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Hace 35 años el mundo perdió a Jean-Paul Sartre, uno de los máximos exponentes del existencialismo. La fecha da pie para recordar a un hombre cuyo pensamiento filosófico no se ciñó al campo de la literatura, sino que se extendió hacia la academia, el periodismo, la política, que inundó cada terreno de su existencia.
Jean-Paul Sartre (Francia, 1905-1980) filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político. Los alemanes le hicieron prisionero durante un año (1940-1941). Participó en la Resistencia francesa y creo junto a Simone de Beauvoir, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Socialista independiente activo después de 1947. Destaca por sus novelas La náusea (1938), Los caminos de la libertad (trilogía, 1945-49) Los palabras (autobiografía, 1964), así como por sus obras de teatro Los moscas (1943), A puerta cerrada (1944), etcétera.
LA NÁUSEA
La náusea anticipa el mundo de ideas que en El ser y la nada Sartre desarrollará plenamente. Antoine Roquentin escribe un diario íntimo. Él es un hombre soltero de 30 años, paga una renta de 15 mil francos anuales. Viaja por muchos países y por último se establece en Beauville, donde trabaja “para justificar su existencia” en la redacción de la biografía del Marqués de Rollebon, un aristócrata de fines del siglo XVIII. La labor le resulta absorbente por lo que decide abandonarla.
Roquentin es un hombre cansado y pesimista. Carga sobre su espalda la desesperanza de una sociedad que ha perdido el rumbo y la fe. La mente quiere fugarse pero no puede:
Entré en la sala de lectura y tomé de una mesa La Chartreuse de Parme. Trataba de absorberme en la lectura, de encontrar un refugio en la clara Italia de Stendhal. Lo conseguía por momentos, en breves alucinaciones, para recaer en el día amenazador, frente a un viejecito que se aclaraba la garganta, y un muchacho soñador, recostado en su silla.
En La náusea no sobresalen los personajes. Todos y cada uno, aunque sonrían, lucen débiles, apagados. El mismo narrador es un personaje intrascendente que, siguiendo al pie de la letra las características de la novela existencialista, carece de rasgos superiores. Sin embargo, no dejará de lado su constante reflexión sobre la realidad y su existencia: Ya no escribo mi libro sobre Rollebon; se acabó, ya no puedo escribirlo. ¿Qué voy a hacer de mi vida?
El hombre se debate entre el tiempo histórico que le tocó vivir y su conciencia. Durante el cautiverio, ¿en quién creer? El Autodidacto (trabajaba en los tribunales y Roquentin lo había conocido en 1930 en la Biblioteca de Bouville) responde a la interrogante: Vino la guerra y me alisté sin saber por qué. Estuve dos años sin comprender, porque la vida del frente dejaba poco tiempo para la reflexión y además los soldados eran demasiado groseros. Al final de 1917 caí prisionero. Después me dijeron que muchos soldados recobraron, en el cautiverio, la fe de su infancia. Señor -dice el Autodidacto bajando los párpados sobre sus pupilas inflamadas-, yo no creo en Dios; la ciencia desmiente su existencia. Pero en el campo de concentración aprendí a creer en los hombres. Que el hombre tome conciencia de su vida es la apuesta de Sartre en esta novela.
EL SER Y LA NADA
Jean-Paul Sartre es uno de los principales representantes del existencialismo (luego de la Primera y Segunda Guerra Mundial, esta corriente de pensamiento tomó nombre), corriente filosófica que reúne a diversos intelectuales, que a partir de ópticas a veces distantes, consideran la existencia antes que la esencia: “existo en primer lugar, luego pienso”.
El ser y la nada es considerada su primera obra filosófica y fue publicada en 1943. La invitación: “cada uno debe encontrar desde su creación el sentido de la vida”. Menciono algunos puntos que considero importantes:
El hombre es hombre para ser libre: el hombre no es primeramente para ser libre después: no hay diferencia entre el ser del hombre y su «ser-libre». La estupidez, la banalización del mal, hunden su raíz en la propia existencia. Las preguntas: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿para o por qué existe el ser?, o ¿existe la libertad total?, tienen el propósito de reorientar al sujeto.
El ser y la nada, dicen los estudiosos, es la obra de Sartre más definida en su orientación que El ser y el tiempo de Heidegger. En ella, se mira el presente y el futuro. El pasado ya fue. El presente, ese tiempo tan efímero, proyecta el porvenir: Empero, yo estoy, por cierto, allí en el porvenir; ciertamente, tiendo con todas mis fuerzas hacia aquel que seré dentro de un momento, al doblar ese recodo; y, en este sentido, hay ya una relación entre mi ser futuro y mi ser presente.
Al hombre no lo determina el pasado ni Dios porque Dios no existe. Si leemos mal, borraríamos definitivamente el pasado, lo que implicaría un error fatal. Somos historia y, en conjunto, la historia de la humanidad. El pasado se reconoce: “el que no conoce la historia está condenado a repetirla”. Si lo reconocemos, podemos luego, preguntarle al futuro.
Otro tema que aborda es el de la responsabilidad. No como valor (Sartre no cree en los valores universales, como Dios, estos le quitan la libertad al hombre, lo que es refutable), antes bien como una decisión buena, o si se quiere, acto de buena fe ya que existimos en comunidad. Nuestro presente y nuestro porvenir nos ligan a los demás. Ramón Xirau, en su Introducción a la historia de la filosofía (UNAM, 2009), apunta: Así nuestra vida es un constante compromiso, un constante escoger para nosotros y escoger para los demás lo que hemos escogido como bueno para nosotros.
Sartre hace hincapié en la buena fe, en la reciprocidad. ¿Actuamos, hoy en día, de buena fe sobre los demás, nuestro cuerpo, el planeta, la ciencia, la tecnología? ¿Somos libres? ¿Permitimos la libertad de los otros o nos la apropiamos? Sartre escribe: trato de apropiarme de la libertad del Otro y percibo de pronto que no puedo actuar sobre él sino que esa libertad se ha hundido bajo mi mirada.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
En las teorías escritas hasta nuestros días hay aciertos y errores. La crítica que cae sobre Jean-Paul Sartre la podemos resumir de esta manera: se negó a recibir el premio Nobel en 1964; difiere de Albert Camus (para Sartre el socialismo -el terror y la falta de libertades- son parte del desarrollo; para Camus, un sistema tan explotador como el capitalismo); Freud califica al existencialismo de superficial, inspirado en una sociedad burguesa egoísta, desesperada y se refiere a la relación directa de Sartre con Martin Heidegger, este último partidario del nazismo.
Si analizamos con detenimiento estos puntos veremos que poseen argumentos certeros y válidos. Sin embargo, en los actos de buena fe, siendo hombres de reflexión y acción, debemos discernir entre lo dicho y lo escrito. Este es un punto a favor de la teoría sartreana. La literatura por su parte, que comienza cuando la filosofía se detiene, tiene que ser crítica. Sartre, escribe Guillermo Fadanelli, no cesa de hacerse corpóreo a través de lo literario.
La perspectiva de Sartre sobre la literatura es vigente y de una u otra forma la plantean los autores en sus libros publicados: la literatura como un compromiso con el tiempo histórico, el contexto, las circunstancias. Dicho de otra manera, el papel del intelectual que es, por cierto, un papel ingrato y contradictorio, consiste a la vez en integrarse completamente en la acción, si la juzga justa y verdadera, y en recordar siempre el verdadero fin de la acción, poniendo siempre de manifiesto, por la reflexión crítica, si los medios elegidos se orientan hacia el fin propuesto o si tienden a desviar la acción hacia otra cosa.