No es el lugar que la mayoría consideraría ideal para un descanso. En la madrugada, cuando me levanto a escribir, el termómetro baja a 5 grados. Durante la mañana, cuando camino en un andador junto al mar, debo protegerme con una gruesa chamarra de los vientos que hacen que la temperatura ambiente de 11 grados se sienta más fría todavía. Quienes buscan una playa en esta temporada decembrina usualmente prefieren temperaturas más elevadas que hagan olvidar el frío de la ciudad de México o de los demás centros urbanos del país.
Yo, sin embargo, he encontrado en este recoveco de México un lugar ideal para leer y trabajar. Desde la ventana de mi estudio, mientras escribo, alcanzo a ver las olas sin fin que se iluminan lentamente al amanecer. Mis caminatas las realizo frente al frío mar que este pasado fin de semana, bajo un sol deslumbrante, se pintó de un azul intenso que se antojaba irreal.
Viajar por México es siempre una experiencia maravillosa. El país, que este año ha parecido estar al borde del desastre, sigue teniendo una belleza serena en muchos de sus rincones que contrasta con la angustia nacional que percibimos o amplificamos quienes nos dedicamos a narrar o a descifrar los procesos políticos. Esta es la belleza que proyecta el mar frío de Ensenada.
Es común ver aquí gaviotas, pelícanos y delfines. El sábado, a la distancia, alcancé a distinguir también una ballena que avanzaba hacia el sur lanzando un potente chorro de agua a las alturas.
El mismo sábado, en una comida que se convierte en cena, converso con un grupo de amigos bajacalifornianos. Ahí encuentro a Camillo Magoni, el productor de vino que durante 50 años trabajó en L.A. Cetto y que hoy tiene su propia vinícola. Este gran maestro de los enólogos de Ensenada recorrió la región para escribir su indispensable Historia de la vid y el vino de la península de Baja California. Nacido en Italia, pero con medio siglo de residencia en esta esquina noroccidental de México, me habla de su amor por la tierra y sus personas. "Ésta es gente que te habla de frente" me dice.
Muchos se sorprenden cuando se enteran de que recorro la mitad de este país en avión para después tomar un auto y refugiarme apenas un día completo en una pequeña casa junto al mar de Ensenada. Es demasiado lejos, me dicen. Hace demasiado frío. No puede ser un descanso de fin de semana. De hecho, cuando usted lea este artículo ya estaré sentado en mi cabina de radio en el poniente de la ciudad de México transmitiendo mi noticiario. Mis visitas a Ensenada son necesariamente breves.
Pero la brevedad tiene su encanto. Quizá estas visitas se están convirtiendo en uno de esos amores duraderos que sólo pueden construirse paso a paso. Por lo pronto, los domingos al mediodía, cuando emprendo el camino a Tijuana y al avión que me lleva de regreso a la ciudad de México, veo con tristeza el mar azul que me despide y me invita a regresar.
Muchos amigos han encontrado pequeños espacios de refugio y tranquilidad en distintos puntos de la geografía mexicana: Tepoztlán o Zihuatanejo, San Cristóbal de las Casas o San Miguel de Allende, Puerto Escondido o Veracruz. Yo a veces me refugio en Cuernavaca, a menos de una hora de México, pero mi pasión exige un viaje de tres horas en avión y otra hora en auto.
Cuando camino enfundado en una gruesa chamarra junto al mar frío, o cuando veo las olas del mar al amanecer mientras escribo, me doy cuenta que he encontrado mi verdadero hogar. Eso no es nimio. Saber dónde uno pertenece no es un hallazgo sin importancia a mi edad.
IMPORTADOR NETO
México ya no es un país petrolero. Somos un importador neto de productos petroleros. Por lo menos lo fuimos en noviembre. Las exportaciones petroleras del país bajaron 13.2 por ciento en un año para sumar 3,162.2 millones de dólares. Las importaciones aumentaron 22.8 por ciento para alcanzar 3,625.4 millones de dólares. El déficit petrolero en noviembre: 463.2 millones de dólares.
Twitter: @SergioSarmiento
