"De todas las bestias salvajes, un muchacho es la más difícil de manejar". (Platón).
Comentaba con absoluta seguridad el maestro Fernando Marcos a sus alumnos: "Se puede entender en el futbol, a los entrenadores, a los árbitros, a los dirigentes, al público, a los medios, pero nunca a los jugadores".
Decía que ellos sobrevolaban en otro mundo, que vivían una vida distinta a la de los seres comunes y que conforme aumenta su fama, su prestigio y su cotización, van tomando para sí mismos la creencia de ser inmunes al peligro, a las enfermedades y al fracaso, pero que además la gente tendrá la obligación de ofrecerles culto y respeto.
Marcos fue jugador, árbitro, entrenador, periodista, cronista de alto nivel de calidad, pionero de radio y tv, así que conocía la tela perfectamente. Decía que los comunicadores no pueden esperar nunca que haya una sonrisa y mucho menos un agradecimiento a medias por una buena nota, por una gran foto, por un lindo reportaje y sí deben aguardar reproches, malas vibras e incluso hasta insultos si la crítica no les parece a los chicos idolatrados, si las líneas periodísticas se refieren a yerros manifiestos, pues tienen la intención de hacerlos sentir culpables.
Porque para los jugadores sólo existen las penas colectivas, nunca los resbalones individuales, puesto que "aquí todos ganamos y todos perdemos", o bien suelen perderse en esquivar responsabilidades acudiendo al viejo léxico de todo atleta del rectángulo empastado con aquello de que "hicimos un gran esfuerzo, llegamos, trabajamos bien pero no tuvimos contundencia pero en realidad merecíamos ganar" (como si se dieran los puntos por decisión).
El tema sobresale por las actitudes del seleccionado nacional, tan vapuleado y con el uso del tuiter donde desquitan sus corajes y muestran su recelo. Están en su derecho pero debieran dejar recado para enviarles un libro de ortografía a cada uno pues se nota que en cultura general no se destacan y otros lo revelan cuando dan declaraciones a las decenas de micrófonos, con un léxico pobre, simple, sumamente limitado, ¿habrán ido a la escuela?
Claro, existen sus excepciones. Hay gente que sabe distinguir entre lo profesional y lo personal, que sabe dar de frente un estilo de vida que lo hace singular, por la calidad de sus expresiones y por el nivel de comportamiento en la exigencia, en el éxito y en los momentos de dificultades. Y por otro lado están los medios donde en el afán de ganar lectores y venta se magnifican situaciones o se enmarcan aspectos de miseria. También eso es reprochable.
Lo que no entienden ambas partes, como siempre, es que existe un maritaje eterno entre los dos sectores. Los jugadores no deben creer que los medios subsisten por explotarlos a ellos y éstos no deben creer que sin promoción, los futbolistas no existirían en la mente de la gente. Todo se complementa, unos necesitan de otros. Lo que se hace necesario es disminuir una buena ración de ego en ambos casos y conocer que la unión de ambos es indisoluble, incluso por interés mutuo, aunque para ello cada cual debe mantener un amplio nivel de respeto y tolerancia. Los jugadores cuando vean pasar su carrera, que es corta, porque el tiempo pasa rápido, serán exjugadores y los periodistas, lo serán hasta la muerte. La juventud es fugaz y muchos, no quisieran entenderlo. Hay quienes se creen eternos.
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