"En la vida hay amores, que nunca pueden olvidarse". (El Cigala).
Desde siempre, Santos fue bipolar, con esa capacidad camaleónica para tomar diferentes tonos de piel, según el ritmo de futbol que le diera cada domingo, con estilo de ratones enchufados o de muchachos pausados y clarividentes en la plaza del pueblo. De pronto el equipo experto en apretar, en correr, en robar la pelota y luego con ojo táctico y sinfonista enfilar al arco rival con el grito de poseído en el camino, o bien desteñidos, tibios y simplones, haciendo quedar mal a todos, comenzando por Don Pako, que suele salir de la caseta implorando a los dioses que sus emociones valgan tanto como sus conocimientos.
El precio de leer demasiado, es volverse escéptico, toma uno las cosas con cierto desgano, como si los hechos censurables no importaran tanto o los deslices ya no causaran demasiado impacto, como que se va creando un colchón de resistencia al dolor, sólo se llega a percibir que la incultura pertinaz de muchos, no es una variante de la especie, sino una desgracia. Aunque en términos de estricto orden se tiene que aceptar que es difícil engañar a la gente todo el tiempo, existe en ellos siempre, un destello de inteligencia.
Uno quisiera domesticar el tiempo, domar todos los misterios que nos rodean, porque a menudo, está visto, el miedo se disfraza de prisa, porque los hombres y mujeres laguneros que sobrevivimos, actuamos con mucha prisa, con un ritmo que cansa corazones, con el futbol siempre rotando de la cabeza a los pies, así que no tenemos un problema de autoestima, sino uno de aceptación en el hecho de que nadie puede creer que un equipo pueda ser anoche el rey de la liga y ahora el mendigo que implora mejor suerte por las canchas.
Y a esa gente leal del pueblo, la que no abandona, la que prefiere masticarse un cable en la semana para gastarse todo en un boleto el día del juego para ver a sus chicos decepcionantes, ya no puede cabalgar en ilusiones, mucho menos dormir con esperanzas porque están a punto del colapso con su TSM convertido en el gheto de Varzovia. A ésos no se les puede engañar. Saben bien que sus gritos no trascienden, ni el trabajo de los árbitros, ni toda aquella labor de los medios, ni el esfuerzo de los dirigentes desde el DF, aunque el equipo radique en Torreón, porque todos saben bien que el futbol, solamente pasa por los jugadores.
Don Alejandro no puede entrar a cabecear, ni puede acomodarse entre los dos centrales para cuidar sus espaldas, sin embargo, el presidente santista, en tarde nostálgica, depresiva por resultados acompasados con la lluvia capitalina, convocó a la gente de prensa para dar declaraciones y consideró que "no tuvimos la inteligencia para digerir adecuadamente el éxito" y se puso encima la culpa de la crisis que se vive. La acción es loable y se respeta sin compartirse, como igual no se comparte que se diga todo ello en la capital, cuando la sede está aquí, entre nosotros, aquí está su afición y los medios que le apoyan, y ellos merecen recibir el mensaje directo, de viva voz, mirándose de frente, ¿o no lo merecemos por ser provincianos y somos periodistas de segunda mano?
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