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Un presupuesto de primer mundo

GUILLERMO M. CEJUDO

El Presidente de la República, en su mensaje tras el Informe de Gobierno, dijo que el país puede soñar con un aeropuerto de vanguardia, con trenes de alta velocidad y un fondo petrolero financiado por la renovada industria energética. Ahora, en la siguiente escala del calendario político, sería deseable que la Secretaría de Hacienda y la Cámara de Diputados regalaran a los mexicanos un presupuesto a la altura de los anuncios ambiciosos.

La derrama económica y el efecto transformador de un nuevo aeropuerto es innegable, pero el gasto educativo tiene un potencial transformador mucho mayor, y hoy sabemos que hay enormes espacios de discrecionalidad y dispendio. La discusión presupuestal es un buen momento para acotar las áreas de opacidad en el gasto federalizado, fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas y exigir resultados concretos a cada peso comprometido.

La decisión de convertir Oportunidades en Prospera parte de una intuición correcta: salir de la pobreza requiere de la capacidad de generar ingresos propios en las familias beneficiarias. Pero Oportunidades era ya uno de los programas mejor diseñados, más evaluados y más vigilados del conjunto de programas sociales del Estado mexicano. Hay muchos programas sociales que sabemos que no funcionan, que están mal diseñados o que sirven para aplacar clientelas y no para resolver problemas públicos. Como cada año, la Cámara de Diputados tendrá la oportunidad de revisar las evaluaciones de los programas, para tomar decisiones que maximicen la efectividad del gasto y cierren la llave del presupuesto a lo que no funciona.

Hacer obras de transporte público masivo en los estados y los municipios tendrá efectos económicos y en la calidad de vida de las ciudades. Junto con las grandes obras, los diputados aprobarán nuevas bolsas de dinero para proyectos de infraestructura: los Fondos Metropolitano y Regional, o el Fondo de Pavimentación (de mala reputación por estar asociado a los supuestos "moches"). Pese a los esfuerzos de transparencia presupuestaria en, por ejemplo, el Ramo 23, lo cierto es que los criterios de decisión para asignar las obras no son claros y las oportunidades para la discrecionalidad y el mal manejo de recursos son amplias. Es indispensable poner reglas claras, transparentar las decisiones y cerrar los espacios que permiten a gestores extorsionar a los municipios.

En pocas palabras, la próxima discusión presupuestaria puede ser, como el propio presupuesto, inercial: concentrada en los montos y no en los resultados esperables, distorsionada por la agenda particularista de un diputado dispuesto a votar el presupuesto a cambio de una obra en su municipio natal, y desvinculada de la evidencia sobre qué funciona y qué no funciona en los programas presupuestarios. Ojalá sea una discusión a la altura de los proyectos ambiciosos: concentrada en la calidad del gasto, fundada en los resultados de las evaluaciones y con compromisos claros de rendición de cuentas.

Así como México quiere un aeropuerto de primer mundo, puede exigir un presupuesto de primer mundo. Y hay una ventaja adicional: no deberíamos tener que esperar lustros para tenerlo: los diputados pueden aprobarlo en cuestión de semanas.

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