Uno de los momentos que más disfruto al ver un partido de futbol en Europa es cuando acaba. Los jugadores tardan unos minutos en irse a los vestidores. Si ganan, festejan con sus aficionados.
A la Juventus de Italia se le ha hecho costumbre este ritual. En los últimos tres años no hay equipo que le haga sombra en la Serie A. Ligaban 40 partidos con al menos un gol a favor y ayer, cuando quedaban menos de 5 minutos en el reloj, el partido aún sostenía un 0-0 impensable.
No todo es para siempre. Y las rachas se rompen. No así la de la "Vecchia Signora del Calcio".
Bastó una falta afuera del área para que Andrea Pirlo, con ese toque preciso y educado, mandara el balón a un rincón de la portería rival. Así, el gigante italiano seguiría en marcha a su tercer "scudetto" consecutivo.
Y la estampa final, los jugadores de la "Juve" con los brazos arriba se repetiría una vez más.
Desde ahí nace la grandeza. Pienso. Esa imagen no la recuerdo recurrente en los estadios mexicanos que he podido visitar.
Y es que aquí no abundan los "grandes".
América, Cruz Azul, Chivas y Pumas portan dicha etiqueta, impuesta por la tradición más que por la grandeza. Pero ninguno de esos cuatro pueden presumir más de 10 títulos de liga en sus vitrinas. Y mejor ni hablar de conquistas internacionales.
Aquí la liga la puede ganar cualquiera. Dos o tres equipos hacen diferencia torneo a torneo, una gran mayoría aspira a meterse a liguilla y de ahí "todo puede pasar" y unos cuatro luchan sólo por no perder la categoría.
Bayern Munich, en Alemania, es otra máquina de records. El "Gigante Bávaro" está a punto ganar la Bundesliga con una diferencia de puntos que cae en lo ridículo. Actualmente ocupa el primer lugar con 71 unidades, 23 más que el segundo lugar.
Y Caixinha viene de allá, donde la grandeza existe. Por eso antes de ligar un par de remontadas calificó de mediocre el torneo del Santos. Hoy, seis puntos después, ocupa el quinto lugar en la tabla de clasificación.
No estoy hablando de gustos, sino de realidades: aquí no hay grandes.
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