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UN LUGAR DECOROSO Y EN LA SOMBRA

EL SÍNDROME DE ESQUILO

UN LUGAR DECOROSO Y EN LA SOMBRA

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VICENTE ALFONSO

Como llovió todo el fin de semana en Buenos Aires, aproveché para leer un libro que compré el martes en una librería de viejo. Un volumen de cuentos: El Lado de la Sombra, de Adolfo Bioy Casares. Me ha gustado leerlo encerrado en un viejo edificio de Recoleta porque Bioy es uno de los fantasmas habituales de este barrio: no sólo nació y pasó aquí la mayor parte de su vida, desde hace 15 años es inquilino del exclusivo cementerio que lleva el mismo nombre.

Aunque varias de las piezas incluidas en El Lado de la Sombra son garbanzos de a kilo, el segundo de los cuentos es el que más llama mi atención. Se titula "La obra" y es protagonizado por un autor conflictuado por la búsqueda de trascendencia que asedia a los humanos. Así comienza el cuento: "Como si no bastaran las promesas del más allá, queremos perdurar en nuestra tierra, tan vilipendiada y tan querida. Casi todo el mundo comparte el afán por sobrevivir en obras, en hijos, de cualquier modo". Detrás se adivina una angustia común entre los escritores, la lucha entre dos fuerzas: por un lado las ganas de apartarse del mundo, por otro la necesidad de ser leído.

¿Logró Bioy Casares perdurar en su tierra, como quería? Los más entusiastas podrían decir que sí. Hace tres años una calle fue bautizada con su nombre. Se trata de una calle pequeña, de apenas dos cuadras de largo, que está muy cerca de los espacios que el novelista frecuentaba. Además, como si se tratara de una artimaña del científico Morel, un Bioy Casares de cabello blanco y traje gris ha quedado inmortalizado en plena discusión con Jorge Luis Borges en el Café La Biela.

Pero si su nombre y su retrato son famosos, también puede afirmarse que su literatura no lo es tanto como se merece. Galardonado con el Premio Cervantes en 1990, Bioy Casares escribió más de veinte libros entre novelas, cuentos, ensayos, memorias. Sus obras completas abarcan mucho más que la "media docena de volúmenes" por los que se envanece el protagonista de su cuento; no obstante, cada vez que se le menciona en una charla de sobremesa se citan más detalles de su vida que de sus letras.

Uno de estos factores extraliterarios son sus amoríos. ¿Quién duda que don Adolfo era todo un casanova? Nadie se resiste a escuchar la nómina de sus muchas amantes o la crónica del romance que sostuvo con Elena Garro: que si en un arrebato ella le envió sus gatos por avión al dandy para que se los cuidara, que si en décadas de relación pasaron sólo tres noches juntos, que si Octavio Paz sabía o no sabía de los amores furtivos entre su esposa y el bonaerense.

Otro factor es su cercanía con Borges. Quizá el libro más vendido de Bioy Casares es el volumen de más de mil seiscientas páginas donde cuenta los detalles de su amistad con el autor de "El Aleph", donde este último no siempre sale bien librado. Se trata de la crónica de una amistad de más de cincuenta años que marcó a ambos para siempre, pero que parece ser más acusada en Bioy que en Borges. Por desgracia no son tan célebres los frutos literarios de esa amistad, como las Crónicas de H. Bustos Domecq (relatos escritos a cuatro manos entre los dos autores), los textos firmados por Benito Suárez Lynch o la colección de más de trescientas sesenta novelas policiales que bajo el nombre "El séptimo círculo" compilaron los amigos para la editorial Emecé.

En la segunda página de "La Obra", Bioy Casares parece darnos entre líneas su sentir respecto a ese amargo privilegio que significó ser el-amigo-de-Borges: "en cuanto a los referidos tomitos (es decir, sus obras reunidas) descuento que me asegurarán un nicho en la historia de la literatura argentina. Acaso no figure entre los exaltados ni entre los ínfimos; me conformo con un lugar secundario: en mi opinión, el más decoroso".

Pero su juicio sobre la literatura va más allá cuando el personaje-protagonista del cuento nos advierte que no tiene sentido tratar de ganarle a teclazos la partida al tiempo: "Si reflexionáramos un minuto acerca de la inmortalidad deparada por libros, obras de arte, inventos, función pública, saborearíamos la amargura de quien se dejó atrapar por una estafa".

Por suerte es el mismo Bioy, acaso en su fase de dandy, el que me ha dado en otro de los cuentos una receta para no dejarse envenenar por ese afán de trascendencia. Por fortuna, en este domingo lluvioso en Buenos Aires, la receta no me ha agarrado solo, sino encerrado con una belleza, pues en otro de los cuentos, "Carta sobre Emilia", el protagonista dice: "mientras una mujer lo quiera, el hombre no tiene por qué envidiar a nadie".

Comentarios: vicente_alfonso@yahoo.com.mx

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