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Al Larguero

EL RIESGO, SEDUCE

Alejandro Tovar

Estos inviernos pesados, de alguna forma son una señal de advertencia que envejecemos, pues nos cuesta adaptarnos a las cosas nuevas; éstas aparecen y de arranque se toman con excitación y luego nos van causando inquietud, fastidio y temor. Quizá por ello es mejor tirar hacia la nostalgia invernal que nos trae los recuerdos, que por notables, jamás serán olvidados.

En los años sesenta, luego de la muerte de Javier Solís, el señor Cobos con sus Transportes Durango en la Liga Mayor, decidió dejar la plaza de Tlahualilo porque no tenía lugar en el viejo parquecito local para acomodar tanta gente y se vino con su tropa al Estadio Laguna, al que llegábamos los chicos para ver a semejantes figuras que en ese tiempo estaban en conflicto con sus clubes de la costa y la oferta del magnate local los convenció para darnos un show inolvidable.

Estaba Ronnie Camacho en primera, Moi Camacho en segunda, Jorge Fitch era el paracorto, con Treviño en la antesala. En los jardines nadie podía creerlo pero iban fenómenos. Diablo Montoya en el central, con Héctor Espino en el derecho y Roberto "Zurdo" Contreras en el izquierdo. El catcher era Jesús Lechler y el pitcher estelar era José Peña, con Glafiro Arratia de mánager. "Peluche" era estelar de los Tigres y ya tenía destino de grandes ligas pero aquí tiraba el sábado y ¡el domingo entraba de relevo¡. Ese sí que era un verdadero caballo.

Para los peloteros era cómodo jugar en fin de semana y regresar a casa, lo que aquellos chicos inquietos no podíamos entender era cómo estaban aquí los grandes peloteros mexicanos del momento y el periodismo local no hacía nota alguna al respecto, cero reportajes, cero fotos, ¡qué desperdicio!, cuando había tanto que contarle a la gente que no estuvo ahí para verlo, porque desde entonces esos niños fans sentíamos que la obligación básica del periodismo es informar. Hoy en día, aunque estemos sobrados de recursos, hay medios donde no abunda la dinámica y donde la calidad, voluntad y entrega del elemento humano es mínima lo que resulta frustrante porque el tiempo actual es un campo ideal para el profesional verdadero.

Esa Liga Mayor de los sesenta trajo en otros clubes a grandes peloteros, obligados los dueños por el ejemplo del señor Cobos a quienes esos chicos solamente conocíamos a la distancia, porque él llegaba temprano como nosotros. El patrón a saludar y supervisar, los muchachos a disfrutar ese banquete, comenzando con ver calentar a Peluche Peña y escuchar tronar la mascota de Lechler. Ese hombre, Cobos, nos dio un regalo de vida con el deporte en primer nivel, con figuras de la pelota mexicana, en nuestra propia casa. Y cuarenta años después lo recordamos y agradecemos. Nos hizo felices, nos dio una realidad que asaltó y dobló a la ficción.

arcadiotm@hotmail.com

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