Desde al menos ya una década, la comunidad Europa se encuentra amenazada por el fortalecimiento de distintos partidos políticos de corte nacionalista y de ultraderecha. Estos partidos políticos (la Liga del Norte italiana, el Vlaams Belang belga, el Partido Popular danés, el Frente Nacional francés o el Partido de la Independencia del Reino Unido) han logrado obtener un significativo número de votos en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo con un común denominador que los reúne a todos: la amenaza que representa el proyecto europeo a su identidad nacional, la cual debe ser protegida y defendida, ya que representa un asunto de supervivencia para sus pueblos. En este contexto se enmarca la actual pugna entre el Estado español y un importante movimiento independentista en Cataluña.
La consulta popular no referendaria sobre el futuro político de Cataluña en un principio convocada a realizarse el 9 de noviembre (Consulta 9N) es el más elaborado e importante esfuerzo para lograr que Cataluña se independice del Estado español. La propuesta -que sin ser nada nueva- ha logrado, como nunca antes, un importante debate entre quienes apoyan a una España fuerte pero sostenida en una organización federal (como lo ha hecho públicamente Felipe González) y quienes consideran insostenible el actual modelo. Sin embargo, dicha propuesta se encuentra actualmente suspendida de forma cautelar desde el 29 de septiembre, tras la negativa del Tribunal Constitucional al gobierno catalán de convocar consultas para que Cataluña se pronuncie sobre un asunto soberano que afecta a todos los españoles.
Más allá del debate formalista sobre si hay o no contradicción en las atribuciones o facultades de la comunidad catalana para llevar a cabo el referendo, existe otra dimensión que también debe ser discutida. El debate formal ha prevalecido por encima del debate sobre lo simbólico, el cual resulta conveniente abordar ya que, a través de él, podemos revelar la existencia de distintas y muy poderosas respuestas al fenómeno separatista. En este sentido, no en balde he llamado fantasma al nacionalismo catalán.
Para Jacques Lacan, el fantasma es aquella ficción que invariablemente construimos nosotros mismos con la pretensión de lograr simbolizar de manera completa y general todas nuestras aspiraciones, deseos, anhelos y expectativas de la realidad. El fantasma del nacionalismo es el vehículo psicológico que utilizamos en la búsqueda de satisfacer esos deseos e intereses individuales no reconciliados con el colectivo. Tan distintos pueden ser éstos, como historias de vida existan. Precisamente por eso es el que el nacionalismo (en general) puede lograr hacer confluir a tantas distintas organizaciones con tantas distintas banderas y agendas políticas. En este caso, no es realmente la independencia de Cataluña lo que se persigue, sino la ilusión que se han construido sobre lo que la independencia catalana representa para la satisfacción de los propios y subjetivos intereses de cada individuo. El proyecto europeo en ese sentido nada dice a los ciudadanos de Cataluña sobre y sus problemas: el rampante desempleo, la creciente carestía en los precios de alimentos y servicios básicos, el supuesto olvido por parte del Gobierno español a menos que de impuestos y de pagos a las Cortes se trate. La idea de una Europa "unida en la diferencia" y la de ser "ciudadanos comunitarios" no logra motivar a los catalanes de subvertir su propia identidad particular y contingente, en nombre de una identidad universal y general.
Este discurso nacionalista, bajo la evaluación técnica y racional de sus argumentos, no puede más que provocar nuevos problemas políticos y económicos. La pretensión de fragmentar y desmantelar instituciones ya construidas sobre entendidos comunitarios o globales (en este caso, la Unión Europea) es la manifestación de una nostalgia por el pasado y un deseo por retornar a aquello que se considera ya perdido. Sin embargo, es precisamente esto lo que hace que el discurso nacionalista logre motivar e inspirar a la población. Su principal fuerza y catalizador reside en la abstracta promesa de cerrar la brecha entre lo que se percibe de la realidad y la realidad misma. El nacionalismo logra un especial arraigo en sociedades altamente politizadas dado que sus referentes no han traducido en resultados concretos aquellas promesas que dijeron estar preparados para cumplir. Sin embargo, el nacionalismo catalán es incapaz de reconocer que la independencia catalana no sólo no solucionaría aquellos problemas que se espera resuelva, sino que empeoraría los ya existentes, sin mencionar la probable aparición de muchos más. La inflación, el desempleo y la fuga de capitales sería tal que se proyecta que el PIB de Cataluña como país independiente decrezca un 7 %, como mínimo.
En esta era del vacío, la congregación en la plaza pública, la construcción de un enemigo abstracto, pero común (el Estado español, o los musulmanes o "los extranjeros" en general) logra dar sentido y dirección a la profunda frustración que vive una sociedad como la catalana. Sin embargo, no puede ser la pasión y la emoción la que prevalezca por encima de la razón y el argumento, toda vez que esto está construido a partir de ilusiones y fantasmas. Ahora, falta preguntar si el fantasma es él, o ELLA.
* Estudiante en el ITAM (Ciencia Política y Relaciones Internacionales), analista político en Sin Filtro (por Foro Tv) y asesor parlamentario en el Senado (Zoé Robledo, PRD-Chiapas)