Una niña feliz
“¿Qué querías ser cuando eras niña?”, me pregunta una sobrina mientras busca en su tableta electrónica un juego que me quiere enseñar. Entonces viajo varias décadas atrás y recuerdo; a su edad, yo jugaba a ser maestra. Recuerdo que sentaba a los pies de mi cama a mis muñecas, y a cuanta fauna de peluche poseía. Colocaba al frente un pequeño pizarrón que mi abuela me había regalado, y desde la altura que me proporcionaban unas zapatillas de plástico rojo con tacones altos, daba mi clase a mis imperturbables estudiantes. Sí, yo quería ser maestra; también quería ser grande.
Me parecía que las personas grandes tenían una libertad que a mí me parecía fantástica. Podían ir y venir a su antojo, podían decidir, podían... Y ahora que lo recuerdo, la primera vez que me sentí «grande» fue el día que puse un pie en la universidad. Cierro los ojos y puedo mirarme en pantalón de mezclilla, tenis, con un par de libretas en la mano, parada frente a la explanada universitaria, sintiéndome absolutamente libre.
Detengo mis recuerdos. De pronto caigo en la cuenta que ya soy mi anhelo: soy grande. “Muy grande” según mi sobrina. Soy libre. Todo lo libre que pueden ser las mujeres en mi país en este instante. Y mi pasión por la docencia se resuelve cuando doy talleres, cursos, conferencias; soy una mujer privilegiada, sin duda. Y eso no deja de tener cierto sabor amargo, porque en realidad, soñar y tener las posibilidades para hacer realidad tus sueños no debería significar un privilegio, sino un derecho que puedes ejercer a plenitud porque todo el escenario te favorece.
Hoy veo a muchas niñas en serios problemas, algunas sobreviviendo en medio de una guerra; algunas sobreviviendo mientras defienden su derecho a estudiar; algunas sobreviviendo mientras escapan de un matrimonio pactado; algunas sobreviviendo a distintas violencias.
Hay algunas otras niñas a quienes ser felices les será muy complicado, porque les han hecho creer que así como son, son inadecuadas, inaceptables; algunas que a su corta edad hablan de cirugías estéticas; algunas que van tras un ideal de belleza rígido y siempre inalcanzable; algunas que anhelan ganar concursos de belleza; algunas que quieren estar en pasarelas con cuerpos esqueléticos; algunas que a corta edad son entrenadas para ser objetos decorativos.
Mi sobrina quita de su tableta el dedo que movía con la maestría de una directora de orquesta, y fija la mirada en mis ojos esperando mi respuesta. Le digo que quería ser maestra, y entonces me lleva a su cuarto y me enseña su pizarrón. Le digo que también quería ser grande. “¿De este tamaño?”, me pregunta y estira sus brazos como queriendo alcanzar el techo. Le digo que quería aprender a leer, y me enseña uno de sus cuentos. Le digo que quería ser libre, entonces se detiene frente a mí y me mira a los ojos: “¿qué es eso?”, pregunta. “Es hacer lo que deseas -contesto-, hacer lo que te parezca valioso”.
Mira un momento a su alrededor, y me dice: “entonces yo ya soy”.
La abrazo y pienso en lo mucho que tenemos que trabajar aún para que todas las niñas del mundo puedan decir eso. La abrazo y pienso en las muchas niñas que hoy tienen las condiciones para sentirse libres. La abrazo y me siento una niña feliz.
Apreciaría sus comentarios.