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Un espía en la casa de los espejos

‘Somos todos lo mismo, ésa es la broma’

Un espía en la casa de los espejos

Un espía en la casa de los espejos

Iván Hernández

Hay novelas de espías que parecen cuentos de hadas y John le Carré sigue ese molde con fidelidad. La moraleja de su relato es que las verdades, antes de matar, desesperan.

Las novelas de espías tienen el encanto de los cuentos infantiles. Son de fácil digestión y, aunque no sea esa su intención principal, dejan una lección dura de aprender, una moraleja falta de humanidad.

El espía que surgió del frío, novela publicada en 1963, cumple con creces el objetivo didáctico. Enseña, palabras más palabras menos, que todos los individuos son descartables dentro del gran juego de la cadena de mano, peones mantenidos sobre el tablero o sacrificados sin otro interés que mantener una posición ventajosa o enmascarar un nuevo plan encaminado, si no al triunfo, a unas honrosas tablas.

La narración comienza y concluye en el muro de Berlín, símbolo que escapa a las definiciones simplistas y a los adjetivos prácticos. Alec Leamas, agente de los servicios de inteligencia británicos, atestigua la muerte de su espía estrella, surgido de las entrañas del comunismo alemán. La muerte del espía ocurre a escasos metros de un impotente Leamas; él sabe que, si bien los soldados acribillaron a su hombre, fue Mundt, el jefe de contraespionaje de la Alemania oriental, quien jaló el gatillo.

Después de aquella muerte, Control, el jefe del MI6, confirma que todo ha acabado para Alec en el Circo. Como premio de consolación, Leamas podrá desempeñar durante algún tiempo un puesto con papeleo y horario corrido, seguido de un período oscuro en el cual deberá perderse, ocuparse en algún empleo mediocre, darse a la bebida, meterse en problema y acabar en la cárcel. De esa manera, y Control predice con la exactitud de un astrónomo maya, Alec llamará la atención de unos comunistas deseosos de creer en el derrumbe del exagente británico, intentarán reclutarlo, comprarlo, beneficiarse de sus experiencias en el frío.

ESPEJISMOS DEL HIELO

Para James Jesus Angleton, personaje de la serie The Company, la Guerra Fría era una casa de espejos y la supervivencia de quienes entraban en ella dependía de su capacidad para descifrar los reflejos, separar la imagen verdadera del embuste y escapar antes de que todo estallara en pedazos.

¿Qué es el frío en el que se sumerge Leamas? El clima que surgió del choque de dos frentes heladas, una oriental y otra occidental, formadas por ideologías contrarias y sistemas económicos contrapuestos. También fue el equilibrio del terror, la posibilidad de una tormenta de radiación atómica remojando hasta la disolución a soviéticos, norteamericanos y aliados de esos dos grupos.

El frío era el ambiente favorito de la marca Leamas, Smiley, Control, Mundt y compañía. Cada uno de los integrantes de la banda tenía un grueso abrigo de secretos en su guardarropa y así vestidos, salían a la calle día tras día mentalizados para darle a sus rivales un buen golpe en el mentón, los riñones o, por qué no, en las partes nobles.

Los espías, según Leamas, no valen la pena y son auténticas joyitas vanidosas, traidoras, maricas, sádicas, borrachas, que juegan a indios y vaqueros para darle algo de luz a sus vidas, por ello, pagan el precio de “despreciar a Dios y a Karl Marx en la misma frase”.

Tan espejos del contrario son los hombres de uno y otro lado del muro, tan fecundos en tretas; sus métodos son similares porque los resultados que buscan coinciden en la meta: engañar, vulnerar, aniquilar al otro. La carrera en la que participan los espías carece de un trayecto confiable, el listón que anuncia al ganador es uno móvil y quizá falso.

Todos los pecados caben en un cerebro humano y quienes deciden pasar de las ideas a la acción alcanzan la perdición o el paraíso sólo para descubrir que ninguna de las dos es una estación deseable; la gloria es tan vacía como el infierno, una escala dentro de un juego menos glamoroso de lo que el cine nos ha enseñado a imaginar. Qué difícil sería reconocerse a uno mismo si amigos y enemigos nos traicionaran por igual.

LAS HADAS DEL MAL

Los mejores embustes despojan de su verdad a los responsables de ejecutarlos; el valor y la honestidad no sirven de mucho cuando las mentiras, en lugar de convertirnos en muñecos de madera, nos van haciendo de una carne cada vez más blanda, más débil, más humana.

En este mundo, los cuentos de hadas funcionan a la inversa, la felicidad es posible en tanto el ser humano es capaz de desconfiar de la magia y de sus detentadores, los magos buenos, los hechiceros ambiguos y los brujos negros. También es indispensable aceptar como mentiras las promesas de los príncipes valientes y los gritos de las princesas en apuros.

Luego, la melancolía es un arma contra la que no existen armaduras ni refugios, una vez que se introduce en nuestro sistema, el contacto con lo que se fue y lo que se perdió para siempre, nos contradice y nos borra del mapa por la vía de la decepción. Cada persona es un espía de sí mismo y los hallazgos, los secretos guardados en el cofre del corazón, una vez expuestos a la vista del mundo son a la vez una bandera que defender y un veneno sin antídoto.

Más dolorosa es alcanzar la certidumbre de que el peor de los monstruos a veces trabaja para alcanzar un fin similar al que persiguen los héroes más honrados. Todo eso se encuentra en la novela de Le Carré, eso y una inquietante pregunta: ¿para quién trabajan las emociones? No a favor del héroe, no al menos en esa casa de espejos que durante más de cuatro décadas enfermó al mundo con un frío de muerte. Sentir es dejarse engañar; el sentimental lleva las de perder, el imprudente y el temerario tienen más chance de sobrevivir en el teatro de las sombras surgido de la Segunda Guerra Mundial.

EL ESPÍA EN EL CINE

En la adaptación fílmica de la novela, estrenada en 1965 y dirigida por Martin Ritt, el actor británico Richard Burton encarna a un Leamas tenso, primero en su esperanza y luego en su desesperación. El filme tiene en el blanco y negro de las imágenes un aliado que le ayuda a imponerse a los ímpetus del déficit de atención. Las películas de espías y detectives en blanco y negro poseen esa peculiaridad: nos llevan de la amplia luz a la completa oscuridad en un giro de los acontecimientos. Es fácil apreciar la solemnidad del sol en Londres; el sosiego de sus rayos en Ámsterdam; su opacidad en Berlín oriental; el sol no brilla con la misma intensidad para todos, parece decir el montaje.

En la novela, esa disparidad es invisible. En cambio, el discurso de Le Carré tiende a la equiparación, como expone Control: “Yo diría que, después de la guerra, nuestros métodos -los nuestros y los de los adversarios- se han vuelto muy parecidos”. Y otro ejemplo, cuando Fiedler, segundo de Mundt, le dice a Leamas: “Somos todos lo mismo, ya sabe, ésa es la broma”.

EL FRÍO THUNDEREL

“Fee, fau, fume, huelo la sangre de un inglés”, con eso versos de Thunderdel, gigante de dos cabezas, podría iniciar la novela de Le Carré. Toda la historia está impregnada del amargo olor de la sangre, no exclusivamente inglesa, y los personajes se mueven dentro de una niebla, no típicamente londinense, de decepción.

La guerra fría sería ese gigante con dos ideologías, con dos dentaduras igual de mortíferas, que machacaba los huesecillos de hombres insignificantes. El par de cabezas podía diferir en muchas cosas pero no en su desmedido gusto por el pan hecho de personas.

Hablar más sobre el relato sería arruinar parte del misterio y de los recursos que el autor británico pone en práctica. El espía que surgió del frío es, al final, la narración de un contrasentido que hace propio al extraño. Sucede que a veces, dentro del trato firmado con el hado, la sutil, pero determinante, letra pequeña nunca estuvo en el contrato.

Correo-e: bernantez@hotmail.com

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