Violento nacionalismo
El nacionalismo es una enfermedad que se quita viajando.
Pío Baroja
Desde niños nos han enseñado no sólo a ser nacionalistas sino a estar orgullosos de serlo. Y sin duda el nacionalismo, cuando expresa el orgullo de pertenecer a una cultura, tiene aspectos positivos. Sin embargo, no podemos cerrar los ojos al hecho de que el nacionalismo es la exclusión del otro, del extraño, del que no pertenece a nuestra comunidad, y toda exclusión lleva dentro las semillas de la discriminación, de la agresión y de la guerra.
Los nacionalismos son ensalzados constantemente, pero tienen una aterradora historia. Buena parte de las guerras se han justificado por un supuesto derecho de los pueblos a combatir o a dominar a otros por el simple hecho de ser diferentes… porque hablan otro idioma, porque tienen un color de piel diferente, porque viven en un territorio separado o porque le rezan a otro dios.
Durante siglos se consideró natural que los encuentros entre grupos humanos resultaran en confrontaciones violentas. Esto ocurría en los tiempos en que vivíamos en clanes y tribus, pero también cuando empezamos a concentrarnos en ciudades. Roma pensó que tenía el destino manifiesto de conquistar a los pueblos del Mediterráneo, pero sabía también que si no hubiera sido conquistadora habría sido conquistada. Nadie cuestionaba en la antigüedad que los pueblos derrotados fuesen sojuzgados, en muchos casos esclavizados y que sus mujeres se convirtieran en propiedad de los nuevos maestros.
Para los musulmanes que tomaron el poder en Arabia en el siglo VII no había tendencia más natural que expandir su dominio político por el Medio Oriente, Europa oriental y el norte de África. España se convirtió en el punto más occidental de su imperio. Pronto los cristianos se organizaron en cruzadas que al llegar a Tierra Santa mataron por igual a musulmanes que a viejos cristianos. Cuando los primeros europeos llegaron al continente americano, sojuzgaron de inmediato a los pueblos indígenas. Pero estos lo consideraron natural. Con anterioridad los pueblos indígenas más fuertes, como los mexicas y los incas, sometían a las comunidades vecinas.
El surgimiento de las grandes naciones-estado en Europa no fue el principio de una nueva era de paz sino de nuevos y cada vez más terribles conflictos. Ahora, comunidades de millones se enfrentaban entre sí.
Las guerras de religión, a raíz del surgimiento del movimiento protestante, fueron una pequeña probada de la violencia de los nuevos nacionalismos. Después siguieron las guerras napoleónicas, la contienda francoprusiana y la primera y la segunda guerras mundiales en que los muertos dejaron de contarse en decenas o cientos de miles para sumar millones.
En este ya bien entrado siglo XXI, en un momento en que nos aprestamos a celebrar nuestra nacionalidad mexicana y a recordar la invasión estadounidense de 1846-1848, haríamos bien en entender que el nacionalismo tiene una parte hermosa y encomiable, la que nos hace sentir orgullosos de nuestras raíces, pero otra terrible. Mientras nosotros, como los estadounidenses y los franceses, cantamos himnos de guerra para definir nuestra nacionalidad, deberíamos recordar el enorme costo que han tenido las guerras nacionalistas en la historia. Sería bueno también que entendiéramos que todos somos parte de una misma raza, la raza humana, y que tenemos más razones para ser hermanos que enemigos.
Twitter: @SergioSarmiento