Un territorio para todos.
Viuda alegre, como he decidido ser, comienzo a introducirme en el mundo de las mujeres solas que contra todo lo que yo imaginaba, están siempre muy bien acompañadas.
Cuentan los que todo lo cuentan, que los seres más felices del planeta son los hombres bien casados, o sea, aquellos que tuvieron la suerte de emparejarse con una mujer fuerte que cual abnegada madre, los protege, los atiende, cada mañana escoge para ellos corbata y calcetines, y lo más importante; los orienta: “Por acá sí, por acá no, ten cuidado con éste, no te fíes de aquél…” Bienaventurados los hombres sensibles que se dejan guiar y obedecen a sus mujeres porque como dice el viejo refrán, “El consejo de la esposa es poco, pero el que no lo oye es loco”.
Bienaventurados los casados capaces de reconocer y bendecir su suerte porque de ellos es el reino de la felicidad conyugal que es, por cierto, una de las felicidades más inalcanzables. Si ese es su caso pacientísimo lector, cuide mucho a su mujer porque tiene en ella un codiciable tesoro.
En segundo lugar entre los terrícolas felices, están las mujeres que por gusto o por jugarretas del destino, viven solas y cuentan con un trabajo remunerativo y satisfactorio que además de permitirles pagar sus facturas, satisface el anhelo de libertad para moverse a su aire. Entre mis opciones actuales elijo pertenecer este grupo de mujeres autosuficientes, libres y satisfechas.
De puntitas y con la discreción que impone mi reciente viudez, me voy introduciendo en el mundo de las mujeres solas que, según cuentan los que todo lo cuentan, son felices. Rescato la cercanía de viejas amigas que por sus capacidades diferentes, cubren un amplio espectro de mis necesidades emocionales. En primer lugar las incondicionales que aparecen con una caja de klenex a la mano para la eventualidad de que la tarde de risas y café se convierta en sesión de terapia y lágrimas. Otras son ideales para compartir el cine, las palomitas; y después frente a una copa de vino y una 'cenita' más o menos, sostener un debate sensible sobre la película que acabamos de ver. Mi amiga Boruca, tan deliciosamente frívola, me desvela los secretos del maquillaje y me anima a rediseñar mi imagen. “Producción chica, a nuestra edad lo que funciona es la producción: vístete y arréglate cada mañana como si fueras a conocer al amor de tu vida”, aconseja. Alguna tarde de domingo, convoco a una amiga Bagatela, siempre tan callada y tan quieta, para compartir con ella la melancolía. En este mundo de mujeres “solas” voy encontrando divertidas compañeras de viaje, obsesivas del gimnasio, exitosas y creativas empresarias que inventan la buena vida cada mañana; sin que nadie pretenda ejercer derechos de exclusividad sobre nadie como sucede con el matrimonio, en que además de firmar factura de propiedad, al menos a mí, me educaron para esperar que el esposo cubriera todas mis expectativas cuando en ocasiones ni siquiera alcanzaba a cubrir las suyas. Viuda alegre, como he decidido ser, comienzo a introducirme en el mundo de las mujeres solas que contra todo lo que yo imaginaba, están siempre muy bien acompañadas. “Lo que yo necesito en esta etapa de la vida, es una buena sirvienta de planta y muchos amores de entrada por salida”, me instruye Cotilla quien después de tres divorcios y una viudez; sabe muy bien de lo que habla. Y pues sí, aunque me asusta la perspectiva del invierno sin el abrazo pachón de mi Querubín en la cama, reconozco que mi tristeza comienza a deshilacharse. He dejado de llorar en la regadera y como canta Marco Antonio Muñiz “a donde quiera que me quieran voy… y con cualquiera”. También es cierto que el Querubín me heredó sus bienes, y eso, como quiera que sea, ayuda. Pero como nadie puede tenerlo todo, también me heredó una enorme carga de compromisos para los que no estaba preparada porque si bien sé algo de letras, nunca he sabido nada de números y ahora debo entender la retórica de abogados, contadores, impuestos y una abultada y corrupta burocracia a la que me enfrento sólo con el consejo de mi padre: “si no puedes con el enemigo únete a él”, y pues sí: yo corrompo, tu corrupto, nosotros… al fin que como bien dijo Peña Nieto; “la corrupción del mexicano, es cultural”.
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