Para el Dr. Jorge Mario Galván
A fuerza de intoxicarse con tecnología moderna, de revisar libros y apuntes, de escuchar espacios radiales y televisivos, el autodidacta termina por casi enloquecer pues vive enchufado a la vorágine de nuestra actualidad, donde ya no hay espacios para respirar, solamente hombres y mujeres con capacidades camaleónicas para pintarse de cualquier color y seguir adelante en este mundo competitivo donde el clima no es precisamente el mejor aliado y donde el precio de leer tanto, termina por transformarlo en un clarividente escéptico.
Está claro que el enemigo de todos, es el cinismo y sin embargo es un factor también al que muchos concurren, sabedores de que las reglas están pero nadie las toma en cuenta. Contando con impunidad y medios donde la libertad de expresión pasa los límites, nuestra sociedad puede caer en algún desencanto pero éstos son tantos y vienen consecutivos, de tal manera que mentir se hace una costumbre, como igual aceptar que las voces del poder, de cualquier poder, se escuchan no como explicaciones, sino como órdenes a cumplir.
Así las cosas el pobre hombre común, el citadino, el que trabaja de verdad y sufre para completar el sustento, ése tiene una hechicera confrontación con la vida, por la desenvoltura del mundo de ideas y cultura que le rodean, que lo amargan con desmoralización que llega como oleada de mar picado, debe vivir como un soldado que obedece órdenes sin chistar y donde carga en su espalda, toda la cantidad de ilusiones que le surgen como un deseo muy legítimo pero que no se dan ni en los sueños mismos.
A esa gente no le importa si el dólar se va a veinte pesos, le duelen las derrotas santistas que no tienen explicaciones y que venga hoy la cuarta en línea, le inquieta que Mendoza no maneje a los Vaqueros con la finura que fildeaba en grandes ligas, le molesta que deseen erradicar la fiesta brava en Coahuila, le pesan los 31 años sin Valente, le preocupa que un DT nacional se enfrasque a perseguir a un comunicador en un aeropuerto como quien se encuentra a un rival de pronto, en la esquina del barrio.
Se supone que la gente pensante, trabajadora, aunque común, debe ser solamente prisionera de su propia inteligencia pero hay tanto en el aire, que ella misma, atrapada por los medios y por esa inexplicable pasión impulsiva de querer saber mucho de todo lo lleva a conocer tanto que enloquece de a poco, porque además le han ido robando las ilusiones sin quitarle los calcetines, con una habilidad que lo hace pensar que de algún modo es parte ya de una cifra, aunque luego la autoridad la matice y no sea tema de discusión. Faltaba más.
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