EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Un Torreón de ensueño

GILBERTO SERNA

La ciudad duerme, está silenciosa y lúgubre. Es más de la medianoche. A lo lejos se escucha el ruido que se identifica, sin duda es una locomotora. Allá en el sur de nuestro país en esos días le apodaban La Bestia. Lo cual se derivaba de su corpulencia y siniestro aspecto. Al aproximarse se advierte que de debajo le salen chispas como si estuviera enojada o fuese un dragón encadenado. Los pasajeros esperan que se acerque para abordarla. Afuera llueve a cántaros, desde hace buen rato, tan es así que se ha dado lugar a que se vayan formando grandes charcos que simulan hacer pequeñas olas al empuje del viento, al darse cuenta las gotas que ya no forman parte del mar, que dejaron al alinearse en tremendos nubarrones, dejan caer sus lágrimas entre la lluvia al tocar tierra.

Aquí en el Torreón de los años treinta el agua corría a raudales por el cordón de las banquetas dando lugar que a que los niños de corta edad corriéramos alocados en el agua fría chapoteando gozosos con los pies desnudos. En cierta ocasión contemplamos con azoro que con la lluvia caían ranas, lo que obligó a la chiquillada a buscar refugio en los quicios de las puertas, creímos o escuchamos que ese fenómeno era cosa de Pedro Botero, aunque pasado el susto, un húngaro que vendia corbatas en su biciclo, nos explicó que no era cosa del demonio, sino que cuando se forman nubes cumulonimbos, los aires calientes elevan a ranas prácticamente a las nubes u otra explicación, fue la de un viejo ejidatario que vendía su mercancia en un carrito de mano, quien con cierta humildad expresó que la lluvia de batracios se produce por tornados o tifones que pasan sobre un cuerpo de agua y obran como un sifón sacando todo del fondo de una laguna descargándolas, a poco junto al agua de una tormenta sea una cosa u otra es un fenómeno que desde entonces que yo recuerde, no se ha vuelto a repetir. Eran las tardes húmedas después de las lluvias primaverales que inclementes azotaban nuestro vecindario...

A la mañana siguiente asistiríamos a la interpretación del vals Cascanueces de Tchaikovsky interpretado por hermosas golondrinas ¿o vencejos? que volaban danzando y trazando piruetas por encima de la calle Matamoros de un lado a otro entre la Colón y la Javier Mina, frente a la iglesia del Carmen, efectuando intrincados vuelos suicidas en zigzag, para atrapar insectos alados o termitas, de esos que, si lograban escapar de la aves, perdían sus alas transparentes, de que las dotaba la naturaleza, para ocupar otros lares una vez que se apareaban. Aquí en Torreón nos haría falta poder abandonar el terruño por lo que unas alas nos vendrían de maravilla para escapar de las plagas que nos asedian como los asaltantes de bancos, las de personas en sus casas y de los pedigüeños que llaman al teléfono pretendiendo extorsionar abusando de la nobleza de los laguneros...

Era el Torreón de antes, las tardes eran preciosas. Contaba con menos de 50 mil habitantes. Se construyó la alberca Esparza y don Hilario vendía sus sabrosas sandías por el rumbo de Los Ángeles a donde se llegaba atravesando un puente de madera. Existían tres grandes canales que llevaban agua de oriente a poniente, cruzando el pueblo, que fueron segados, surgiendo bulevares. La piqueta hizo su arribo y nuestra ciudad perdería su fisonomía original en ocasiones para bien en otras para mal. La parte céntrica perdió su encanto. Las salas cinematográficas se perdieron por obsoletas. La avenida Morelos cuyas palmas de coquitos le daban un aspecto singular fue copiada por otras ciudades coahuilenses, que así hermosearon sus bulevares... La céntrica Alameda albergaba encendidas luciérnagas que al igual que Diógenes con lámpara en mano buscaba, a la luz del día, a un hombre honesto.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 998853

elsiglo.mx