Se suele comentar con los alumnos en la UAL querida, en el sentido de que hacer periodismo de investigación es ponerse el traje de Sherlock y zafando dictaduras de incomprensión, emprender una cruzada en pro de la verdad y los orígenes, apasionados, atrapados totalmente por el tema y viendo cómo éste, conforme se van exhumando cadáveres, se va haciendo más rico y con mayores socios de misterio y de realidades que estaban en poder, hasta hoy, solamente de los prisioneros del cielo.
El investigador cambia sus papeles de vida. Deja de ser el simple ciudadano y acomete una misión donde desaparecen los horarios y la comodidad, donde las citas presupuestadas se pasan siempre de lo calculado y se cae, plática en plática, en un adormecedor ritmo de vida que endulza el recuerdo, estimula el ánimo e incita a la persecución de más secretos. Ahora convertido en detective de tiempo completo, conoce bien su responsabilidad moral al escribir y que su literatura tendrá un efecto en la vida y en la historia.
Fernando González Ruiz y Jesús Aranzábal tienen ante sí la tarea de hacer un libro sobre el futbol lagunero y han querido hurgar hasta en los rincones más lejanos y verse con los testigos que viven o saber lo más fiel posible, de los que ya se fueron. Saben bien que la acumulación de información actual no es capaz de generar la verdad. Saben que cuanta más información les llega, más complicado se va haciendo el tema, por ello decidieron ir a buscar a los protagonistas, tal vez porque conocen que el alma es un estado del sueño y cara a cara se dan cuenta que esa gente que vuela, también puede escribir versos.
Frente a ellos, los datos aparecen como vomitados por una vieja máquina que se conecta al cerebro y emite copias con sangre, con sudor y sabor de nostalgia acumulada, tienen un raro color sepia y van apareciendo los detalles como los éxitos disqueros antiguos en la rokola de la vieja cantina favorita. Son escenas con héroes que siguen cabalgando en el pensamiento y nunca jamás envejecen, son cristales irrompibles que se jactan de resistir, como nadie, el paso de los años. Son también recuerdos donde aparecen los demonios que siempre han existido, porque un mundo sin villanos también sería aburrido.
Jesús Aranzábal y Fernando González Ruiz saben que harán un gran libro porque tienen paciencia y desean hacer ese periodismo clásico que nos enseñaron los viejos, ese que se realiza saliendo desde el confort para ir al sitio indicado, capturar la historia, ponerle todos los matices necesarios y traerla para nosotros, porque la profesión es así, tan apasionante como enriquecedora.
Una señal de advertencia de que envejecemos es no adaptarnos a las cosas nuevas. Las tomamos con excitación y luego nos causan inquietud, fastidio y temor. Gusta por ello a los viejos del juego de futbol que el reporteo se haga de viva voz, con las experiencias saltando como vísceras en aceite, sin grabador, sin computadora, sin micrófonos. Van directo a examinar el corazón de los confrontados, le estimulan y luego no encuentran cómo callarlo, porque el futbol es un depósito sentimental al que deben atender con esmero. Justo como los dos amigos, detectives de los misterios y seducción del pasado.
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