El fin de semana pasado, los ayuntamientos de Torreón y Gómez Palacio celebraron de manera festiva la Toma de Torreón, entendiéndose como tal la ocupación militar de nuestra ciudad por la División del Norte, dirigida por Pancho Villa.
La aparición teatral de contingentes montados y armados, los fusiles, los cañones y las salvas disparadas, se ofrecen a los niños de nuestras escuelas como una pedagogía para llegar al poder, en vez de enseñarles el camino de generar propuestas, buscar el apoyo de los ciudadanos en elecciones libres y promover el consenso en la diversidad, como herramientas para fortalecer nuestra democracia.
Es pertinente ubicar en su exacta dimensión la celebración referida, porque la toma de Torreón el 3 de abril de 1914, no tiene nada que ver con el fin de la dictadura de Porfirio Díaz, que abandonó el poder desde el 25 de mayo de 1911, tres años antes.
Mediante el Plan de San Luis, Francisco I. Madero convocó al levantamiento armado que estalló el 20 de noviembre de 1910, de modo que en menos de seis meses el porfiriato había concluido, y los mexicanos tuvimos la oportunidad de hacernos cargo de nuestro propio destino por la vía democrática.
Después de esa fecha tuvieron lugar las elecciones que llevaron a Madero a la Presidencia de la República, la cual ocupó del 6 de noviembre de 1911 al 19 de febrero de 1913. Con el asesinato de Madero la democracia fue degollada en su misma cuna; enseguida vendría el golpe de estado de Victoriano Huerta y la lucha por el poder en una cascada de asonadas, cuartelazos o simples homicidios, que se prolongó hasta fines de los años veinte del siglo pasado.
Desde luego que todas nuestras ciudades comarcanas son heroicas, pero no por los laureles sangrientos que han conquistado los jefes de las bandas en pugna, sino por el sufrimiento de la población civil masacrada, la riqueza despojada y la infraestructura destruida. Basta visualizar a nuestros hermanos chinos lanzados desde las azoteas frente a la Plaza de Armas y a la fábrica de textiles de Joaquín Serrano en el viejo Torreón, convertida en caballeriza y cuartel.
No sólo fue una sino que fueron tres, las tomas de Torreón durante la Revolución: La primera el 20 de marzo de 1911, la segunda el 29 de septiembre de 1913 y la tercera que está siendo objeto de celebración, el 3 de abril de 1914.
Llegada la paz se impuso otra dictadura con ribetes revolucionarios e institucionales. En 1936 una nueva agresión con el pretexto de repartir la tierra, creó un cinturón ejidal que sofocó el crecimiento de nuestras ciudades, e hizo de los campesinos peones acasillados bajo el control político del Banco Agrario, en agravio tanto de la dignidad de los seres humanos involucrados, como de la eficiencia productiva del campo.
A pesar de todo, la Comarca Lagunera ha crecido y prosperado. La ubicación de la región como lugar de encuentro de vías de comunicación, sigue siendo nuestro mayor activo estratégico y nuestra peor desgracia, en función de la disputa de los factores de poder por el control de la plaza y las rutas de paso.
La celebración cuyo comentario nos ocupa, nos hace preguntarnos si la violencia de estos tiempos, es parte y continuación de la misma guerra burocrática.
La realidad actual hace del todo inconveniente que los gobiernos de Coahuila y Durango hagan una apología de la violencia y de la guerra, porque para el ciudadano común de la Comarca Lagunera, es tanto como mentar la soga en casa del ahorcado.
Aun bajo el argumento de que la violencia ha disminuido en estos días, tema por demás discutible, no hay nada que festejar al respecto porque la impunidad y la injusticia prevalecen: La riqueza robada no ha sido restituida, la infraestructura arrasada no ha sido reconstruida y el sufrimiento de la población masacrada o desaparecida, está muy lejos de haber sanado.
