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Un puesto no renunciable

GILBERTO SERNA

Hay varios puntos en el ultimátum que formula un grupo de normalistas al titular del Poder Ejecutivo Federal para que renuncie antes del ya muy próximo 30 de noviembre advertido de que de no hacerlo tomarán medidas drásticas si cumplido el lapso no han presentado la petición al Congreso lo que harán será intensificar sus protestas. Ignoro hasta el momento si el Presidente redacta algún manifiesto que redunde en su retiro de la vida pública dimitiendo de su honrosa función. Deben saber que los puestos que arroja un proceso electoral son, de acuerdo con la doctrina jurídica, irrenunciables. Esto es, quienes fueron electos en un proceso electoral justo, no pueden dimitir, salvo claro está por una causa grave. Los sinónimos hablan de abandono de una responsabilidad o si se quiere, de botar, de desertar, lo que sería casi casi como un soldado de la Patria que tirase por la borda su teutónico casco y su metralleta yéndose a vivir, como luego se suele decir, su propia vida.

Habrá quien esté en contra de este criterio, aduciendo que en la historia de este país existen dos claros ejemplos que demuestran que los Presidentes con sus bártulos debajo del brazo, sí pueden, tomar a voluntad las de villadiego, retirándose de las fanfarrias del poder, por su propia voluntad. Tal es el caso del presidente, apóstol de la democracia, don Francisco I. Madero quien renunció poco antes de que los esbirros del usurpador Victoriano Huerta lo asesinaran. Cabe decir, que aquí no cabe aquello de un retiro voluntario pues cuando se firmó el pliego que contenía la renuncia estaban presos sin acceso alguno a su libre albedrío. Una renuncia así carecía de todo valor legal pues la voluntad, en tal caso, estaba viciada.

El otro ejemplo que se suscribe como renuncia es la del Presidente Pascual Ortiz Rubio que para su desgracia histórica se prestó ha figurar como Presidente en el período conocido como el maximato que protagonizó Plutarco Elías Calles, quien aprovechó la fuerza adquirida por el PNR para centralizar la política nacional pudiendo seleccionar a los candidatos en el Poder legislativo más afines a sus propósitos, es decir sin fuerza política propia que eran fácilmente manipulables, a lo cual debe agregarse que se deshizo de los militares de los que dudaba le fueran leales aprovechando la rebelión Escobarista que fracasó, dando paso a que pudiera Plutarco deshacerse de militares con mando, colocando a su propia gente cuya obediencia era sabida con lo cual colocó en los puestos claves a gente que le obedecería ciegamente y sin chistar,

Así logró someter a sus opositores debilitándolos de ahí que ejerciera un mando único dando lugar a que la voz popular acuñara la frase "aquí vive el Presidente el que manda vive enfrente" que tiende su explicación en que ambos tenían una misma vecindad. Era, digámoslo sin ambages, un pelele del hombre fuerte. Hasta que llegó Lázaro Cárdenas y lo mandó a volar... en un avión que lo alejó del país y del poder que ejercía ilegalmente, con la complacencia de los mexicanos que por temor no enfrentaban a quien contrariaba el orden público haciendo y deshaciendo desde la cúpula de un poder no emanado de la comunidad. Así gobernó con tres hombres de paja, a saber Emilio Portes Gil (1928 a1930), Pascual Ortiz Rubio (1930 a 1932) y Abelardo Rodríguez (1932 a 1934).

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