Una red para atrapar los días

Pero, y lo amado ¿quién nos lo quita?

Todo el año esperé el exquisito concierto de navidad que ofrece una amiga en su casa. El cuarteto de cuerdas integrado por amigos suyos, nos sorprende siempre con una magnífica selección de música: navideña, The Beatles que acompañaron nuestra juventud, Mozart, Tchaikovsky.

La chimenea trepida en el salón mientras el agasajo termina con una profusión de quesos, panes y vinos que propician los abrazos y la buena voluntad. La planeación de un festejo tan íntimo y especial, requiere de tiempo y amor. “Reserva el día”, me informó mi amiga con mucha anticipación. Por supuesto lo apunté en mi agenda, jamás me lo perdería. Pero me lo perdí. Recuerdo bien que esa tarde vagué por la casa con la sensación de estarme perdiendo algo y, sin embargo, olvidé el concierto.

¿Qué fue lo que pasó? Imagino que mis circuitos cerebrales estaban saturados. Escombrando entre los recuerdos del año pasado, me doy cuenta de que el tiempo volvió a enredarme entre sus naderías y me impidió ocuparme de lo que verdaderamente me importa: terminar la novela que durante tres años ya casi..., hacer la lista de los cien objetos que representarán mi mundo cuando yo muera -no me puedo ir sin hacerla. Y lo más importante, dar lo mejor de mi tiempo a la gente que amo.

Soy desorganizada por naturaleza y la vida se me escapa mientras busco las llaves perdidas o regreso a recoger el libro, el saco, las cosas que olvido en cualquier parte. Me boicoteo. Agoto el tiempo deshaciendo mis propios entuertos. Enero se ha escapado mientras yo escombro entre los recuerdos y me asusta la idea de que el tiempo se siga yendo por la alcantarilla mientras insisto en diferir las cosas que el alma me pide. De los trescientos sesenta y cinco días de 2013, sólo rescato los momentos en que fui capaz de contagiar a otros mi entusiasmo por la letra escrita, los viajes compartidos con amigas entrañables y los mejores textos de mi taller.

Ahora que cupidos y corazones nos imponen el ritual amoroso de San Valentín, caigo en la cuenta de que el año pasado no me di tiempo para el amor, o sea que reprobé la materia decisiva para aprobar la vida. “Ama y haz lo que quieras -aconsejó San Agustín-: si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor”.

Yo sólo grité, corregí y ni siquiera pensé en perdonar. Intentaré que no vuelva a sucederme. El mundo se torna cada día más hostil. El amor llega demasiado pronto, demasiado tarde, demasiado pobre, demasiado rico o demasiado comprometido. Coincidir, descubrir, encontrar a la pareja ideal es un prodigio que se da raramente. Tal parece que esto de amar es una gran estafa, pero no conozco nada mejor.

Perseguir una quimera, arriesgarnos una y otra vez a que nos partan el corazón, no importa, porque al fin y al cabo el amor hace mejores personas a quienes lo dan, aunque no necesariamente a quienes lo reciben. No puedo negar que con frecuencia, por estas fechas caigo en las aguas fangosas de los aguafiestas. Que celebrar el catorce de febrero es cursi, un estereotipo, que sólo se trata de incrementar las ventas caídas en la cuesta de enero -dicen ellos.

Este año no caeré. Voy a tejer una red para que no se me escapen los amorosos días de febrero. Quiero que el mes más corto del año me alcance para caer en todas las cursilerías posibles. Para dar y recibir montones de amor, venga de donde venga y a cualquier hora que llegue, porque al final, las desdichas del amor son las únicas que valen la pena.

“Por ser tiempo y estar hecho de tiempo, el amor es, simultáneamente consciencia de la muerte y tentativa por hacer del instante una eternidad” escribió Octavio Paz en La llama doble. Que nada nos impida entonces, aunque resulte riesgoso, aventurarnos en el paraíso terrenal.

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