El ser humano es proclive a la costumbre, a ese espacio en el cual las emociones no se alteran, entran en una placidez que nace de no cuestionar. Su potencia es enorme, lo advertía Proust al decir que nada le cuesta más trabajo al ser humano que ir de una costumbre a otra. Ya nos acostumbramos al Día Internacional de la Mujer. Urge algo diferente.
Cada año aparecen las cifras estremecedoras de cómo el analfabetismo abraza a más mujeres que a varones; de cómo la deserción escolar femenina es un flagelo que condena a la próxima generación a la pobreza. Cada año se nos recuerda el escaso acceso de las mujeres a los puestos directivos o las diferencias salariales entre varones y mujeres que son una ofensa sistematizada. Se habla los frágiles derechos humanos de las mujeres, sobre todo indígenas. Paco Zea y Mario Luis Fuentes han publicado en las páginas de Excélsior dos espléndidos materiales sobre el desgarrador panorama de la mujer en México. Nuestra esperanza revive cuando brota un caso como el de Malala, pero esa triste gloria, es un caso excepcional. Por supuesto que la agenda femenina avanza y las sociedades se han vuelto más sensibles a temas como el cáncer de mama, la osteoporosis, las cardiopatías de la mujer. Los moños color rosa se multiplican. La igualdad jurídica de la mujer y sus problemas son una agenda muy popular. Pocos políticos se atreverían, como el patán alcalde de San Blas, a ofender a una mujer en público.
Los avances históricos son innegables, pensemos que un siglo atrás, el voto femenino no existía y la igualdad ante la ley era irreverencia en muchas naciones. Este año en nuestro país los partidos estarán obligados a postular como candidatos porciones equivalentes de varones y mujeres. Visto así vamos viento en popa. Sin embargo existe un submundo -gobernado por las costumbres- en el cual hemos avanzado muy poco. La violencia hacia las mujeres no disminuye. El 46.1 % de las mujeres mayores de 15 años ha sufrido violencia de su pareja contra casi 6 % de personas con las que no tenían relación sentimental. En 2013 más de 500 mil fueron forzadas a tener relaciones sexuales, 1,400 por día. Sin embargo, sólo se inician 15 mil averiguaciones. De esas investigaciones, en 2 de cada 10 casos hay sentencia condenatoria. El infierno. En muchos hogares mexicanos las agresiones de todo tipo son vistas como algo natural. Allí sigue ese país de machos que no ve ningún problema en insultar o golpear a una mujer. La mayoría de las ocasiones el silencio se apodera de ese hogar y los hijos e hijas crecen con esa costumbre como referente. Lo paradójico del caso es que los números muestran que los valores en nuestra sociedad son todavía transmitidos, en primer lugar, en el hogar y mayoritariamente por las mujeres. Del costo económico de la violencia de género en México, no se habla.
El México violento y de machos galopa a pesar de las reformas jurídicas de las cuales tanto nos vanagloriamos. En 2013 se registraron 467,000 embarazos en menores de 20 años, cifra que repuntó durante la última década en buena medida porque los gobiernos federales panistas ya no consideraron relevante el tema. Millones de mexicanos en hogares inestables hoy son también su responsabilidad. Lo mismo ocurre con los niños que no conocen a sus padres. "Takes two to tango" dice la expresión popular y también se requiere de dos para procrear. Si no cambiamos nuestras costumbres, nuestra forma de vincularnos entre varones y mujeres, por más novedades jurídicas que se propongan, ese submundo no va a cambiar. De seguir así cada ocho de marzo aparecerán suplementos periodísticos, los legisladores y legisladoras de desgañitarán invocando el tema para recoger los aplausos, pero las niñas y mujeres seguirán siendo requeridas en el hogar para apoyar en la crianza de los hermanos menores o el cuidado de los adultos mayores. Peor aún, guardarán silencio sobre la violencia instalada en los hogares mexicanos.
Primaria, secundaria y preparatoria son obligatorias, la deserción femenina está plenamente identificada plantel por plantel y, sin embargo, no hay exhortos ni de los alcaldes, ni de las autoridades locales, ni de las federales para que las futuras mujeres no dejen la escuela que es, a la larga, el único camino certero hacia una superación de esas mujeres de las que tanto hablamos. ¿Por dónde empezar? Pocos actos son tan viles como la violación y los golpes a mujeres, una infamia. Los que cometen esos delitos constituyen la ralea de nuestra sociedad. Sin embargo, en la amplia agenda de la mujer ambos delitos se deslavan.
Por el legislativo federal han desfilado golpeadores conocidos. Comencemos por algo concreto, por qué no exigimos a los partidos que incluyan en sus indagatorias ese par de expedientes antes de postular a sus candidatos. Los partidos si pueden romper el silencio cómplice. En las comunidades todos conocen las historias: cómo tratan a las mujeres. Sin violadores y golpeadores legislando este país sería mucho mejor. Erigirlos en líderes sociales cuando son la encarnación de la infamia, es barbarie.