"El fin de las ideologías" lo llamó Daniel Bell, ese gran sociólogo estadounidense "experto en generalizaciones". Lo asombroso es la fecha de la publicación: 1960. El mismo año Nikita Jruschov, furioso, golpeó con su zapato el escritorio en plena Asamblea General de la ONU. Castro se encontraba en su esplendor convertido en una amenaza a la primera potencia mundo, con una pequeña ayuda de sus amigos. Observador acucioso de la sociedad postindustrial, el gran texto de Bell nació contra corriente. La Guerra Fría imperaba, la crisis de los misiles entre Cuba y Estados Unidos estaba a meses.
Pero Bell acertó, con el tiempo las tendencias se confirmaron. La militancia en los partidos entró en crisis, el voto doctrinario, ideológico o duro empezó a descender. A mayor nivel educativo menos interés por militar en los partidos, acudir a asambleas, votar en elecciones internas, etc. A menor edad, más acentuado el fenómeno. Los jóvenes se alejan de la participación política formal. Por eso lo apasionante del caso Podemos en España que el sábado fue capaz de convocar a cientos de miles de personas alrededor de la Plaza del Sol. "Devolver la soberanía a la gente", es su postulado central. Descendientes de los Indignados del 15-M de 2011, Podemos y Ciudadanos comparten varias características, (EL PAIS, 1-2-2015).
Los "colectivos" que aglutinan son muy diversos en origen, nivel educativo e ingresos. Sin embargo, en ambos movimientos el impulso principal son los más afectados en el bolsillo. Pero los hay de derecha y de izquierda, son movimientos transversales. Eso sí, los simpatizantes comparten la decepción y desencanto con los partidos, las elecciones y por eso piensan que movimientos como Podemos o Ciudadanos, son una mejor alternativa. Pero cualquier defensor de los sistemas políticos, sea esto lo que sea, podría señalar una contradicción esencial: ¿son o no un partido político, una institución? Si pretenden serlo, cuál es su ideario. El fenómeno es apasionante y ya lleva años.
Gilles Lipovetsky, el provocador filósofo francés, gran defensor del nuevo individualismo, giró la discusión: se trata de una nueva lectura del tiempo, del tiempo individual. ¿Por qué usar las redes sociales, a la "organización sin organizaciones"? Respuesta sencilla: porque son más eficientes y demandan menos tiempo al individuo. El asunto no pasa por las coordenadas tradicionales de derecha e izquierda con referencias metaterrenales. Se trata de ciudadanos que exigen soluciones concretas a sus demandas, provengan de donde provengan quien les garanticen resultados. México no está ausente de este debate.
La alternancia en 2000 se convirtió en un fin en sí mismo. Fue a través del PAN pero la inquietud igual se pudo haber canalizado por la izquierda. El objetivo común era sacar al PRI y por ello hubo un voto por la alternancia desde rincones no panistas. Fueron tan altas las expectativas creadas alrededor de Fox que la desilusión no tardó mucho en aparecer. Los verdaderos logros palidecieron a la sombra de la consigna izquierdista: son la misma porquería. El slogan propagandístico fue muy efectivo para las campañas de 2006 y 2012, pero tuvo un efecto perverso en el ánimo de los mexicanos: si son la misma porquería, qué ganamos, para qué tanto circo electoral.
El asunto se complicó aún más por el desfile de desfiguros y corruptelas en todos los partidos, los grandes y en los inacabables "nuevos" que siempre prometen bajar el cielo. De ésos hemos visto decenas. Desde hace años se viene registrando un descrédito generalizado de los partidos y un crecimiento del voto independiente. Son la misma porquería es aplicado también a los autores de esa consigna. ¿Y ahora qué hacemos? En un importantísimo año electoral el fantasma del abstencionismo ronda. El fenómeno es universal, pero no es sano. La decepción no aminora con el bombardeo inmisericorde de spots, por el contrario, hay estudios que demuestran que la saturación técnica provoca rechazo, rechazo a todos. Además no olvidemos que el INE necesita convocar y capacitar a varios millones de ciudadanos para garantizar al millón que tendrá en sus manos el proceso, característica muy loable de nuestro sistema electoral.
Pero hay opciones para salir de esta trampa, del torbellino agravado por Ayotzinapa, los conflictos de intereses, las tragicomedias internas en los partidos, los "chapulines" y el desprestigio acumulado. Allí es donde aparece mi querida Carmen Iglesias, primera presidenta de la Real Academia de la Historia, vayamos por la calidad moral de cada persona, de cada candidato. El CCE ya dio un paso al frente, bien por ellos. Ya hablé de Tres de Tres, pero es sólo el punto de partida. Por qué no rescatar el valor de la palabra: compromisos notariales o ante ciudadanos de decir la verdad, de dejar a familiares y amigos fuera de esfera de influencia, es un ejemplo. Si incumplen les reclamaremos con un arma muy poderosa: deshonestidad. Apostemos a la palabra.