que el partido del gobierno que por ley tiene a su cargo el combate al crimen organizado, el partido de un presidente con muy bajas tasas de aprobación y una economía en declive, tenga más diputados en la próxima Legislatura. Lo reitero: el nuestro no es un país kafkiano: es beckettiano.
Pero ahí no termina el teatro del absurdo. Ahora resulta que la Presidencia, en su desesperación, convoca a un acuerdo nacional para la seguridad. ¿Cómo detendría ese acuerdo la violencia demencial que nos ahoga? El PRD cometió un gravísimo error al postular a Abarca, por sus antecedentes y su entorno, pero él y su esposa son sólo excrecencias locales de la corrupción del Estado mexicano. Si se nominan personas probas para contender en los cientos de municipios infiltrados por la criminalidad, cuyo puñado de policías mal pagados y mal armados no sirve para protegerlas a ellas sino a los capos, ¿cuántas van a resistir la amenaza de "plata o plomo"? ¿Qué van a reclutar los partidos, candidatos asesinados o alcaldes corruptos? Mientras no se desarticulen las redes financieras delincuenciales y los Ayuntamientos sigan siendo tan vulnerables frente a criminales sanguinarios que manejan un negocio de miles de millones de dólares, y mientras no se combata la complicidad en los altos niveles políticos, a lo más que puede aspirarse es a alcaldías que salpiquen dinero y no sangre.
La responsabilidad primordial frente a la crisis es del gobierno federal, que es del PRI. Pero todo seguirá igual en la medida en que tengamos una oposición que parece empeñada en probar que el suicidio no es antinatural, y en tanto la sociedad no tome en sus manos a la partidocracia.
@abasave
Académico de la Universidad Iberoamericana