Alertados por el posible cierre de la carretera que conduce al aeropuerto por parte de los normalistas, este 26 de octubre, en Acapulco, 300 taxistas estacionaron sus automóviles en las vías vecinas. Los primeros buscan cualquier forma para evidenciar su protesta y materializar sus razones. Los segundos intentan cuidar la imagen, ya muy deteriorada, de Acapulco y mantener sus ingresos.
Ambos movimientos son válidos y comprensibles. Dantesco e inmenso fracaso del Estado mexicano y de las autoridades (¿...?) guerrerenses sería que ambos grupos se enfrentasen. Sin justicia de por medio, la descomposición ambiental, ética y laboral, podría devenir en trifulcas entre fracciones no rivales. Por fortuna, no las hubo. Mientras escribo me pregunto, ¿fueron los taxistas enviados por los dirigentes estatales para distraer la atención o fueron motu proprio para defender sus derechos y su sustento? Podrido como está el sistema de justicia, cualquier respuesta es válida.
La violencia no se cura con más violencia. Al contrario, se incrementa. La violencia ilimitada, como sucede hoy en México, con Ayotzinapa recorriendo el mundo, no se mitiga si los responsables de ella, gobiernos estatales y federales no responden, se ausentan, postergan o minimizan el suceso. Ningún mortal entiende las razones por las cuales Peña Nieto postergó tanto tiempo reunirse con los familiares de los normalistas. Mientras que el gobierno no ofrezca argumentos (no puede hacerlo) para explicar los asesinatos, así como las razones por las cuales en México desaparecen seres humanos (no puede aceptarlo) los habitantes de Ayotzinapa continuarán manifestándose.
El apoyo a los normalistas es (casi) absoluto. Nunca, en las últimas décadas, el encono societario y el hartazgo contra el gobierno, ha sido (casi) universal. Encontrar un artículo periodístico que avale las masacres en Iguala debe ser tan complejo como encontrar un político ético. En el apoyo hacia los normalistas no hay división. Lo hay en el tipo y en las formas de responder.
Dos escenarios: Quienes a pesar de saber que la violencia genera violencia, la avalan porque infieren que las puertas del diálogo se encuentran cerradas. Pobreza, injusticia, rapiña estatal, imposibilidad para visualizar un futuro mejor, hijos muertos, desaparecidos, la inentendible ineficacia para localizar a J.L. Abarca, políticos transmutados en narcos y narcos convertidos en políticos son algunos argumentos para entender, como ahora sucede en Guerrero, las razones de la violencia de familiares de los estudiantes desaparecidos. Quienes no apoyan la violencia como forma de protesta, sugieren, con razón, que por medio de la fuerza poco o nada se gana. La violencia genera violencia, y ésta se reproduce y produce otros tipos de barbarie, cada vez más graves, cada vez más terribles (como ahora sucede con nuestros desaparecidos).
En el diccionario de las infamias que día a día se escribe y se vive en México, desaparecido significa: Ser humano en paradero desconocido. Con familiares y amigos dolidos, desesperados, angustiados, hartos, sin sosiego, enojados. Se ignora si vive o si ha sido asesinado. Desaparecido implica algunas preguntas: ¿cómo?, ¿de un balazo?, ¿desollado?, ¿quemado vivo?, ¿enterrado vivo?, ¿violado?, ¿cavó su propia fosa?, ¿torturado?, ¿sin ojos?, ¿regresará algún día? En el mismo diccionario -yo lo he ido elaborando- desaparecido finca responsabilidades: Se sabe que el Estado y/o narcotraficantes son los responsables de su ausencia. En el caso de Iguala una manta colocada en el Zócalo del DF resume el sentir mexicano e internacional: "Fue el Estado".
Con Ayotzinapa sobre nuestros hombros, con México circulando por el mundo, los desaparecidos son el tema central. No hay dolor semejante al que conlleva la figura de un ser humano desaparecido. La táctica dilatoria del gobierno sólo la entienden ellos mismos. El encono y la rabia de los familiares, aunada a la ausencia de Estado, genera violencia. La genera, la reproduce, la profundiza, la contagia y la plasma de muchas formas, válidas para algunos, inadecuadas para otros.
El peor de los escenarios sería el enfrentamiento entre grupos no opuestos. Ensayo reciente fue la posible colisión en las cercanías del aeropuerto de Acapulco: Taxistas defendiendo su terruño, su trabajo, su alimento, contra normalistas acorralados, en busca de respuestas y de justicia. Dos poblaciones no enemigas defendiendo sus derechos. Dos grupos penetrados por la violencia, ambos víctimas de los desatinos e injusticias de la política mexicana. Dos comunidades arropadas por miedo, confrontadas.
Cuando las razones de la violencia no se eliminan emerge la venganza. La mesa la ha servido el gobierno. Nadie favorece la violencia. Un nuevo muerto no cura a nadie. Un desaparecido genera agresión. La violencia es como el cáncer: mata. Los desaparecidos son cánceres anaplásicos: matan a los deudos. ¿Es lícita la violencia?
(Médico)