El escándalo de la FIFA sirve para ganar comprensión en torno a algunos de los mecanismos que operan detrás de la corrupción que pareciera destinada a perpetuarse.
Partamos de lo obvio: la ambición desmedida. Queda claro que los altos funcionarios de la FIFA tienen ingresos económicos legales muy superiores a los que puede acceder un ciudadano promedio. No obstante, ni sus sueldos, viajes, hoteles y comidas lujosas, les son suficientes. Quieren más. Rectifico. Lo quieren todo. ¿Para qué?
Esa es la pregunta más difícil de responder. El promedio de edad de los nueve acusados es superior a los 69 años. Es poco probable que la necesidad de "asegurar su futuro" sea la causa de su corrupción, pues sus esperanzas de vida no son precisamente amplias. Puede entonces alegarse que el bienestar que intentan garantizar es el de sus familias. Pero, estamos hablando de, al menos, 150 millones de dólares que divididos entre los 9 dan una suma superior a la que cualquier familia requiere para tener una vida sin preocupaciones económicas. ¿O me equivoco?
Bajo el sistema monetarista que nos domina nadie sabe cuál es la cantidad "tope" que se necesita para eso de "asegurar el futuro" (el propio y el de la familia). ¿Un millón de dólares? ¿16? ¿Los alrededor de 2 mil millones a los que equivale la megadeuda de Coahuila?
¿En qué punto se debe decir "ya, es suficiente, no hace falta más"? No hay respuesta. Por eso, los grandes sueldos y las prestaciones de rey - que no de ley - no sirven para detener a los corruptos. ¿Hay algo que sí los frene?
El amor, aunque suene "cursi" e "idealista". Si hay algo claro con el escándalo de la FIFA es que los implicados nada tienen que ver con el futbol como deporte. Son burocracia de un organismo que sirve para hacer negocio, no para fomentar la esencia del balompié. Es gente que no ama al soccer, sólo lo utiliza como mecanismo para hacer dinero.
Haciendo el paralelismo con los corruptos de la política, tampoco ellos aman el servicio público. Éste únicamente opera como "llave" que abre las puertas al enriquecimiento absurdo. Así como los altos funcionarios de la FIFA no aman el futbol; así tampoco los políticos corruptos aman la educación, la salud, el bienestar, el desarrollo, la patria… Su único amor es el dinero y el poder que trae consigo.
El futbol debe buscar dirigentes que en verdad amen al deporte; los mexicanos a quienes realmente amen al país. ¿Los habrá?