ENTRADA.- La violencia parece regresar en algunos estados del país como en el pasado cercano. Después de las enérgicas acciones implementadas en contra del crimen organizado por el Gobierno Federal en Michoacán, la delincuencia vino a incrementar sus actividades delictivas en la Ciudad de México, en el Estado de México y en Tamaulipas. En algunas entidades se empieza a sentir nuevamente la guerra entre los traficantes de drogas como consecuencia del llamado efecto cucaracha.
La terca realidad que es más fuerte que la ley de la gravedad que Isaac Newton manejaba con tanta facilidad, nos pone en evidencia que mientras haya demanda de narcóticos existirá la oferta de esos estupefacientes. Un mercado no pueda quedarse sin mercancías y menos sin los que venden esa mercancía. Es igual al poder político: ahí en donde aparecen huecos de inmediato aparece alguien para llenarlo.
Lo mismo sucede en el mercado de las drogas y del crimen organizado. Uno se preguntaría cómo es posible que en los Estados Unidos de Norteamérica con más de 25 millones de adictos, pareciera que no existe el tráfico de drogas y su comercialización; pero no es así. En el vecino país el trasiego y distribución de la droga llega desde los más bajos estratos sociales y del lumpen proletario, hasta los lujos hoteles en las Vegas Nevada, a las elegantes oficinas de los centros financieros de New York, a las lujos residencias en Beverly Hill, Hampton o en Miami, esto por mencionar las más reconocidas.
Toda esta enorme población de clase media alta, media media, media baja y sus ricos y millonarios, son surtidas de manera puntual, cómoda y a precios accesibles por el crimen organizado del vecino país, sin que se manifieste un estado de crispación. Tampoco se encuentran encuentras fosas clandestinas, ametrallamiento de narco menudistas, todo ello, no obstante los miles de kilogramos de droga que se mueven desde la frontera con México hasta Canadá.
PLATO FUERTE.- Camiones cagados con toneladas de estupefacientes son convertidos como por arte de magia al cruzar la frontera norte, en millones de sobrecitos tipo esplenda, que son distribuidos a lo largo del territorio norteamericano, para llegar así de manera puntual hasta el último rincón de aquel país y para felicidad de sus millones de consumidores. Pasando la frontera se acabaron los problemas. La droga se transporta tranquila y segura bajo un imperceptible sistema de protección por parte de todas las autoridades sean estas federales, estatales o condales.
Lo más notable de todo esto es que parece existir en aquel país una política tendiente a evitar la falta de drogas; pero por otra parte, que esa tolerancia no se salga del invisible control, pues eso causaría una abstinencia forzosa. Un país con 25 millones de adictos, en el momento que se dispare el precio de la droga o que esta no llegara puntualmente a sus consumidores, podría originar una serie inimaginable de problemas sociales, muy especialmente en los índices de criminalidad. Esto último, en razón de que al aumentar el precio de las drogas los consumidores de las clases bajas se verían en la necesidad, si antes cometía un robo o asalto para obtenerla, ahora tendrían que cometer dos o más delitos para el mismo fin. La abstinencia de narcóticos para los 25 millones de adictos les causaría tal crisis, que quizá los impulsaría hasta apretar el botón nuclear. De ahí la política para legalizar (por ahora) la marihuana en varios de los estados de la unión americana.
POSTRE.- Como se podrá ver, el problema no es nada fácil. Mientras haya mexicanos adictos a las drogas habrá delincuentes que se las surtan. Mientras haya necesidad de surtirla, los diversos proveedores trataran de dominar el mercado y como consecuencia, se originaran la guerra entre los diversos carteles y como colofón, sabremos del crimen todas las mañanas.
La existencia del tráfico de drogas con todas sus perversas consecuencias y daños colaterales, es causada por los adictos. Este enfoque del problema no ha querido ser reconocido por la sociedad en su conjunto. El estado se limita única y exclusivamente a prohibir la producción, el trasiego y venta de las drogas. Lo que el Estado hace es tratar de evitar que las drogas lleguen a los adictos consumidores.
La sociedad en su conjunto imputa el problema a las autoridades a sus tres niveles y a los mismos grupos delincuenciales; pero se olvida que el causante real del problema lo es el consumidor.