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¡AH…, ESAS ESQUELAS NECROLóGICAS!

Dr. Leonel Rodríguez R.

Acostumbraba, hace varios años, adquirir dos de los periódicos que circulan por la Comarca Lagunera; sin embargo, desde hace tiempo tan sólo me hago de uno de ellos. Acostumbro revisar todas sus secciones e ir recortando las páginas donde encuentro algo interesante para posteriormente leer.

Generalmente, empezaba por la sección que actualmente conocemos como Comarca, donde vienen todavía las columnas de Política y cosas peores y Mirador y con su lectura me alegraban, y lo siguen haciendo, el inicio de un nuevo día.

Después, ojeaba la sección de Sociales para continuar con las de Espectáculos, Deportes, Finanzas y al último dejaba la primera sección, donde se nos informa de los últimos acontecimientos tanto nacionales como internacionales. Por lo regular, realizo esta operación a diario, sin embargo, en algunas ocasiones y por diferentes motivos, ya hasta en la tarde, después de las siete u ocho pasado meridiano y al calor de varias humeantes tazas de café, apenas si empezaba a revisar cada una de sus secciones y disponerme a leer lo que de importancia veía en cada una de ellas, recortando muchas de estas notas para mis archivos, aun cuando comentando con algunas personas de esta costumbre, me decían que "ya no estaba leyendo noticias, sino historia".

Fue a base de esta rutina que era hasta ya por la noche cuando me enteraba de los fallecimientos de algunas personas conocidas, tales como algunos maestros de mi querida Alma Mater y/o bien de compañeros médicos, no sólo de mi generación, sino de algunas cercanas a la mía, tanto de antes como de años después.

Cuánto llegue a lamentar estas noticias por sus Esquelas Necrológicas, de no haber acudido a sus velaciones o bien a la misa de cuerpo presente y tal vez de haberlos acompañado hasta su última morada.

Sin embargo, todavía me quedaba la oportunidad de cumplir en estos dolorosos casos, cuando los cuerpos eran cremados y generalmente días después colocadas sus cenizas en algunos de los templos religiosos de nuestra ciudad y era en estos momentos que manifestaba mis condolencias a sus deudos.

Dadas estas malas experiencias de enterarme ya demasiado tarde, que cambié mis hábitos, y desde hace tiempo, lo primero que reviso es la sección donde aparecen estas lamentables noticias, lo que me ha dado la oportunidad de enterarme con anticipación y de esta forma acudir a las salas de velación, saludar a las familias de los deudos y generalmente quedarme a la ceremonia religiosa de cuerpo presente y así manifestarle a los deudos mis sinceras condolencias y pesar por la pérdida de un buen amigo o familiar de alguno de ellos, que lo único que han hecho es adelantársenos al tomar el tren del viaje sin retorno, pero como leía no hace mucho: hasta dónde han de llegar que no los hemos de alcanzar.

Pero, me pregunto, ¿cómo se participaba en el pasado el deceso de una persona, de un familiar? Tengo la redacción de la esquela necrológica con que se dio a conocer a la sociedad de la Ciudad de México el fallecimiento de Manuel Acuña y que a la letra dice: "El Liceo Hidalgo, poseído del más profundo sentimiento participa a usted que el sábado seis del corriente, a las dos y cuarto de la tarde, falleció en esta capital su socio Manuel Acuña. Los que suscriben, a nombre del mismo Liceo, suplican a usted que asista a la inhumación del cadáver, que tendrá lugar el miércoles 10 a las ocho de la mañana. Méjico, 7 de Diciembre de l873. Francisco Sosa, Gustavo Baz, Vicepresidente, Primer Secretario. El duelo se recibe en la Escuela Nacional de Medicina y se despide en el panteón Campo Florido".

Esta participación luctuosa fue publicada en uno de los diarios del siglo XIX que circulaban por la Ciudad de México, y vienen a mi mente una serie de preguntas sin respuestas después de 143 años: y la familia de Acuña, qué…, ¿por qué no fueron ellos los que hicieron saber a los capitalinos y al resto del país el deceso del poeta coahuilense?

Pero de qué manera, en qué forma se daba a conocer estos acontecimientos en los pueblos pequeños, en las poblaciones donde no había, por aquella época ni periódico, ni radio, ni tan siquiera un teléfono, mucho menos, como en la actualidad, que contamos con los canales televisivos y ya en los primeros años del presente siglo y milenio con las redes sociales a través de los teléfonos celulares, que en fracción de minutos se dan a conocer todo tipo de información tanto a nivel nacional como universal.

Ignoro cuántos habitantes tendría mi población natal a principios del siglo XIX, lo que sé perfectamente es que mis abuelos maternos fueron el primer matrimonio que se llevó a cabo en el mes de enero de este inicio de año y de siglo y que ambos fallecieron, así como dos de sus pequeños hijos, durante los meses de abril a julio de 1919 a causa de la epidemia de la gripe española que cobró millones de vidas a nivel mundial.

¿Qué medios de comunicación habría por aquel entonces? Me pregunto y concluyo que ninguno de los conocidos años más tarde, tales como el telégrafo y el teléfono posteriormente y que por décadas no estuvieron al alcance de muchas poblaciones, de tal manera que concluyo que la única forma de conocer de las defunciones era a través de la comunicación oral, máxime que el número de habitantes eran pocos; descarto, dadas las circunstancias, que hayan utilizado las esquelas necrológicas, primero por la situación económica de la familia, por otra parte, todavía en la actualidad no sé de una imprenta que haya habido en la población y nos aferramos a aquella frase, todavía muy utilizada en la actualidad, que dice: "las malas noticias vuelan" y es cierto.

Creo que para la década de los cuarenta o principios de los cincuenta, ya existirían en muchas pequeñas poblaciones "casetas telefónicas", manejadas tal vez por la presidencia municipal o por particulares, a donde se podían comunicar de otras ciudades o poblaciones, dejar el mensaje de que fulano de tal, zutano o perangano, se reportara a tal número, de tal ciudad, con tal persona, y por supuesto, ya también existía el telégrafo.

Esto todavía me tocó vivirlo y escucharlo de voz de mis mayores, en los primeros años de mi infancia, allá por la segunda mitad de la década de los cuarenta, y sin dudarlo, en los primeros años de los cincuenta del siglo pasado. Todavía en esa década recuerdo perfectamente cómo circulaban las esquelas necrológicas con las cuales se anunciaba el fallecimiento de familiares y amigos de mis padres. Conservo, no porque yo la haya guardado, la esquela que anunció el fallecimiento de la tía Octavia, así como una fotografía que se tomaba rodeando el féretro toda la familia inmediata, antes de conducirlo hasta su última morada, sino porque una hija de ella, me la regaló cuando investigaba la historia familiar y ya nos podemos imaginar los estragos que había hecho el tiempo sobre la misma después de más de seis décadas.

No tengo una idea de cuantos años fueron utilizados esta forma de comunicación, que ahora es tan solo historia.

Ya para la década de los sesenta, se escuchaban en las radiodifusoras locales o de poblaciones cercanas, por medio de "spots", las esquelas radiofónicas donde se participaba del fallecimiento de algún miembro de una familia y es una costumbre que todavía lo escuchamos en la actualidad. Sin embargo, ya que en las grandes o medianas poblaciones del país, donde se cuenta con la circulación de los periódicos, es la forma actual como se anuncian a través de esquelas necrológicas publicadas, donde se da a conocer la partida de alguna persona, donde se dan, como lo vemos en la esquela que anunció la muerte de Acuña, todos los detalles del acontecimiento, tales como la hora de la partida, la edad de los mismos, aunque en muchos casos se omite este dato, los deudos que lo hacen saber, así como el lugar donde se lleva a cabo el velorio y finalmente la hora de la inhumación y el cementerio donde se va a llevar este final acto.

Sin embargo, velar al difunto ha cambiado a través de los años y de las costumbres; poco a poco, fueron desapareciendo los velorios en la casa de los deudos, aun en pueblos pequeños donde ya existen salas funerarias y en las grandes ciudades salas velatorias de muy diferentes categorías, de acuerdo a la situación económica de la familia y algo más, cada vez van mermando más los difuntos que son inhumados y aumenta el número de los que son incinerados y posteriormente colocadas sus cenizas en urnas que terminan en columbarios, ya que estadísticas recientes mencionan que el 80 por ciento de los servicios funerarios son de cremación en las principales ciudades del país, y como consecuencia, ha aumentado la demanda de nichos que generalmente encuentran en iglesias católicas, ya que desconozco de estos lugares que se encuentren en iglesias de otras religiones.

Para finalizar, viene a mis recuerdos que en Durango, capital, en el Panteón de Oriente y en la ciudad de San Juan del Río, Querétaro, en su cementerio municipal, existen verdaderos museos en relación al tema que vale la pena visitar.

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