Siglo Nuevo

23 de abril, Día Internacional del Libro

Libros que marcan y cambian vidas

Alicia Martín, Vórtice, 2010.

Alicia Martín, Vórtice, 2010.

Jessica Ayala Barbosa

Fomentar el gusto por los libros entre la población mexicana es una tarea titánica; da lo mismo si la promueven los maestros en las escuelas, los famosos o incluso los jugadores de un popular equipo de fútbol, el promedio de lectura sigue siendo muy bajo. Las campañas van y vienen sin generar un resultado significativo. Quizá uno de los mayores avances en cuanto a la lectura es el que tiene que ver con el acercamiento de los libros a la gente, esto a través de las diversas ferias que han surgido en todo el país.

No importa que tan novedosa sea una campaña de acercamiento a la lectura, parece ser que para hacer surgir el amor por los libros y la lectura hace falta algo más, ¿qué es? Tratando de responder a esa y otras preguntas Siglo Nuevo buscó la opinión de ocho escritores y escritoras de México con respecto a su gran pasión por la literatura, la cual se ha divulgado a través de libros, notas periodísticas o conferencias; algunos otros nos contaron algunas anécdotas con respecto a la lectura, así como acerca de los libros o autores que definieron su vocación de escribir, por qué vale la pena leer y cómo le aconsejarían a la gente zambullirse en el mar de las letras.

Cada experiencia de lectura de estos grandes amantes de los libros puede concebirse como una pequeña llave para entrar a ese jardín secreto que es el vasto mundo de la literatura. Tal vez a fin de cuentas el amor por los libros sea contagioso.

MARGARITO CUÉLLAR

El poeta, narrador y periodista Margarito Cuéllar es originario de San Luis Potosí, sin embargo radica en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, hace ya varias décadas, desde ahí comparte exclusivamente para Siglo Nuevo varias anécdotas:

“Las clásicas, que estás chavo, se hace noche, llega la madrugada, la luz de tu cuarto prendida, se levanta tu mamá y te dice: 'ya duérmete, hijo, te vas a quedar ciego'. Esa me la aplicaban todas las noches, como quiera no hacía caso. No porque me sintiera muy rebelde, sino porque sabía que no me quedaría ciego, al menos no por eso.

Con la escritura hay una escena que no se me olvida. Ulises, mi hijo menor, entonces de cuatro años, se la pasaba brincando en el estudio, bailando y haciendo malabares mientras yo escribía en la computadora. Llega Ayax, el mayor, y le dice en tono de reclamo: 'ya estate quieto, Ulises, deja trabajar a mi papá'. 'No está haciendo nada, está escribiendo', respondió Ulises. De alguna forma esa respuesta infantil resume la idea que tiene la sociedad respecto al trabajo del escritor. Con el lector sucede algo peor, pues se relaciona la lectura con el ocio o con las tareas escolares. (...) Más de una vez me ha pasado de que te ven con un libro y preguntan: '¿Te gusta leer?', '¿y por qué?', como si se tratara de una falla orgánica, de un error de la naturaleza o de una decisión equivocada”.

Con respecto a los libros que definieron su vocación, Cuéllar, deja ver que cada momento de la vida es distinto y por lo tanto las definiciones se van dando de acuerdo a los que vive el escritor en determinada época.

“Recuerdo que cuando empecé andaba muy entusiasmado con los poemas de Federico García Lorca, los cuentos de Edgar Allan Poe y los versos de Neruda. Eran ciertamente libros iniciales, y tenían que ver más que nada con los estados emocionales de mi adolescencia. Ya sabes, te enamoras, o crees que te enamoras y piensas que literatura y vida real son lo mismo y que lo que ves en los libros lo puedes trasladar tal cual a la realidad, hasta que te das de topes contra la pared y aprendes que tanto el amor como la literatura se aprenden en la práctica. En mi juventud pasé por el gusto por los corridos, la música popular, los versos de doble sentido, el lenguaje callejero, lo chistes de cantina, los cómics, sobre todo esto último me marcó de muchas maneras y fue mi primera escuela. En los cómics me movía a mis anchas, me identificaba con los personajes, les cambiaba los nombres y modificaba la historia. Mi padre me traía de Tampico algunas revistas, que luego se fueron reduciendo de tamaño o de plano desaparecieron. Recuerdo mis lecturas iniciales: Lágrimas y Risas, Chanoc, Memín Pinguin, Alma Grande, El Llanero Solitario, Santo El Enmascarado de Plata, Capulina. Que iban a la par de las películas del momento, malísimas, pero divertidas a esa edad: Santo contra las momias, Santo contra los monstruos; personajes como la Tonina Jackson, Pancho Pantera, El Pelón Frankestein, entre otros, llenaban parte de la energía de aquellos días. A lo que voy con esto es que no sólo se trataba de un mundo de libros, sino también de juegos y de diversión.

Ya después vinieron otras lecturas. En Monterrey, por ejemplo, ya en segundo de secundaria, intenté leer dos libros y me resultó traumático: un libro de poemas de Tennesse Williams, Fuegos fatuos, y Fervor en Buenos Aires, de Jorge Luis Borges. Los compré en una librería del centro de Monterrey y los traía para todas partes. En ese tiempo estudiaba por la mañana y por la tarde trabajaba en un taller de torno, por lo que los libros estaban todos manchados de aceite y grasa. Los leía y no agarraba la onda. Me gustaban algunos versos pero no lograba meterme a los contenidos. Entonces me metí al club de teatro de la escuela y tuve la suerte de que una decana del escenario, la maestra Delia Garda, me iluminara el camino de la poesía. Estábamos ensayando una obra de teatro, Su Alteza Serenísima de José Fuentes Mares, donde yo hacía de Benito Juárez. La 'profe' sabía que me gustaba la poesía y me llevó un día un libro de Eduardo Lizalde. Ahí empezó todo lo que tuvo que ver con mi futuro como lector y como poeta. Cada cosa es Babel no era precisamente un libro sencillo, para nada; era una obra publicada por la Universidad de Guanajuato en 1966 y yo encontré en aquel libro un mundo totalmente distinto a lo que conocía, que era nada. Tenía un tono filosófico, muy profundo, reflexivo, pero a la vez sensorial y sonoro. Lo leí varias veces. Me aprendí estrofas enteras de memoria y empecé a escribir en otro tono. Dejé las cancioncitas 'romanticonas' y me hice poeta de verdad. O eso creía yo. (...) A Paz lo leí después, ya como a los 35, le tenía desconfianza. A mi generación, la de los poetas nacidos en los años cincuenta, nos marcó un poco, al menos a una parte, el hecho de trazar cierta distancia de Paz. Al menos yo estaba equivocado, su poesía, me di cuenta después, era y es riquísima en tonos y uno aprende de él cantidad de cosas. (...) Y como que a medida que pasa el tiempo me meto más en cosas de filosofía. Me encantan los libros de correspondencia, los diarios de personajes. Yo creo que en el fondo soy un 'metiche' que le gusta meterse a través de los libros en la vida de los demás”.

Para Margarito Cuéllar leer es una actividad similar a un viaje. “No eres el mismo cuando inicias el viaje que cuando vienes de regreso. Cuando empiezas tienes apenas una pequeña ventana y un mundo más reducido. Cuando terminas la lectura se han abierto muchas ventanas y los paisajes y el tono de los mismos ha cambiado”. Sin embargo es partidario de la idea de que es un acto completamente individual, un ejercicio de libertad que nunca debe imponerse por la fuerza.

“El escritor no tiene por qué convencer a nadie de que lea o de que no lea. Hay tantas obras malas que el lector mismo se da cuenta qué está bien y qué sobra. Incluso esto que digo es relativo, pues en un momento puede no gustarnos un libro y andando el tiempo convertirse en nuestra lectura favorita.

El libro es terco y necio y de muchas maneras busca acomodarse en nuestras vidas. Quizá, estamos perfectamente organizados para no leer, como dice Zaid, pero lo seguiremos intentando y el libro mismo nos perseguirá hasta convertirnos en esclavos.

La lectura como el ejercicio, es recomendable aunque sea media hora al día, luego el mismo organismo te exige más, y así. Leer por gusto es lo mejor que nos puede pasar. No digo que las lecturas obligatorias no nos dejen nada, pero es mejor que uno pueda elegir su lectura y manejar los tiempos de lectura al gusto.

En la actualidad no hay pretextos para no leer. Si alguien le molesta el libro impreso puede leer en una pantalla y listo, asunto resuelto. Si no quiere ir a una biblioteca, hay bibliotecas virtuales. Paradójicamente se viven momentos en que el libro impreso es costoso y cada vez hay menos librerías mientras que en cada esquina hay un Oxxo o un 'Seven'. No tengo nada contra estos establecimientos, lo menciono porque abundan en cualquier ciudad. De hecho se debería aprovechar estos establecimientos para distribuir libros, además de cerveza, refrescos o 'papitas'.

Una vez que el lector ha entrado en el círculo de la lectura, difícilmente podrá salir ileso del mismo. La lectura es una enfermedad contagiosa, pero no dañina. Incluso nos puede curar de algunos males imaginarios.

Porque leer es un reto individual. Pero también una necesidad. (...) sobre todo nos hace seres humanos más sensibles, menos salvajes, menos violentos, menos risibles, menos ridículos, más centrados, o más locos, si se quiere, pero en el sentido creativo de la palabra.

Finalmente la lectura es un compromiso de todos. A la mayoría de los políticos les vale madre que se lea o no, pero hay promotores de lectura que hacen su labor como si fuera un apostolado, y eso se agradece.

Creer en la lectura es también un acto de fe. Los libros no son objetos sagrados. Yo siempre dejé que mis hijos jugaran con ellos, que hicieran escaleras, figuras, dibujos, no que los destruyeran, claro. Luego esos objetos de letras y colores se convirtieron en sus compañeros. Sin que dejaran de jugar ni de divertirse o de celebrar con sus amigos. La lectura no se puede imponer. Sólo disfrutarse y ya”.

SAÚL ROSALES

Saúl Rosales es un escritor lagunero afincado en la ciudad de Torreón, Coahuila, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2003. Ha escrito cuento, ensayo, poesía y dramaturgia, y a través del taller de literatura que coordina en el Teatro Isauro Martínez promueve el amor por las letras al mismo tiempo que impulsa a quienes tienen inquietud de escribir a hacerlo.

Entre las anécdotas que más recuerda está una, sucedida en el escenario de la Plaza de Armas de Torreón, que ya ha relatado en su libro Un año con el Quijote (2011) y que revive para Siglo Nuevo:

“Estaba sentado en una banca leyendo el Quijote y llegó un hombre que llevaba un grueso libro. Me preguntó que si yo había estado leyendo la Biblia refiriéndose al libro que tenía en mis manos.

-No. Leo el Quijote.

La imagen que de mí había preconcebido, mi actitud contemplativa en la que me había observado le habrían hecho pensar que mi grueso volumen de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha era la Biblia. De seguro se había creado de mí una idea que no pudo desechar pronto o por lo menos no antes de que yo abriera el libro al azar y, confiado en la tolerancia y la buena fe de alguien que usa la Biblia, le empezara a leer en voz alta el pasaje donde el Caballero de la Triste Figura y Sancho se encuentran con tres labradoras, una de las cuales, finge Sancho para engañar a Don Quijote, es Dulcinea.

El hombre de la Biblia bajo el brazo que seguramente me había concebido como un “hermano” antes de sentarse a mi lado se divirtió oyendo la lectura.

-Lea la Biblia, hermano -no dejó de recomendarme como despedida el buen hombre, abandonando la banca.

Tal vez se retiró interiormente compungido por haber caído ante la seducción del Quijote.

Yo en otro tiempo en correspondencia le habría dicho: tú, que lees la Biblia, amas a Dios; yo, que leo el Quijote, amo a la humanidad; y le habría recomendado, si permanecía oyéndome, que leyera por lo menos el primer tomo de El Capital”.

En cuanto a si hubo un libro en particular que definió su vocación de escritor, la memoria del autor de Autorretrato con Rulfo viaja hasta su infancia.

“En quinto año de la escuela primaria nuestro 'libro de lectura' era uno titulado América es mi patria, en él vimos la gran aventura de un adolescente que se sube a un barco en Veracruz y por alguna razón se queda dormido bajo una lancha salvavidas. Cuando despierta ya va en altamar. Pronto avistan el Castillo del Morro, en Cuba y a partir de allí comienza un recorrido por toda América. Me sedujo el periplo porque leyéndolo conocí muchas realidades que resultaron muy emocionantes para mí, niño de barrio populoso sin mayores miras. De esa manera también descubrí que existían mundos diferentes, sentimientos y emociones inéditos que se me abrían como una posibilidad infinita por explorar. Otra obra que definió mi vocación de escritor es Al filo del agua, de Agustín Yáñez, porque enseña la genialidad con que se puede usar la palabra”.

Por otra parte, para convencer a la gente de que vale la pena leer, alude al desarrollo de diversas capacidades intelectuales, pero opina que antes es necesario hacer algunas precisiones.

“Quienes vivimos en el planisferio de la literatura pensamos que con decir leer ya nos referimos a las obras de ficción o para decirlo de otra manera, a las de entretenimiento. Pero conviene aclarar que se pueden leer libros de muy diversas materias, por ejemplo, libros académicos, de formación personal, de conocimiento científico, etcétera. De cualquier manera digamos que a la gente le convendría leer como forma de diversión, de esparcimiento; como una manera de llenar el tiempo “muerto”, como un modo de escapar de la realidad que no nos es grata. La lectura de esparcimiento nos acarrea además beneficios axiales como agilidad para manejar la palabra, incrementar el acervo léxico, acelerar el desarrollo de la imaginación (al leer ficciones se desarrolla la capacidad de crear ficciones). Y por qué no añadir que también aporta conocimiento”.

JORGE ZEPEDA PATTERSON

El prestigioso periodista mexicano Jorge Zepeda Patterson se sacó esa “espinita” que lleva cualquier lector voraz -la de saber cómo será ponerse del otro lado de la mesa- irrumpiendo en la escena literaria primero con su novela Los corruptores (Plantea, 2013) y luego con Milena o el fémur más bello del mundo (Planeta, 2014). Su primer libro obtuvo una gran respuesta e incluso fue traducido a varios idiomas; el segundo, por otra parte obtuvo el Premio Planeta el año pasado, un reconocimiento que lo ha colocado en los escaparates de todas las librerías y ha favorecido su impacto comercial. Él es el único mexicano que ha ganado este premio que además es el de mayor valor en habla hispana, 600 mil euros.

Pero, ¿por qué un periodista decide convertirse en escritor? La respuesta para Zepeda Patterson es una: los libros, así lo ha relatado en diversas entrevistas que circulan en internet.

Siempre había tenido la espinita clavada, porque en verdad, a mí me gusta decir que antes que académico, periodista, he sido lector voraz, toda la vida. Y me defino mucho en ese sentido, buena parte de mis mejores experiencias en la vida, incluso intensas, han sucedido frente a un libro. Esto de alguna manera te deja como lector, con la duda de si podrías tú, aportar algo a eso que te ha dado tanto. Y si podrías estar a la altura de ese lector exigente en que te has convertido. Quitarme esa duda, en principio fue lo que me llevó a pensar un divertimento…, le dijo a Rosa Esther Juárez del portal masgdl.com en diciembre pasado.

En otra entrevista que está disponible en Youtube ahonda un poco más en sus motivaciones. “Por otro lado, en efecto, 20 años de hacer periodismo, cubrir la vida pública, los hombres y mujeres de poder te va dejando la sensación de que no agotas todo, particularmente los temas que tienen que ver menos con los datos y más con las sensaciones, es decir, qué está en esas charlas de sobremesa en los restoranes elegantes donde las cúpulas del poder deciden los destinos de los hombres y mujeres de la calle, ¿no? Claro, el periodista cubre los eventos en la Cámara de diputados, en el Congreso, en los parlamentos, donde se vota, pero esas votaciones muchas veces no son más que la concreción de los arreglos que se hicieron en lo oscuro, entonces a mí me quedaba la sensación de que había muchos temas como estos, que sólo a través de una construcción 'ficciosa', pero apegada a la realidad, podría revelar las pulsiones, los temores, los sueños, la manera en que se corrompe un funcionario, etcétera; sólo podría ser documentado, a través, pues, de una novela.

Al final el periodismo también es una construcción, ciertamente una es ficción y la otra no es ficción pero yo no creo en estricto sentido en lo que algunos denominan periodismo objetivo. Me parece que toda creación humana tiene una carga subjetiva, el periodismo es subjetivo desde el momento que lo hace el sujeto, entonces no son tan terriblemente divorciadas las dos esferas, por supuesto que el periodismo se tiene que basar en hechos reales y describir hechos reales, pero la ficción se construye también sobre realidades, y en última instancia tienen como elemento común el uso del lenguaje, en este caso escrito, y yo me dedicaba al periodismo escrito esencialmente, al final es un instrumento, como puede ser el piano, lo mismo un instrumento para interpretar una pieza dentro de una orquesta sinfónica que para un bolero, me parece que el dominio de este instrumento nos hace converger tanto a periodistas como novelistas y uno escoge en qué área se mueve”.

Pese a ser un lector implacable, Zepeda Patterson no puede decir con exactitud si un libro o un autor marcó su vida. En la entrevista que reproduce masgdl.com explica: Me costaría trabajo señalar alguna influencia puntual, porque como lector autodidacta, uno es caótico y azaroso; entonces hay épocas en que ciertas lecturas influyen, pero hoy por hoy me costaría trabajo decir cuál es el libro que me cambió la vida. Incluso hay libros que fueron fundamentales, luego los relees y ya no lo son tanto. Cuando tenía 14 o 15 años, leer Pedro Páramo fue una revelación absoluta, la potencia que tenía para dejarte sumido en evocaciones. Quince años después, leer Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar fue otro momento, digamos, apoteótico. Puedo releerlo, y ya no me provoca lo mismo. Sin dejar de creer que es una gran novela.

Pero eso no quita su intención de recomendar la lectura, a aquellos que aún no se sumergen en el mundo de los libros les recomienda iniciar con las novelas de suspenso.

"Introducirse en la literatura, es muy fácil a través del thriller, del misterio, me parece que la novela negra es un punto de entrada espectacular”, dijo en el programa Página Dos de la cadena española RTVE en diciembre de 2014.

CRISTINA RIVERA GARZA

Cristina Rivera Garza es originaria de Matamoros, Tamaulipas, pero toda su vida ha sido un constante ir y venir de una ciudad a otra, de un país a otro, pues ha sido catedrática en universidades de México y Estados Unidos. Ha escrito novela, ensayo y poesía e historia y ha sido condecorada con los premios más codiciados de México.

En el programa Palabra de autor de Canal Once TV conducida por la periodista y también escritora Mónicas Lavín, Cristina recordó aquellos libros que poblaron su infancia.

“Lo que leía eran libros de aventuras, de historias de grandes científicos, mi conocimiento de Marie Curie, de sus premios nobeles y sus descubrimientos vienen de esa época, exploradores y físicos y cosas por el estilo y, por supuesto, hasta llegar al gran momento, al gran encuentro con el Diario de Ana Frank, que no sé si a ti también te pasó pero suele ser, platicando con varias escritoras sobre todo, parece ser un libro que cumplió con la función que quería, se supone, Ana Frank, que es producir un libro que cambiara vidas”.

En el libro Lectoras de Juan Domingo Argüelles (Ediciones B, 2012) Cristina profundiza en el tema de los libros que marcaron su vida.

Hace no mucho Edmundo Paz Soldán publicó un ensayito maravilloso sobre la biblioteca de su padre. Describía, ahí, los libros que leyó o con los que tuvo contacto antes de llegar a los verdaderamente literarios. Se trata de una colección rara pero bastante extendida entre clases medias latinoamericanas del tercer cuarto del siglo XX de libros de ciencia popular, biografías nacionales, best sellers norteamericanos, historia europea y relatos semieróticos. Si habría que empezar por algún lado, honestamente habría que empezar por ahí. A la biblioteca de mi padre, que entonces era un científico en ciernes, habría que añadirle relatos de aventuras etnográficas en tierras lejanísimas, biografías de los ganadores del Premio Nobel, particularmente en la rama de la biología, y los libros adquiridos especialmente para 'las niñas': El Diario de Ana Frank, sin el cual habría tardado más tiempo para pensar que eso (y eso aquí era definición medio abierta y escandalosa de la escritura) era algo que quería hacer de grande. Ahora que recapacito en ello: las bibliotecas de los familiares donde pasábamos vacaciones tuvieron su influencia también. En casa de una tía que estudiaba medicina encontré, y leí por completo durante un verano angustioso y lleno de hipocondría, unos libros gigantescos de respetuosas pastas gruesas en los que se describían con gran detalle y en un gran lenguaje aparentemente objetivo todas las enfermedades del cuerpo, con fotos incluidas. Fue, sin duda, mi primer acercameiento a la pornografía. Ese le abrió la puerta a todo lo demás: Tolstoi, Dostoievski, Kafka, Woolf, Rulfo.

En esa misma entrevista con Argüelles, la escritora también hacer referencia a una entrada de su blog, No hay tal lugar, en el que cuenta cómo, por asignación de su profesor de literatura universal, un joven ambicioso y utópico, ligeramente desaliñado y de voz enérgica, fue a dar con otro libro crucial de su existencia: Ana Karenina.

En todo caso, cuando nos advirtió de sus intenciones [...] creo que fui la única que contuvo el salto de gusto que, en otro plano, en el plano de la literatura seguramente, estaba dando en ese momento. Yo ya me había declarado a mí misma (que es lo que cuenta) una lectora empedernida (y llevaba ya los anteojos que lo probaban) y hacía gala (con lujo adolescente) de esta elección a diestra y siniestra (más a siniestra que a diestra a decir verdad). Para entonces ya había leído los libros que me hicieron pensar que escribir (¡ay de mí!) no era tan difícil, que escribir era algo evidentemente muy placentero (¡ay de mí!), y que escribir era algo (¡ay de mí!) que yo quería 'hacer de grande'. Pero Ana Karenina, el libro que me asignó un utopista cuando yo andaba por ahí de los 13 años, fue, en realidad, y en muchos sentidos, mi primer libro.

Gran lectora y promotora de la lectura a través, por ejemplo, de un programa denominado Citas textuales, se niega a afirmar completamente que los libros hagan mejoran la existencia.

No es su función, ciertamente. ¡Qué aburridos serían si fueran así!, Pero también he escrito sobre eso, especialmente en referencia a un libro muy interesante que se planteaba esa pregunta respecto a los libros de Virgina Woolf. Decía yo entonces “¿Pueden los libros mejorar la vida de una persona? Sinceramente no lo sé. Es más: lo dudo mucho, le responde a Juan Domingo.

Conozco, es más, a grandes lectores a los que en definitiva no describiría como buenas personas, mucho menos como “mejores” personas, y son pocos los escritores que se han distinguido, y eso para bien, por su mesura y ecuanimidad o eso que ahora se conoce como 'inteligencia emocional'.

Durante un encuentro que tuvo lugar en Tamaulipas, Rivera Garza leyó una reflexión acerca del poder que para ella tienen los libros.

“Yo soy de los escritores que creen, por supuesto, que producir libros es importante, pero creo que es importante porque el libro no necesariamente nos hace mejores seres humanos, ni más cultos, no es una piedra mágica contra todo, pero sí creo, sí estoy muy convencida que un libro, cuando verdaderamente es un libro, nos ofrece una oportunidad distinta de ver al mundo, nos recuerda que el mundo tal como aparece, no necesariamente es como es, que no iba a ser así que no, inevitablemente, tenía que ser así, el libro nos recuerda que el mundo puede ser distinto, no sé si mejor o peor, pero distinto sí, y me parece que esta capacidad que tiene el libro, de activar nuestra imaginación, de activar nuestra conexión con otra posibilidad es una capacidad crítica que es fundamental al acto de la escritura, y esta es una capacidad crítica que no tiene que ser ni solemne ni rígida, ni determinada, que puede muy bien, y lo es mejor, cuando es lúdica, cuando hay ironía, cuando hay rejuego, cuando hay humor, hay muchos métodos, muchas posibilidades, pero creo, o al menos para mí, en mi historia como lectora, que es lo que fundamentalmente soy, los libros que me han movido, los que sigo llevando de un lado para otro, los que forman parte de mi casa y de mi familia, son estos libros que me han dado la oportunidad de ver el mundo de manera distinta, son los libros que me permiten en muchos casos, a veces soportar el mundo tal como lo veo, a veces entrar e intentar conectarme con ese mundo de maneras distintas, esos son los libros que me gusta leer, son los libros que me gustaría pensar que estoy escribiendo, el libro, que exige y que invita al lector a tener una participación activa, interactiva, el libro en el que entras siendo una persona, y tendrías que salir siendo otra, una experiencia que tendría que ser de vida o muerte, si no para qué la haces, ¿no? El libro como una experiencia vital”.

MARGO GLANTZ

Margarita (Margo) Glantz es una prolífica escritora, periodista y traductora mexicana, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1996. En el libro de José Domingo Argüelles señala que su contacto con los libros sucedió muy pequeña. “Desde muy niña leí. Mi padre tenía una biblioteca desordenada pero abundante, con libros en yidish, ruso, hebreo y español. Además, colecciones de revistas; por ejemplo, Sur, fundada y dirigida por Victoria Ocampo, y Billiken, revista de monitos para niños, también argentina. Había también anotologías de poetas, como Shakespeare y Calderón de la Barca, en las colecciones de Aguilar, folletines de Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, El Conde de Montecristo, el Vizconde de Bragelonne, etcétera), Ponson du Terrail (las series de Rocambole), Víctor Hugo (Los miserables, El noventa y tres) y, por algún azar providencial, novelas de Julio Verne (Los hijos del capitán Grant, Dos años de vacaciones, Viaje al centro de la Tierra, Miguel Strogoff), M. Delly (Corazones enemigos, Orietta, La infiel) y Stevenson (La isla del tesoro, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Secuestrado), así, en desorden.

Entre los libros que mi padre nos compraba había algunos sobre mitos griegos, y otros sobre descubridores e inventores. Así que, desde muy pequeña, quizá desde los nueve o diez años de edad, leí con avidez y me sabía de memoria las aventuras de Jasón, Perseo, Hércules, Aquiles, Héctor, Casandra, etcétera, además de los viajeros de Indias como Colón (sobre quien mi padre escribió un poema épico en yidish), Magallanes, Cook, etcétera. También las vidas de Gutenberg, Edison, Bell y otros inventores.

Fue muy importante también una antología de poetas que empezaba con los griegos y latinos y terminaba con el italiano Leopardi. Verne y Delly (novelas de aventuras y novela rosa) marcaron mi adolescencia, como también Crimen y Castigo, Los hermanos Karamasov y El Prínicipe idiota de Dostoievski, hacia los 14 años. A los 15, gracias a una biblioteca circulante de una organización socialista-sionista a la que ingresé en 1945, leí novela norteamericana (John Dos Passos, William Faulkner, Theodore Dreiser, Upton Sinclair...) y alemana (Hermann Hesse, Thomas Mann, Hermann Broch, Jakob Wassermann, Leon Feuchtwanger...), y a los 17 empecé a leer a Marcel Proust, a quien no entendí en absoluto.

Para la autora de Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador, los libros mejoran la existencia. “Definitivamente, puedes vivir las vidas y las aventuras que quieras vivir en la medida que las vas leyendo”.

ELENA PONIATOWSKA

La periodista y escritora Elena Poniatowska, quien fuera condecorada el año pasado con el Premio Cervantes, hace parte del libro Lectoras de Juan Domingo Argüelles, ahí precisa que desde cuando se enfrascó en una aventura con los libros.

Desde muy niña, en Francia. Aún recuerdo las palabras de una institutriz. Me dijo: 'verá que, cuando usted sepa leer, se esconderá en algún rincón para poder leer los libros sin que nadie la moleste'. Entonces, para caerle bien, para que ella me quisiera, me dio por esconderme en los rincones y fingir que leía cuando no sabía leer. Pero aprendí muy pronto. Al llegar a México, a los diez años de edad, ya tenía al menos unos cuatro como lectora. Estoy por cumplir 80 años (2012); lo cual quiere decir que soy lectora desde hace 74. Pero la verdad es que, cuando yo comencé a leer, no había ninguna otra distracción más que los libros.

Tuve una infancia muy severa. No fui una niña consentida, y siempre tuve muy de cerca la palabra escrita. Recuerdo que en un fin de año me regalaron un periodiquito francés que se llamaba La Semaine de Suzzette. Fue para mí un regalo extraorinario, pues era una publicación para niños y, muy especialmente, para niñas. También leí, entonces, en francés, los libros de la Condesa de Ségur que en español serían traducidos como Las desgracias de Sofía, El General Durkain, Las niñas modelo y Juan que llora y Juan que ríe, entre otros. Pertenecían a una colección llamada Biblioteque Rose: todos los libros tenían este color, con títulos en letras doradas y encuadernados en pasta dura. Me parecía un lujo tener esos libros, que también traían ilustraciones.

Cuando llegué a México leía en francés y en inglés. En mi adolescencia hubo libros que me fascinaron, todos ellos leídos en estos idiomas. Por ejemplo, Oliver Twist, Cuentos de Navidad y David Copperfield, de Charles Dickens; Ana Karenina e Infancia, adolescencia y juventud, de León Tolstoi; El jugador, Los Hermanos Karamasov y Crimen y Castigo, de Dostoievski, y a los grandes escritores católicos franceses, que eran lecturas obligadas. Me hacían memorizar poemas enteros de Charles Péguy, a quien leí más que a Paul Claudel, pero, en general toda la literatura francesa católica. Después estudié en un convento de monjas en Estados Unidos, el Convento del Sagrado Corazón de Jesús. Debido a ello, llegué tardíamente a los autores españoles, mexicanos y en general hispanoamericanos; los comencé a leer a partir de los diecinueve o veinte años de edad, cuando aprendí el español.

Y a fin de cuentas, ¿qué son los libros para Elena Poniatowska? En primera instancia una forma para cambiar la vida y también son compañeros. “Yo sin libros no puedo imaginar mi existencia. Mi casa es un solo libro, pues no hay prácticamente un espacio donde no estén. No tendré una biblioteca tan grande como las que formaron Alí Chumacero y José Luis Martínez, pero los libros que tengo son muchos y son parte de mi vida: pueblan mi pensamiento (...) Un libro es un compañero las veinticuatro horas del día. Si no puedes dormir en la noche, ahí tienes un libro al alcance de la mano, para acompañar tus insomnios”.

SARA SEFCHOVICH

A la escritora y académica mexicana Sara Sefchovich le apasiona tanto el tema de los libros y lo que pueden significar para la vida, que escribió una novela entera dedicada al tema. La señora de los sueños es una obra que habla de cómo la lectura le cambia la vida a Ana Fernández, la 'personaja' principal, una mujer que tras muchos años dedicada enteramente a su casa y su familia cae en una profunda depresión:

La vida me pesa, no hay nada que me interese y no le encuentro sentido a la existencia. Tengo el alma envejecida, me siento un trapo, una jerga, me estoy secando. Vivo en el hastío mientras las horas van limando los días y los días van royendo los años. Vivo como muerta en esta vida no vivida y se me escurre entre las manos la vida, mi vida, dice Ana Fernández en el prólogo del libro.

Quienes han entablado una sólida relación con esos incondicionales amigos de hojas y lomos sólidos, sabrán que tanta desgana, tanto sinsabor, tanto sinsentido, cuando todas las puertas se han cerrado, sólo tienen una cura: los libros.

¿Cómo llegó Sara Sefchovich a concebirlo así? ¿Cuándo? Quizá es una verdad que sabe desde la infancia:

La imagen que conservo de mi padre es la de un señor leyendo. Trabajaba todo el día, pero cuando llegaba a casa, luego de cenar y estar un rato con su familia, se sentaba a leer hasta las mil de la madrugada. Tenía una biblioteca prodigiosa. Fue un hombre erudito y muy estudioso, sabiamente desordenado como lector, pues sólo leía aquello que le interesaba en el orden en que fuera. Mi madre también era lectora, pero más de revistas que de libros, y mi papá, además de lector de libros, era también asiduo lector de periódicos. Leer, entonces, fue parte de mi existencia desde la infancia, rememora en Lectoras.

Escribí una novela, La señora de los sueños, acerca de lo que puede significar la lectura para una mujer. Está construida en base, más que a los libros individuales, a ciertos grupos de libros que, desde muy niña, me movieron mucho el piso: especialmente sobre ciertas culturas y ciertos momentos de la historia. [...] En esa novela están las fantasías con las que crecí: la invención de mi vida a partir de la vida en los libros. [...] Fueron libros o grupos de libros muy vividos en la piel y te diría que, hasta el día de hoy, son los que siguen moviendo mi existencia.

Para Sara Sefchovich los libros no sólo tienen el poder de cambiar el sentido de la vida, sino de construirla y asegura que no imagina qué sería de la existencia sin ese motor.

Con los libros se puede construir toda una vida más rica, agradable y satisfactoria, ajena por completo a aquella que no te queda más remedio que llevar. Y ello sin que cambien las condiciones materiales.

La señora de los sueños lo explica de la siguiente manera: Lo que sucedió usted lo sabe: aprendí a leer y mi soledad encontró compañía, el silencio se pobló de voces, el vacío se llenó de fantasías. En los libros encontré lo que necesitaba, ahora es mío el mundo y hasta una porción de eternidad.

Pero el hecho de que reconozca las bondades de los libros y la lectura, no significa que les atribuya cualidades mágicas, por ejemplo, que hagan mejores a las personas.

No dudo que saber más cosas y comprenderlas pueda transformar para bien a los lectores, pero esto no necesariamente se cumple en todos.

Tampoco piensa que leer deba ser una obligación. Por supuesto que cree que se debe estimular a la gente para que lea, empujarla casi, hacia los libros, con ferias y demás actividades culturales, y desde luego con un verdadero acceso barato a los libros, pero jamás convertirlo en una imposición.

Es muy rico sentarte a leer con alguien, si quieres, pero que te obliguen a sentarte veinte minutos con tus hijos, cuando llegas agotado a tu casa, cuando trabajaste todo el día, no me parece la mejor idea para que el gusto por la lectura prospere. Me parece que es una labor que tenemos que hacer de una manera más inteligente.

El acceso a los libros es importante en la sociedad, por supuesto, pero también lo es el respetar los gustos de cada persona, a fin de cuentas también hay gente que puede llegar a concluir que la lectura no le sirve para nada.

Hay gente a la que le parece más divertido pasar una tarde bebiendo, conversando con un amigo, caminando por la calle, etcétera, y son cosas tan válidas como a quienes parece que la mejor tarde es sentarnos a leer. Los gustos y los mundos son distintos y el para qué de la lectura es de cada quien.

CARLOS VELÁZQUEZ

El escritor lagunero Carlos Velázquez forja a pulso día a día su carrera literaria. Gradualmente sus libros ganan mayor atención a nivel nacional e internacional y sus columnas en La Ciudad de Frente -irónico sentido polémico mediante- logran estar en boca de todos.

Surgido de un 'barrio bravo' de Torreón, el joven autor de El karma de vivir al norte (Sexto Piso, 2013), encarna el poder transformador de los libros. Así lo deja ver al revelar para Siglo Nuevo el libro que definió su vocación:

“Trópico de Cáncer de Henry Miller fue sin duda el responsable de que me dedicara a la literatura. Cualquier otro libro que haya leído antes, que no fueron muchos, no me incentivaron en absoluto. En el de Miller entendí que sí era posible provenir de un estrato social con desventajas y dedicarte al arte. Leer las aventuras de Miller en París, casi un paria, no estaba lejos del sentimiento que significaba recorrer las calles de Torreón. Es lo mismo que le ocurrió a muchas bandas de rock en México cuando supieron que los Ramones habían inhalado pegamento en su juventud. Si cuatro tipos que consumían solventes cambiaron la historia del rock & roll, cualquier cosa es posible”.

En una entrevista reciente publicada en el portal México 20 afirmó que la escritura nunca es una vocación sino un accidente, y en su caso, un accidente que lo salvó de “ser carne de prisión”: en mi caso la escritura no fue una opción. simplemente no tenía elección. nací en un barrio bravo. y sólo existían dos caminos, convertirme en maleante o convertirme en maleante. no cuento con la pasividad necesaria para volverme un cero a la izquierda. [...] el único crecimiento posible entonces para mí era a través de los libros. y fue consumarme como lector lo que me orilló a la escritura. no suelo romantizar con el acto de escribir, pero era o escribir o ser carne de prisión.

Alguna vez Velázquez escribió que tiene una naturaleza tendiente a desarrollar adicciones y una de ellas parecen ser los libros. Un libro siempre es un buen acompañante para él, no importa en medio de qué esté, una gira, un simposio, en una oficina de gobierno, en la fiesta, en la ¿plaza de toros?

“Podrá sonar a cliché, pero los libros poseen vida propia. Y eligen a dónde pertenecer. He extraviado libros en los sitios más insospechados. Por ejemplo, olvidé una edición preciosa de Una temporada en el infierno de Rimbaud en la Plaza de Toros. Desde el momento en que salí de mi casa con el libro supe que mi acto poseería algo de inexpugnable. Quién lleva libros a una corrida de toros. Pero en aquel momento me fue difícil desprenderme del ejemplar. Y entre tragos de cerveza y descansos entre corridas leía algunos poemas. Para al finalizar la tarde largarme sin el libro. Que se quedó en una de las gradas de cemento. A la espera de su siguiente lector”.

Los referentes literarios de Carlos Velázquez suelen cambiar con el tiempo y aunque la lista es inmensa, dice, siempre redunda en Fogwill, Jim Thompson, Rubem Fonseca, Hunter S. Thompson, según declaró para México 20. Sus indispensables son aquellos que viven y luego escriben, igual que él. Y leer también es vivir.

“Leer es como la natación. Al principio nadas unos metros, luego le das una vuelta a la piscina. Luego nadas 500 metros. Sucede con los libros, lees obras pequeñas, y la práctica te lleva luego a leer libros de 500 páginas. Es indispensable leer porque te pone en contacto con las posibilidades de la lengua”.

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