Rogelio Naranjo ha otorgado sentido épico a un refrán: "¡Atrás de la raya, que estoy trabajando!". Sus excepcionales dibujos son el triunfo de una obsesión; con provechosa insistencia, se sirve del más elemental de los recursos plásticos: el rayón.
Esta semana la Feria del Libro de Oaxaca rinde homenaje al retratista de nuestros afanes públicos. Nacido en Morelia, en 1937, Naranjo es el desmesurado autor de más de 17 mil cartones. Cada uno de ellos muestra la neurótica excelencia de un oficio.
La caricatura suele operar por distorsión, exagerando los rasgos de una persona que sin embargo resulta reconocible o, por el contrario, decanta una figura a sus mínimos elementos. En la tradición mexicana, Magú es un claro representante del primer género y Rius del segundo.
Naranjo es un artista de otro tipo. Aunque altera las proporciones y dota a sus protagonistas de más cabeza que cuerpo, su gusto por el detalle lo acerca al hiperrealismo. Sus dibujos no sólo son idénticos a sus modelos, sino que además los psicoanalizan, revelando su vida interior.
Dos tiempos determinan su inventiva: el veloz ingenio y la demorada ejecución. Estamos ante el más paciente de los velocistas.
¿Cuánto dura una puntada? En el caso de Naranjo, el tema depende del efecto exprés del chiste, pero la forma se somete a los matizados rigores del dibujo: la ocurrencia se inmortaliza con empeño.
En clave celebratoria, capta a Augusto Monterroso como un oso de peluche rodeado de fraternos animales, a Carlos Fuentes como un ídolo prehispánico, a Sergio Pitol como el viajero perenne cuya maleta ostenta calcomanías de todos los hoteles y todos los destinos. En clave crítica, retrata a Salinas de Gortari con mirada fiscal, a Zedillo en el laberinto de su indecisión, a Fox de ranchero enamorado, a Calderón como un mayorista de la muerte y a Peña Nieto en la pantalla de su inane telepresidencia.
Se puede decir que la realidad ocurre para ser retratada por Naranjo, pero la frase se queda corta: aunque sus dibujos reflejan circunstancias incómodamente reales, también construyen símbolos. Quien no conozca esas situaciones encontrará ahí alegorías del poder, la corrupción, el cinismo, la mentira y otros defectos del bestiario humano. Una de sus criaturas más emblemáticas -copiada en esculturas, camisetas y artesanías- es un mexicano de sombrero, con botella en ristre y una bota sobre un cráneo, dispuesto a expresar su bravío proyecto de superación personal: "¡Me vale madres!".
La caricatura es un arte moral; edifica al señalar errores. Su efecto compensatorio es la risa. En ocasiones, esto permite sobrellevar una realidad adversa: la carcajada equivale a una venganza. En otras, el humor inteligente representa una variante corrosiva de la seriedad.
Pero no todos los dibujos de Naranjo tienen propósito cómico. Despojados de temas noticiosos, algunos de ellos trazan situaciones de índole kafkiana, laberintos del espacio y la conciencia, aguafuertes de la incierta condición humana. Otros más son francamente trágicos. Si José Guadalupe Posada creó un gozoso más allá para que sus calaveras tuviesen mejor vida, Naranjo levanta un demoledor inventario de la muerte a través de sombras, ataúdes, cruces, cráneos, fosas con los nombres propios de "Tlatelolco", "Aguas Blancas", "Ayotzinapa", "México".
La firma Naranjo expresa, en sí misma, el poderío gráfico de la raya. Estamos ante el ideograma de un destino. Toda su estética deriva de ese trazo. En la nueva edición del libro Funerales preventivos, el diseñador Alejandro Magallanes tuvo el tino de dedicar las dos primeras páginas a un close-up de las texturas de Naranjo. La más variada imaginación depende de esas sencillas y excepcionales líneas de fuerza.
Conocí al reinventor de las rayas por ahí de 1974, en las asambleas de los sábados del Partido Mexicano de los Trabajadores, formación política tan democrática que sus reuniones competían con la eternidad. Todo mundo podía expresarse con un criterio que antes sólo imperaba en la lucha libre: sin reglas ni límite de tiempo.
Naranjo escuchaba con interés y rara vez tomaba la palabra. Reservado, austero, refractario a todo protagonismo, tomaba apuntes. Mientras construíamos palacios de invierno en el aire, él resumía la esperanza en sus dibujos.
Con esa discreción recibió su homenaje en Oaxaca el sábado pasado. Ante el convulso acontecer, Rogelio Naranjo reacciona con la atenta tranquilidad del artesano que convive en silencio con su genio: "¡Atrás de la raya, que estoy trabajando!".