Más allá de cómo les fue... y así les fue, las cúpulas de los principales partidos están de plácemes: el engorroso trámite -¡qué fastidio!- de someterse a la evaluación electoral está satisfecho y, ahora sí, ya pueden seguir en lo suyo: pelearse hacia dentro y transar hacia afuera.
Destacadamente el PAN, siguiéndole de cerca el PRD y, por las reglas no escritas, más atrás el PRI, los tres ya traen el cuchillo entre los dientes para disputarse, sin la molesta intromisión ciudadana, la dirección de su respectivo partido. En su lógica, es hora de pelear la administración de las prerrogativas, las ganancias de los presupuestos conquistados, el negocio de los negocios públicos... Y es que hoy, cosa insólita, las direcciones partidistas no quieren poder, sino tener. Aunque, claro, para tener, necesitan poder.
Si la ciudadanía no fuera tan susceptible, de la punta de la lengua y del fondo del alma las dirigencias partidistas le mandarían un mensaje: "Ya váyanse a dormir, los buscamos dentro de tres años. Estamos trabajando en mejorar las elecciones sin democracia".
En el colmo de su cinismo, las cúpulas partidarias festejan que la jornada comicial haya transcurrido sin la violencia pronosticada por la campaña. ¡Viva México! ¡Mueran los aguafiestas!
Y vale decir "en el colmo de su cinismo" porque confunden peras con manzanas. La campaña es responsabilidad de los candidatos y los partidos; la jornada comicial, de los ciudadanos en su calidad de votantes y funcionarios de casilla. Si alguien conjuró la violencia ese día fue la ciudadanía, no ellos. Por lo demás, se hacen ojo de hormiga frente a un hecho delicado. El operativo policial-militar montado el día de la elección rebasó con mucho el que normalmente se despliega. Quizá sea desmesurado decir que se militarizó la elección, pero en la vertiente Pacífico Sur eso ocurrió. Sobra repetirlo, las bayonetas sirven para muchas cosas, pero no para sentarse y la clase política está tentada a hacerlo. Sobra repetirlo, soldados, marinos y policías no pueden ni deben subsanar la incompetencia de los políticos, se está abusando de ellos.
Pero bueno, qué más da. La elección quedó atrás. Así que a lo que sigue y lo que sigue es el pleito hacia adentro de los partidos y la transa hacia afuera.
La panista Margarita Zavala ya abrió fuego. Si antes de la elección, ella, su esposo Felipe y Ricardo Anaya se colgaron de la campaña en su propio beneficio, ahora el juego es abierto. La debacle albiazul sazona los juegos del hambre y la posibilidad de clavar a Gustavo en el Madero.
Con ligereza y saltándose, desde luego, el efecto de la gestión de su esposo Felipe en los comicios, en el video donde declara estar "lista para participar", la exprimera dama asegura que el resultado electoral obtenido es el peor desde 1991.
Lo curioso del asunto es que, fiel a su costumbre, el matrimonio Calderón-Zavala no deja en claro si Felipe apoya a Margarita o si Margarita sólo le abre brecha a Felipe. Y es que mientras Margarita Zavala dice estar lista para participar, el ex Presidente asegura no verse fuera de la política y, entonces, a saber quién va por la dirección del partido o quién trabaja para quién o si van en tándem sin aclarar quién lleva el manubrio.
A su vez, Gustavo Madero actúa como si lo ocurrido el domingo pasado nada tuviera que ver con lo que sigue y, en su ambición, lo que sigue es la coordinación parlamentaria, entendida como su plataforma a la candidatura presidencial. La cosa es asegurar la estructura del partido y catapultarse. Lo demás es lo de menos.
En el perredismo, la lucha por los restos del naufragio ya empezó.
Carlos Navarrete luce alejado del grupo de Los Chuchos y del jefe del gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, quien pese a lo ocurrido deshoja el calendario ansiando llegar con posibilidades a 2018, acompañado de su extraño escudero, Héctor Serrano, un hombre que al defender a su protegido lo golpea y, ahora, se muestra interesado en determinar quién paga lo ocurrido.
En ese cuadro, el dirigente capitalino, Raúl Flores, es quien mejor expresa la estrategia: hacer pagar las consecuencias a "los traidores" y, en ese esquema, casi convoca a celebrar la noche de los cuchillos largos.
A su vez, Los Chuchos han hecho de la evasión su mejor refugio. Jesús Ortega, delegado en el Distrito Federal, el principal enclave perredista, prefiere hablar de Andrés Manuel López Obrador que de sí mismo, y en las mismas andan Jesús Zambrano con la coordinación en el bolsillo y Guadalupe Acosta Naranjo. Nada tienen que ver las mafias y las clientelas fomentadas por ellos, el responsable de lo ocurrido al perredismo es López Obrador, no ellos. A quien hay que preguntar del destino del perredismo es a López Obrador.
Venga, es hora de afilar los cuchillos.
En el priismo, la situación es curiosa.
Pese a la descalificación de la gestión gubernamental, el resultado de la evaluación electoral no le es adverso del todo. Con sus aliados (a ver en cuánto le salen al país) tienen asegurada la mayoría simple en la Cámara de Diputados. Hay, sin embargo, un problemita: ¿qué hacer con Manlio Fabio Beltrones que, carambas, no le fue tan mal como querían?
La salida del sonorense de la coordinación parlamentaria de San Lázaro y la llegada a ella de César Camacho obliga a renovar la dirección del partido y, ahí, es donde en el gobierno se truenan los dedos frente a Beltrones. Le tienen que dar algo en qué entretenerse, pero no la dirección del partido en la ruta de 2018 y menos cuando el cuarto de milla de Los Pinos trae roto el tobillo. La interrogante es cómo aprovecharlo sin que se beneficie o cómo eliminarlo sin desafiarlo.
En el priismo, los modos son distintos pero, así sea sorda, la lucha por el partido está abierta.
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En fin, la elección sin democracia es cosa del pasado, es hora de pelearse hacia dentro y de transar hacia afuera... qué importa si el país se adentra en una crisis, a fin de cuentas quienes la sufrirán no serán las dirigencias partidistas.
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