Los torneos cortos y sus protagonistas, nos dejan con ese muy extraño sabor de incredulidad que se acentúa por estos días, cuando se supone que debemos hacer cuentas y reconciliaciones, por las fiestas y su verdadero significado, pero vamos quedando con ese mismo vacío de siempre, como si los días pasaran sin dejar la enseñanza y el cambio.
Los espectadores del futbol somos como los jugadores indecisos, que tienen cinco opciones de pase y no acertamos ninguna, porque este deporte tan perseguido tiene preguntas relevantes, que son como escobas que barren la mente y crean un espacio limpio, de nuevo para ser llenado por un doble número de incógnitas y muchas sin respuesta.
América tiene de capitán al jugador más indisciplinado (Sambueza) cuyas cuentas finales que debieran ser gestación de juego, pases de gol y tantos marcados, se diluyen dentro de un margen de vertiginoso vuelo, que señala presencia de campo pero no profusión y volumen, aunque sí faltas repetitivas, protestas de todo y por ende, tarjetas de varios colores. Por si faltara algo, ahora un compañero (Quintero), cansado de insultos y reclamaciones le propina un cabezazo en Japón, a la vista del mundo por tv. Y él lo desestima por ser "propio de la calentura del juego, no por enemistad".
¿Cómo un capitán puede ser agredido por su gente y no pasa nada?, es la pregunta que todo mundo se hace y no hay respuesta. Contra Pumas en liguilla, América sufrió 4 expulsiones, lo que representa una clara muestra de que las riendas no están del todo sujetas y que falta alguien que diga ¡basta!, lo que bien puede suceder en cuanto hagan su regreso a México, con la cara viendo hacia el suelo. La gente puede entender que los protagonistas tienen la pasión encima y la presión popular y de medios, porque de humanos será errar pero cuando hay repeticiones de actitudes negativas, está claro que son otros factores los que sobrevuelan el escenario del juego y que no sólo se perdió la cordura, sino también el rumbo.
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